HISTORIA DEL CEFERINO Y LA MARÍA NIEVES, DEL DÍA QUE
EL AGUA BROTÓ DE LA ROCA, DEL “CAMINO DE LOS NEGROS” Y UNAS
CUANTAS COSAS MÁS.
Escribe Juan José Pereyra Twitter@juano500
Quienes tengan más de cuarenta o cincuenta entenderán
rápidamente que el título- a propósito extremadamente
largo-recuerda a una de las más importantes películas de Leonardo
Favio.
¿Por qué? Porque mi amigo Jorge Méndez, nieto de Don Ceferino De Los Santos, fue quien me contó esta historia y es el máximo admirador que conozco del artista argentino-cineasta, escritor, cantante popular- recientemente fallecido.
A sus 83 años doña Lina, más conocida como Mecha, recuerda perfectamente el día que su padre “le dio el agua” a Pueblo 19 de Abril. Su hija Gricel Silva-hermana de Jorge-escribió lo que ella le dictó y lo publicó en Facebook días antes de la fiesta del Centenario, el pasado 21 de abril.
Lo que aquí se cuenta surge del testimonio de su hija y sus nietos, orgullosos de aquel terco y porfiado pocero y ladrillero que no bajó los brazos hasta que logró que una piedra “pariera” el agua dulce para su pueblo. Una varita “le decía” por dónde corría el agua.
¿Por qué? Porque mi amigo Jorge Méndez, nieto de Don Ceferino De Los Santos, fue quien me contó esta historia y es el máximo admirador que conozco del artista argentino-cineasta, escritor, cantante popular- recientemente fallecido.
A sus 83 años doña Lina, más conocida como Mecha, recuerda perfectamente el día que su padre “le dio el agua” a Pueblo 19 de Abril. Su hija Gricel Silva-hermana de Jorge-escribió lo que ella le dictó y lo publicó en Facebook días antes de la fiesta del Centenario, el pasado 21 de abril.
Lo que aquí se cuenta surge del testimonio de su hija y sus nietos, orgullosos de aquel terco y porfiado pocero y ladrillero que no bajó los brazos hasta que logró que una piedra “pariera” el agua dulce para su pueblo. Una varita “le decía” por dónde corría el agua.
DÍAS ENTEROS EN UN POZO
Desde su fundación y durante veinticinco años el agua
que se consumía era la del arroyo donde “proliferaban los animales
muertos” y se lavaba la ropa. Entonces un día, allá por el 1938,
don Ceferino decidió hacer un pozo en la plaza. Le dieron el permiso
y empezó. Doña Chela era una niña e iba a ver cómo trabajaba su
padre.
“Llegó a una profundidad de veinte metros y el agua no aparecía y la gente empezó a pedirle que dejara. Ceferino decía que había una piedra y que debajo de ella estaba el agua.
Siguió y siguió día tras día, tozudo como era, hasta que de repente el agua saltó y lo mojó. Fue mucha la alegría de él y de todos. Después empezó el peligroso trabajo de aforrarlo hasta que lo terminó. Le colocaron el molino, había agua para todo el pueblo gracias a su trabajo y esfuerzo”, cuenta doña Chela a través de Gricel.
Su nieto Jorge contó a El Este que “según parece, con una varita detectaba la zona donde él decía que el agua estaba cerca y ahí comenzaba a cavar, generalmente solo.
Esto al principio porque en la medida que el agua demoraba en aparecer la profundidad del pozo aumentaba.
Llegaba a hacer grandes profundidades porque era tozudo y después que empezaba una excavación no la dejaba”.
“Se colocaba una roldana y la tierra se retiraba en baldes. En ese pozo central que no cobró por abrir, cuenta mamá, a veces bajaba de día y lo subían de noche. En baldes la bajaban la comida. Hasta que el agua no aparecía el pozo no se apuntalaba por lo que el riesgo de derrumbe siempre existía y si llegaba a ocurrir, podía morirse.
Ese pozo tuvo la dificultad extra de una roca que tapaba la salida del agua por lo cual fue más profundo. Los vecinos comentaban que Ceferino se había equivocado, que allí no había agua.
“Llegó a una profundidad de veinte metros y el agua no aparecía y la gente empezó a pedirle que dejara. Ceferino decía que había una piedra y que debajo de ella estaba el agua.
Siguió y siguió día tras día, tozudo como era, hasta que de repente el agua saltó y lo mojó. Fue mucha la alegría de él y de todos. Después empezó el peligroso trabajo de aforrarlo hasta que lo terminó. Le colocaron el molino, había agua para todo el pueblo gracias a su trabajo y esfuerzo”, cuenta doña Chela a través de Gricel.
Su nieto Jorge contó a El Este que “según parece, con una varita detectaba la zona donde él decía que el agua estaba cerca y ahí comenzaba a cavar, generalmente solo.
Esto al principio porque en la medida que el agua demoraba en aparecer la profundidad del pozo aumentaba.
Llegaba a hacer grandes profundidades porque era tozudo y después que empezaba una excavación no la dejaba”.
“Se colocaba una roldana y la tierra se retiraba en baldes. En ese pozo central que no cobró por abrir, cuenta mamá, a veces bajaba de día y lo subían de noche. En baldes la bajaban la comida. Hasta que el agua no aparecía el pozo no se apuntalaba por lo que el riesgo de derrumbe siempre existía y si llegaba a ocurrir, podía morirse.
Ese pozo tuvo la dificultad extra de una roca que tapaba la salida del agua por lo cual fue más profundo. Los vecinos comentaban que Ceferino se había equivocado, que allí no había agua.
“COMO SI HUBIERA DESCUBIERTO PETRÓLEO”
Mi abuelo insistía que sí y hasta le dieron un plazo
de pocos días y después iba a quedar sin la ayuda de los vecinos.
Cuando rompió la roca, estalló como si hubiera descubierto
petróleo. El pozo está en el centro del pueblo, después se le
apuntaló y resultó realmente magnífico. Hoy Ose saca el agua de
allí. Según mamá hizo todos los pozos del pueblo, unos veinte”,
relata Jorge Méndez.
“También hizo el pozo del cementerio y muchos más. Quizás nadie se acuerde de este hombre porque era una persona humilde, era ladrillero, pero para su hija y para nosotros fue y será la más grande obra que se hizo, arriesgando su vida, sin cobrar nada, para que toda la gente del pueblo tuviera agua. Cuando nací mi abuelo había muerto, lo conocí por lo que me cuenta mi madre”, dice por su parte Grisel Silva.
“También hizo el pozo del cementerio y muchos más. Quizás nadie se acuerde de este hombre porque era una persona humilde, era ladrillero, pero para su hija y para nosotros fue y será la más grande obra que se hizo, arriesgando su vida, sin cobrar nada, para que toda la gente del pueblo tuviera agua. Cuando nací mi abuelo había muerto, lo conocí por lo que me cuenta mi madre”, dice por su parte Grisel Silva.
DON CEFERINO EL POCERO Y DOÑA MARÍA NIEVES,
LA QUINTERA.
“Recuerdo que ensillaba su tordillo y desaparecía
del rancho durante un tiempo contratado por las estancias para ubicar
agua.
Llegaba a hacer grandes profundidades porque era tozudo y después que empezaba una excavación no la dejaba.
En su rancho, con la única ayuda de la abuela, sacaba la tierra con gran esfuerzo. Tanto es así que ella se produjo una lesión de columna de la que nunca se recuperó.
Yo la conocí caminando doblada hacia delante, casi en ángulo recto…así la vi por treinta años. Hacía unas quintas magníficas y todos los años ganaba un premio que el pueblo daba a la mejor quinta familiar”, recuerda el nieto de nuestro héroe.
“María Nieves Posadas era su nombre, la quinta, una lechera, las gallinas, el horno de amasar, los boniatos asados.
Cuando no había pan, buenos eran los boniatos asados, porque como conté don Ceferino estaba un día o dos y desaparecía.
Llegaba a hacer grandes profundidades porque era tozudo y después que empezaba una excavación no la dejaba.
En su rancho, con la única ayuda de la abuela, sacaba la tierra con gran esfuerzo. Tanto es así que ella se produjo una lesión de columna de la que nunca se recuperó.
Yo la conocí caminando doblada hacia delante, casi en ángulo recto…así la vi por treinta años. Hacía unas quintas magníficas y todos los años ganaba un premio que el pueblo daba a la mejor quinta familiar”, recuerda el nieto de nuestro héroe.
“María Nieves Posadas era su nombre, la quinta, una lechera, las gallinas, el horno de amasar, los boniatos asados.
Cuando no había pan, buenos eran los boniatos asados, porque como conté don Ceferino estaba un día o dos y desaparecía.
“Tenía hora para el degüello”
Participó en la guerra de blancos y colorados, cayó
preso y tenía hora para el degüello y logró escapar con la ayuda
de un colorado…ahí dice que perdió el tordillo.
Otros tiempos, otras costumbres. Después llegó el progreso, aparecieron los molinos de viento para sustituir a los mecheros a kerosén que nos dejaban negra la nariz.
Con los cargadores apareció la radio, los radioteatros famosos, “Chicotazo”.
Mi madre vendía pan de gurisa en el pueblo, pan que amasaba la abuela porque parece que el abuelo no era hombre de dejar mucha plata en el rancho”, dice.
“La calle Rincón de los Negros está yendo hacia el Chuy a unas cuantas cuadras de la comisaría, en las afueras, y tiene varios kilómetros.
Al fondo de esa calle vivían unos negros que, según cuentan, fueron fundadores del pueblo. A diez cuadras más o menos de la ruta está la tapera donde yo nací (la casa del abuelo), ahora propiedad de los descendientes de uno de sus hijos ya fallecido, Artigas De los Santos, que también fue ladrillero como su padre y muy conocido en 19 de Abril”.
Otros tiempos, otras costumbres. Después llegó el progreso, aparecieron los molinos de viento para sustituir a los mecheros a kerosén que nos dejaban negra la nariz.
Con los cargadores apareció la radio, los radioteatros famosos, “Chicotazo”.
Mi madre vendía pan de gurisa en el pueblo, pan que amasaba la abuela porque parece que el abuelo no era hombre de dejar mucha plata en el rancho”, dice.
“La calle Rincón de los Negros está yendo hacia el Chuy a unas cuantas cuadras de la comisaría, en las afueras, y tiene varios kilómetros.
Al fondo de esa calle vivían unos negros que, según cuentan, fueron fundadores del pueblo. A diez cuadras más o menos de la ruta está la tapera donde yo nací (la casa del abuelo), ahora propiedad de los descendientes de uno de sus hijos ya fallecido, Artigas De los Santos, que también fue ladrillero como su padre y muy conocido en 19 de Abril”.
De la Rabdomancia a la Radiestesia
Por Claudio Ardohain
El hombre camina lentamente sobre el terreno. Lleva en
sus manos una rama de fresno bifurcada, tomada de dos de sus extremos
con las palmas hacia arriba. Está atento, pero no parece abstraído
ni especialmente concentrado. En determinado momento, inesperado aún
para él, el extremo libre de la vara se levanta como empujado por
una fuerza que viene de abajo. Vuelve sobre sus pasos y repite el
procedimiento. El movimiento de la vara es confirmado. Por allí pasa
una vena de agua a poca profundidad.
En el tiempo de nuestros abuelos era muy común la
contratación de rabdomantes para la mejor ubicación de la
perforación de un pozo de agua. El “arte del Zahorí” se refería
a individuos capacitados para detectar agua en profundidad a través
del movimiento de varas de madera flexible con forma de horquilla.
También podía utilizarse un sencillo péndulo que acusaba la
presencia y profundidad del agua con determinados códigos de
movimiento. En la actualidad, esta capacidad de percibir elementos
bajo el suelo ha dejado de ser una “mancia” para convertirse en
una ciencia: la radiestesia. La detección radiestésica se extiende
a todo tipo de materiales, fuerzas u objetos. Incluso puede
utilizarse en el diagnóstico de enfermedades o alteraciones
fisiológicas.
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