sábado, 29 de junio de 2013

BRASIL: EL DERRAME Por Eduardo Gudynas

BRASIL: EL DERRAME Por Eduardo Gudynas

Publicado  por Semanario Voces
 
La sorpresa frente a las recientes movilizaciones ciudadanas en Brasil en realidad radican en dos aspectos: que no hubiesen estallado mucho antes, y la superficialidad con que muchos las analizan.




Brasil, los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), y Lula da Silva, han sido presentados una y otra vez como un ejemplo a seguir desde las más diversas posturas políticas. De la revista conservadora The Economist, que celebraba sus medidas económicas, a muchos en la izquierda latinoamericana, que alaban sus planes sociales, terminaron consolidándose exageraciones sobre un Brasil “potencia global”, dominado por la “clase media”, donde “millones” ya tenían resueltas sus vidas.

Un análisis más serio mostraba una situación más compleja. La conquista del gobierno por el PT, y al poco tiempo, la consolidación del llamado “lulismo” (donde el líder se vuelve más importante que el partido), lograron mejorar el empleo, reducir la pobreza y elevar el consumismo popular. Pero detrás de esa calma macroeconómica, se seguían reproduciendo las tensiones. No siempre eran fáciles de observar, porque tenían una expresión esencialmente local, y no lograban articularse a escala nacional.

Esto explicaba una situación paradojal, ya que al comparar ese Brasil con sus vecinos, exhibía un quietismo impactante. Mientras que en Bolivia, o Ecuador se desplegaban enérgicas movilizaciones ciudadanas a escala nacional, eso no ocurría en Brasil. Mientras en Venezuela o Argentina el grado de la discusión política se exacerbaba, eso tampoco se observaba en Brasil.

Muchos actores claves, particularmente el sindicalismo, se enfocaron en la gestión y apoyo gubernamental. Las contradicciones generaron un goteo continuo de militantes “desencantados” que abandonaban el PT. Entretanto, se repetían los focos de tensión, en ciudadanas grandes como pequeñas, y en el campo. Finalmente el vaso se derramó, y coaguló una movilización ciudadana que se extendió a todo el Brasil, donde lo sorpresivo es que no ocurriera antes.

El derrame

Frente a tantos análisis superficiales, vale la pena ubicar los hechos en su contexto. Están en marcha las más grandes manifestaciones callejeras, posiblemente las mayores desde el pedido de renuncia al presidente Fernando Collor, en 1992. Si bien son muy numerosas, las enormes mayorías todavía no se han sumado. Por ejemplo, se estima que cien mil personas se movilizaron en uno de los picos de protestas en Sao Paulo, pero ésta es una ciudad enorme (con más de 19 millones de habitantes). Si se trepara a la misma proporción de movilización observada, por ejemplo en Argentina o Bolivia, habría que esperar más de un millón de personas en las calles.  

Estas movilizaciones no están restringidas a las grandes urbes, sino que se repiten en todo el país. Por ejemplo, en nuestro vecino Rio Grande do Sul, tuvieron lugar protestas en por lo menos 20 municipios el pasado fin de semana. Las enormes tensiones señaladas arriba, antes desconectadas, ahora cristalizan a escala nacional.

La primera reacción entre los principales partidos políticos brasileños fue condenar las movilizaciones y alentar la represión. En un inicio, el intendente de Sao Paulo, Fernando Haddad, rechazó las demandas y justificó la inicial represión policial. Una postura que rechina con su pertenencia al ala izquierda del PT, o sus antecedentes como militante estudiantil. Pero su postura fue casi idéntica al derechista Geraldo Alckmin, gobernador del estado, del conservadorl partido “tucano” PSDB. La disolución de las diferencias entre derecha e izquierda no puede sorprender (y esa es una de las denuncias de la gente en la calle). Tampoco debe pasar desapercibido que Haddad fue un candidato “heladera”, para usar un término uruguayo, impuesto por Lula, y que para asegurarle la victoria terminó apelando a convenios con sectores de derecha.

La segunda reacción, tanto en Brasil como entre varios analistas latinoamericanos, fue calificar a la movilización como una expresión de la derecha o un guiño al golpismo. Fueran calificaciones infundadas, y no deja ser sorprender que alguna izquierda diga que es de derechas reclamar el fin de la corrupción en las calles.

La tercera reacción ha sido el inmovilismo. Los grandes partidos (como el PT, PSDB, o el megaconglomerado del PMDB, etc.), no han sabido cómo reaccionar. Dilma Rousseff muestra ese desconcierto, con su amplio arco de sus posturas, llegando incluso a insinuar una reforma constitucional. Los partidos tampoco supieron leer las señales de descontento local, y por eso el estallido los tomó desprevenidos.

El reverso también es claro: las movilizaciones se distancian de todos los partidos políticos. “Los que tenían banderas partidarias debían bajarlas, o se las quitábamos”, me decía en una entrevista un militante de treinta y pico, de clase media, de Sao Paulo. No sólo cuestionaban al PT, sino también a la oposición conservadora (como el PMDB o los “tucanos”), y se mantenían distantes de la izquierda ubicada más allá de la coalición gobernante (como el PSOL).

Protestas sin consignas claras, afirma un análisis de El País de Montevideo. Una aseveración equivocada, ya que desde un inicio había demandas específicas, enfocadas en el costo del transporte. Resuelto ese tema, pasaron a enfocarse en otras cuestiones, como el rechazo a la enmienda constitucional No 37 (PEC 37), que impediría a los fiscales investigar crímenes (según los manifestantes esto favorecería la corrupción policial). Varios apoyaron un anteproyecto de ley para la reforma política promovido por la Conferencia de Obispos de Brasil, junto a la Orden de Abogados y el Movimiento de Combate a la Corrupción Electoral. Su contenido es preciso, como por ejemplo instalar Comités de Control Social de los Gastos Públicos.

Las movilizaciones no son anti-políticas como dicen otros analistas, sino que expresan  una política distinta, que no quiere estar controlada y encauzada por los partidos. Esto responde a una percepción generalizada que la derecha y la izquierda partidarias han terminado siendo lo mismo, y al cansancio con sus desempeños. “No sabemos muy bien en qué va a terminar esto, pero no le creemos más a Dilma o a los políticos”, me reconocía un militante.

Un lento divorcio

El distanciamiento de la ciudadanía con el PT en particular, y con todos los partidos políticos en general, no es un proceso repentino, sino que se ha cultivado a lo largo de los últimos años. Es bien sabido que buena parte de los partidos albergaban la corrupción y el clientelismo, a costa de gestiones conservadoras. El PT prometió una y otra vez remontar esos problemas, pero cayó en situaciones similares (incluyendo el procesamiento de muchos de sus dirigentes).

Me parece oportuno apelar a una experiencia personal para demostrar que ese divorcio con la ciudadanía tiene una larga historia (con algunas lecciones potenciales para Uruguay). Unos cuantos años atrás, trabajando con organizaciones ciudadanas en uno de los estados de la Amazonia, tuve que lidiar con un gobierno estadual del PT. En aquel apartado rincón amazónico, a primera vista parecía que todo marchaba viento en popa: crecimiento económico, compra de electrodomésticos, trabajo, etc.

Pero estando allí aparecía otra realidad: familias que apenas superaban la pobreza, precariedad del empleo, pésimos servicios en salud y educación, el agua de las canillas contaminada, y un economicismo casi neoliberal. El mayor impacto fueron los talleres con el gobierno estadual del PT. Mi tarea era presentar mecanismos de participación popular para el control ambiental, ante lo cual, una de las más importantes figuras del PT local me decía que no necesitaban ningún mecanismo de consulta ciudadana, porque ellos “eran el pueblo”, y “sabían lo que el pueblo necesitaba”. El resultado: nada se concretó.

Las tensiones locales persistieron, y en esa misma ciudad, a pesar de su escasa población, el pasado fin de semana, 20 mil personas protestaron. Lo hicieron superando la resistencia gubernamental (con apoyo empresarial y sindical). Esa es una de las protestas que no aparecieron en los grandes medios brasileños, ni se comentaron en Uruguay, pero que la extensión de la rebeldía. Ejemplifica también el resultado de la petulancia de muchos actores gubernamentales que se desvincularon de las bases sociales.

De esta manera, Brasil vive una amplia reacción social. Sin duda es difícil predecir su futuro, pero ya ha conseguido que muchos despertaran a la política. Y ese es un buen comienzo.


Twitter: @EGudynas

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