viernes, 4 de abril de 2014

La última encuesta de Cifra Daniel Chasquetti

Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.


La última encuesta de la empresa Cifra, dirigida por Luis Eduardo González, puede convertirse en un hito en la carrera presidencial. Por primera vez en diez años, las tendencias electorales parecen cambiar y ello seguramente generará impactos en las estrategias de camapaña.
En grandes líneas, los resultados del estudio muestran tres hallazgos significativos. Primero, el equilibrio entre bloques electorales parece romperse, pues la intención de voto sumada de los partidos de oposición supera en cinco puntos porcentuales a la alcanzada por el Frente Amplio (49% a 44%). Segundo, los márgenes de maniobra se angostan, pues la proporción de votantes indecisos ha caído (7%) pese a la distancia temporal que nos separa de la elección nacional. Tercero, existen movimientos electorales no previstos cuyo componente más relevante es la fuga de votantes de centro que viene sufriendo el Frente Amplio.
Si estas tendencias se mantienen inalteradas, cualquier observador más o menos imparcial podría aventurar la necesidad de realizar una segunda vuelta presidencial en noviembre y la elección de una legislatura sin mayorías monopartidistas. El resultado del balotaje tendría entonces un pronóstico reservado y terminaríamos con los favoritismos esculpidos en piedra.
Ante todo esto, la pregunta que sigue es casi de cajón: “¿qué está sucediendo con la campaña?”. No obstante, antes de avanzar y sobre todo para evitar malas interpretaciones conviene aclarar lo siguiente. Confirmar un hallazgo tan sustantivo como el que presenta Cifra (la modificación de sólidas tendencias mostradas por el electorado durante casi una década), requiere de la comparación con otras encuestas. Es decir, sería importante confrontar estos datos con nuevos estudios realizados por la misma empresa en los próximos meses, pero también compararlos con los encontrados por otras empresas en el mismo mes. Este tipo de exámenes podremos hacerlos en los próximos meses y echarán luz acerca de lo que efectivamente está sucediendo, No obstante, aún así, entiendo que el análisis que presento a continuación puede resultar útil para comprender cuáles son los comportamientos y decisiones que benefician o perjudican a los partidos y candidatos en la ardua tarea de conquistar el voto ciudadano.
En el Frente Amplio, la aparición de la candidatura de Constanza Moreira no ha sido inocua. La novel candidata representa un estado de ánimo bastante extendido en filas frentistas que exige renovación generacional y cambio en la forma de abordar diferentes cuestiones. En principio, su aparición como candidata fue vista como un acto de rebeldía que podría contribuir a evitar la fuga de votos por izquierda. De hecho, las encuestas confirman que desde que Moreira está en el ruedo la intención de voto de Unidad Popular, partido situado a la izquierda del Frente Amplio, tiende a disminuir hasta perderse en el universo difuso del margen de error de las encuestas. Sin embargo, su candidatura supone bastante más que un simple cerrojo por la puerta de izquierda, pues su discurso devela algunas cuestiones pendientes que el Frente Amplio y su gobierno no han querido o no han sabido procesar: ¿está bien lo que el país gasta en Defensa?, ¿está bien que los candidatos del Frente Amplio sean siempre los mismos?, ¿está bien que el sistema político postergue a las mujeres?, ¿está bien el cuoteo sectorial que realiza el Frente Amplio para cubrir los cargos de gobierno?, etc. Estos temas golpean la conciencia del votante mediano del Frente Amplio y generan un clima de confusión en ciertos sectores de la izquierda.
A Tabaré Vázquez, político con un olfato envidiable, la aparición de Constanza Moreira no le fue indiferente. Anticipó su regreso a la política (luego de un confuso retiro suscitado por declaraciones vinculadas al conflicto con Argentina), inició su campaña en pleno verano, cerró las fuentes de financiamiento partidario a la campaña de la otra candidata, y cultivó con éxito el apoyo del gobierno y de la dirección y estructura frentistas. Pero aún así, con un escenario tan favorable, no sabemos si por error estratégico o por simple orgullo, Tabaré Vázquez comenzó a competir con Moreira, mediante la construcción de un discurso orientado a capturar al público de izquierda. Propuso un 6% para la enseñanza, aun cuando el Congreso del Frente Amplio no tomó decisión al respecto y su eventual futuro ministro de economía, Danilo Astori, se opone a prometer cifras que puedan suponer un corset para el futuro gobierno. Explicó que la enseñanza no está tan mal y que los medios de comunicación exageran, pese a que para la opinión pública éste es un tema de preocupación y que para los frentistas representa un debe ineludible que un futuro gobierno de izquierda debería resolver de una vez y para siempre. Y lo mismo ocurre con temas donde el gobierno ha recibido reparos o críticas como la seguridad, la vivienda o la inversión en infraestructura. O sea, Vázquez fue a la izquierda con el ánimo de no perder votos con su débil rival de turno, pero no se percató que podría perderlos por el centro.
Pero hay más. Desde el entorno de Moreira y desde las páginas y portales de ciertos medios de prensa cuestionadores de la izquierda, comenzó a tejerse una sostenida campaña tendiente a modificar la imagen pública del candidato. Aquella visión del líder responsable, audaz y con sensibilidad social, dejó paso a la de un candidato con pocas novedades discursivas (más de lo mismo) y con soluciones programáticas limitadas por los equilibrios internos del Frente Amplio. Todo ello vuelve a Vázquez un candidato inaceptable para una parte del voto “duro” de izquierda, pero también lo vuelve poco atractivo para los votantes de centro de este partido. Las críticas se amontonan y apuntan a su avanzada edad; su posición sobre temas polémicos como el aborto, la relación con Estados Unidos o la legalización de las drogas; el hecho de ser el único candidato que tiene guardaespaldas, etc. etc. Con paciencia milenaria, la gota degrada a la roca.
Por tanto, tenemos un candidato que debería ganar cómodamente la interna de su partido, pero que por algún motivo no explicitado se corre a la izquierda en la búsqueda de votos prescindibles. Al mismo tiempo recibe dardos de sus contrincantes que erosionan su imagen pública. No tengo claro si sus asesores se han percatado de esta situación, pero lo cierto es que de manera casi insólita, Vázquez comienza a tener problemas y abre así interrogantes respecto al resultado de la elección. Cuanto más a la izquierda va y cuántas más críticas recibe sobre su estilo y opiniones, menos atractivo luce ante los ojos del electorado de centro. Si todo esto es así, la encuesta de Luis Eduardo González, no haría otra cosa que confirmar el efecto de estos fenómenos. Evidencia empírica que respalda los razonamientos lógicos.
¿Puede esto cambiar? Sí, claro está, la política es el arte de lo imposible. La situación de Vázquez y del Frente Amplio no es tan grave como para asumir un tono lapidario. Vázquez tiene tiempo para retornar a la senda que transitó hace diez años. Tal vez ganarle a Moreira por menos distancia y recuperar el centro del espectro político donde él se siente más cómodo.
El electorado suele moverse lentamente. Algunas encuestas muestran que los votantes decididos pueden volverse indecisos y más tarde asumir una nueva preferencia. Nadie pasa de un partido a otro en un santiamén. El uruguayo típico no resuelve a quién votar sentado frente a la televisión. Por el contrario, es sensible a su ambiente y en ello influye el estado de ánimo y la moral de sus relaciones primarias. El Frente Amplio hasta ahora no ha logrado crear clima ni el ambiente propicio para incorporar a sus simpatizantes a la aventura de alcanzar un tercer gobierno. Los actos de Vázquez son eventos a los cuales concurre la estructura partidaria y los militantes consagrados. En los de Moreira confluyen los decepcionados de izquierda y los jóvenes votantes que aspiran a que la izquierda recupere la vieja mística de utopía y rebeldía. Pero el gran público, la gran masa de votantes frentistas, que otrora poblara plazas y avenidas, permanece en sus hogares, preocupada por los asuntos cotidianos y sin entender muy bien qué es lo que se viene.
Es cierto que las elecciones internas suelen ser poco atractivas para el votante de izquierda, tal vez porque nunca participaron en una contienda realmente reñida, como sí ha ocurrido con los partidos fundacionales (Batlle vs. Hierro en 1999, Larrañaga vs. Lacalle en 2004 y 2009). Sin embargo, en junio se resolverán muchas cosas importantes para el futuro del Frente Amplio (por ejemplo, la correlación de fuerzas entre los sectores determinará qué tipo de candidato a vicepresidente tendrá Tabaré Vázquez). Se cometería un error muy grave si el entorno de Vázquez explicara la caída en las encuestas, la escasa movilización o la falta de entusiasmo por un mero efecto de las reglas de juego. Es muy probable que los problemas tengan que ver con errores propios, con decisiones no acertadas o con una escasa capacidad de intuir el estado de ánimo de los votantes. La encuesta no es infalible, como muy bien lo ha aclarado quien la hizo, pero puede estar anunciando cambios sustantivos. Los hechos y fenómenos descriptos se ajustan a esos resultados y prenden una luz de alarma en los hasta ahora seguros ganadores.

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