BRASIL: EL DERRAME Por Eduardo Gudynas
Publicado por Semanario Voces
La
sorpresa frente a las recientes movilizaciones ciudadanas en Brasil en realidad
radican en dos aspectos: que no hubiesen estallado mucho antes, y la
superficialidad con que muchos las analizan.
Brasil, los gobiernos
del Partido de los Trabajadores (PT), y Lula da Silva, han sido presentados una
y otra vez como un ejemplo a seguir desde las más diversas posturas políticas. De
la revista conservadora The Economist, que celebraba sus medidas económicas, a muchos
en la izquierda latinoamericana, que alaban sus planes sociales, terminaron
consolidándose exageraciones sobre un Brasil “potencia global”, dominado por la
“clase media”, donde “millones” ya tenían resueltas sus vidas.
Un análisis más serio mostraba
una situación más compleja. La conquista del gobierno por el PT, y al poco
tiempo, la consolidación del llamado “lulismo” (donde el líder se vuelve más
importante que el partido), lograron mejorar el empleo, reducir la pobreza y
elevar el consumismo popular. Pero detrás de esa calma macroeconómica, se
seguían reproduciendo las tensiones. No siempre eran fáciles de observar,
porque tenían una expresión esencialmente local, y no lograban articularse a
escala nacional.
Esto explicaba una
situación paradojal, ya que al comparar ese Brasil con sus vecinos, exhibía un
quietismo impactante. Mientras que en Bolivia, o Ecuador se desplegaban
enérgicas movilizaciones ciudadanas a escala nacional, eso no ocurría en
Brasil. Mientras en Venezuela o Argentina el grado de la discusión política se
exacerbaba, eso tampoco se observaba en Brasil.
Muchos actores claves, particularmente
el sindicalismo, se enfocaron en la gestión y apoyo gubernamental. Las
contradicciones generaron un goteo continuo de militantes “desencantados” que
abandonaban el PT. Entretanto, se repetían los focos de tensión, en ciudadanas
grandes como pequeñas, y en el campo. Finalmente el vaso se derramó, y coaguló
una movilización ciudadana que se extendió a todo el Brasil, donde lo
sorpresivo es que no ocurriera antes.
El
derrame
Frente a tantos análisis
superficiales, vale la pena ubicar los hechos en su contexto. Están en marcha
las más grandes manifestaciones callejeras, posiblemente las mayores desde el
pedido de renuncia al presidente Fernando Collor, en 1992. Si bien son muy
numerosas, las enormes mayorías todavía no se han sumado. Por ejemplo, se
estima que cien mil personas se movilizaron en uno de los picos de protestas en
Sao Paulo, pero ésta es una ciudad enorme (con más de 19 millones de
habitantes). Si se trepara a la misma proporción de movilización observada, por
ejemplo en Argentina o Bolivia, habría que esperar más de un millón de personas
en las calles.
Estas movilizaciones no
están restringidas a las grandes urbes, sino que se repiten en todo el país.
Por ejemplo, en nuestro vecino Rio Grande do Sul, tuvieron lugar protestas en
por lo menos 20 municipios el pasado fin de semana. Las enormes tensiones
señaladas arriba, antes desconectadas, ahora cristalizan a escala nacional.
La primera reacción entre los principales
partidos políticos brasileños fue condenar las movilizaciones y alentar la
represión. En un inicio, el intendente de Sao Paulo, Fernando Haddad, rechazó
las demandas y justificó la inicial represión policial. Una postura que rechina
con su pertenencia al ala izquierda del PT, o sus antecedentes como militante
estudiantil. Pero su postura fue casi idéntica al derechista Geraldo Alckmin,
gobernador del estado, del conservadorl partido “tucano” PSDB. La disolución de
las diferencias entre derecha e izquierda no puede sorprender (y esa es una de
las denuncias de la gente en la calle). Tampoco debe pasar desapercibido que
Haddad fue un candidato “heladera”, para usar un término uruguayo, impuesto por
Lula, y que para asegurarle la victoria terminó apelando a convenios con
sectores de derecha.
La segunda reacción,
tanto en Brasil como entre varios analistas latinoamericanos, fue calificar a
la movilización como una expresión de la derecha o un guiño al golpismo. Fueran
calificaciones infundadas, y no deja ser sorprender que alguna izquierda diga
que es de derechas reclamar el fin de la corrupción en las calles.
La tercera reacción ha sido el inmovilismo. Los
grandes partidos (como el PT, PSDB, o el
megaconglomerado del PMDB, etc.), no han sabido cómo reaccionar. Dilma Rousseff
muestra ese desconcierto, con su amplio arco de sus posturas, llegando incluso
a insinuar una reforma constitucional. Los partidos tampoco supieron leer las
señales de descontento local, y por eso el estallido los tomó desprevenidos.
El reverso también es claro:
las movilizaciones se distancian de todos los partidos políticos. “Los que
tenían banderas partidarias debían bajarlas, o se las quitábamos”, me decía en
una entrevista un militante de treinta y pico, de clase media, de Sao Paulo. No
sólo cuestionaban al PT, sino también a la oposición conservadora (como el PMDB
o los “tucanos”), y se mantenían distantes de la izquierda ubicada más allá de la
coalición gobernante (como el PSOL).
Protestas sin consignas claras, afirma un
análisis de El País de Montevideo. Una aseveración equivocada, ya que desde un
inicio había demandas específicas, enfocadas en el costo del transporte. Resuelto
ese tema, pasaron a enfocarse en otras cuestiones, como el rechazo a la
enmienda constitucional No 37 (PEC 37), que impediría a los fiscales investigar
crímenes (según los manifestantes esto favorecería la corrupción policial). Varios
apoyaron un anteproyecto de ley para la reforma política promovido por la
Conferencia de Obispos de Brasil, junto a la Orden de Abogados y el Movimiento
de Combate a la Corrupción Electoral. Su contenido es preciso, como por ejemplo
instalar Comités de Control Social de los Gastos Públicos.
Las movilizaciones no son anti-políticas como
dicen otros analistas, sino que expresan
una política distinta, que no quiere estar controlada y encauzada por
los partidos. Esto responde a una percepción generalizada que la derecha y la
izquierda partidarias han terminado siendo lo mismo, y al cansancio con sus
desempeños. “No sabemos muy bien en qué va a terminar esto, pero no le creemos
más a Dilma o a los políticos”, me reconocía un militante.
Un
lento divorcio
El distanciamiento de la
ciudadanía con el PT en particular, y con todos los partidos políticos en
general, no es un proceso repentino, sino que se ha cultivado a lo largo de los
últimos años. Es bien sabido que buena parte de los partidos albergaban la
corrupción y el clientelismo, a costa de gestiones conservadoras. El PT
prometió una y otra vez remontar esos problemas, pero cayó en situaciones
similares (incluyendo el procesamiento de muchos de sus dirigentes).
Me parece oportuno apelar a una experiencia
personal para demostrar que ese divorcio con la ciudadanía tiene una larga
historia (con algunas lecciones potenciales para Uruguay). Unos cuantos años
atrás, trabajando con organizaciones ciudadanas en uno de los estados de la
Amazonia, tuve que lidiar con un gobierno estadual del PT. En aquel apartado
rincón amazónico, a primera vista parecía que todo marchaba viento en popa:
crecimiento económico, compra de electrodomésticos, trabajo, etc.
Pero estando allí aparecía otra realidad:
familias que apenas superaban la pobreza, precariedad del empleo, pésimos
servicios en salud y educación, el agua de las canillas contaminada, y un
economicismo casi neoliberal. El mayor impacto fueron los talleres con el
gobierno estadual del PT. Mi tarea era presentar mecanismos de participación
popular para el control ambiental, ante lo cual, una de las más importantes
figuras del PT local me decía que no necesitaban ningún mecanismo de consulta
ciudadana, porque ellos “eran el pueblo”, y “sabían lo que el pueblo
necesitaba”. El resultado: nada se concretó.
Las tensiones locales persistieron, y en esa misma
ciudad, a pesar de su escasa población, el pasado fin de semana, 20 mil
personas protestaron. Lo hicieron superando la resistencia gubernamental (con
apoyo empresarial y sindical). Esa es una de las protestas que no aparecieron
en los grandes medios brasileños, ni se comentaron en Uruguay, pero que la
extensión de la rebeldía. Ejemplifica también el resultado de la petulancia de
muchos actores gubernamentales que se desvincularon de las bases sociales.
De esta manera, Brasil
vive una amplia reacción social. Sin duda es difícil predecir su futuro, pero
ya ha conseguido que muchos despertaran a la política. Y ese es un buen
comienzo.
Twitter: @EGudynas
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