Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
La última encuesta de la
empresa Cifra, dirigida por Luis Eduardo González, puede convertirse en
un hito en la carrera presidencial. Por primera vez en diez años, las
tendencias electorales parecen cambiar y ello seguramente generará
impactos en las estrategias de camapaña.
En grandes líneas, los resultados del estudio
muestran tres hallazgos significativos. Primero, el equilibrio entre
bloques electorales parece romperse, pues la intención de voto sumada de
los partidos de oposición supera en cinco puntos porcentuales a la
alcanzada por el Frente Amplio (49% a 44%). Segundo, los márgenes de
maniobra se angostan, pues la proporción de votantes indecisos ha caído
(7%) pese a la distancia temporal que nos separa de la elección
nacional. Tercero, existen movimientos electorales no previstos cuyo
componente más relevante es la fuga de votantes de centro que viene
sufriendo el Frente Amplio.
Si estas tendencias se mantienen
inalteradas, cualquier observador más o menos imparcial podría aventurar
la necesidad de realizar una segunda vuelta presidencial en noviembre y
la elección de una legislatura sin mayorías monopartidistas. El
resultado del balotaje tendría entonces un pronóstico reservado y
terminaríamos con los favoritismos esculpidos en piedra.
Ante todo esto, la pregunta que sigue es
casi de cajón: “¿qué está sucediendo con la campaña?”. No obstante,
antes de avanzar y sobre todo para evitar malas interpretaciones
conviene aclarar lo siguiente. Confirmar un hallazgo tan sustantivo como
el que presenta Cifra (la modificación de sólidas tendencias mostradas
por el electorado durante casi una década), requiere de la comparación
con otras encuestas. Es decir, sería importante confrontar estos datos
con nuevos estudios realizados por la misma empresa en los próximos
meses, pero también compararlos con los encontrados por otras empresas
en el mismo mes. Este tipo de exámenes podremos hacerlos en los próximos
meses y echarán luz acerca de lo que efectivamente está sucediendo, No
obstante, aún así, entiendo que el análisis que presento a continuación
puede resultar útil para comprender cuáles son los comportamientos y
decisiones que benefician o perjudican a los partidos y candidatos en la
ardua tarea de conquistar el voto ciudadano.
En el Frente Amplio, la aparición de la
candidatura de Constanza Moreira no ha sido inocua. La novel candidata
representa un estado de ánimo bastante extendido en filas frentistas que
exige renovación generacional y cambio en la forma de abordar
diferentes cuestiones. En principio, su aparición como candidata fue
vista como un acto de rebeldía que podría contribuir a evitar la fuga de
votos por izquierda. De hecho, las encuestas confirman que desde que
Moreira está en el ruedo la intención de voto de Unidad Popular, partido
situado a la izquierda del Frente Amplio, tiende a disminuir hasta
perderse en el universo difuso del margen de error de las encuestas. Sin
embargo, su candidatura supone bastante más que un simple cerrojo por
la puerta de izquierda, pues su discurso devela algunas cuestiones
pendientes que el Frente Amplio y su gobierno no han querido o no han
sabido procesar: ¿está bien lo que el país gasta en Defensa?, ¿está bien
que los candidatos del Frente Amplio sean siempre los mismos?, ¿está
bien que el sistema político postergue a las mujeres?, ¿está bien el
cuoteo sectorial que realiza el Frente Amplio para cubrir los cargos de
gobierno?, etc. Estos temas golpean la conciencia del votante mediano
del Frente Amplio y generan un clima de confusión en ciertos sectores de
la izquierda.
A Tabaré Vázquez, político con un olfato
envidiable, la aparición de Constanza Moreira no le fue indiferente.
Anticipó su regreso a la política (luego de un confuso retiro suscitado
por declaraciones vinculadas al conflicto con Argentina), inició su
campaña en pleno verano, cerró las fuentes de financiamiento partidario a
la campaña de la otra candidata, y cultivó con éxito el apoyo del
gobierno y de la dirección y estructura frentistas. Pero aún así, con un
escenario tan favorable, no sabemos si por error estratégico o por
simple orgullo, Tabaré Vázquez comenzó a competir con Moreira, mediante
la construcción de un discurso orientado a capturar al público de
izquierda. Propuso un 6% para la enseñanza, aun cuando el Congreso del
Frente Amplio no tomó decisión al respecto y su eventual futuro ministro
de economía, Danilo Astori, se opone a prometer cifras que puedan
suponer un corset para el futuro gobierno. Explicó que la enseñanza no
está tan mal y que los medios de comunicación exageran, pese a que para
la opinión pública éste es un tema de preocupación y que para los
frentistas representa un debe ineludible que un futuro gobierno de
izquierda debería resolver de una vez y para siempre. Y lo mismo ocurre
con temas donde el gobierno ha recibido reparos o críticas como la
seguridad, la vivienda o la inversión en infraestructura. O sea, Vázquez
fue a la izquierda con el ánimo de no perder votos con su débil rival
de turno, pero no se percató que podría perderlos por el centro.
Pero hay más. Desde el entorno de
Moreira y desde las páginas y portales de ciertos medios de prensa
cuestionadores de la izquierda, comenzó a tejerse una sostenida campaña
tendiente a modificar la imagen pública del candidato. Aquella visión
del líder responsable, audaz y con sensibilidad social, dejó paso a la
de un candidato con pocas novedades discursivas (más de lo mismo) y con
soluciones programáticas limitadas por los equilibrios internos del
Frente Amplio. Todo ello vuelve a Vázquez un candidato inaceptable para
una parte del voto “duro” de izquierda, pero también lo vuelve poco
atractivo para los votantes de centro de este partido. Las críticas se
amontonan y apuntan a su avanzada edad; su posición sobre temas
polémicos como el aborto, la relación con Estados Unidos o la
legalización de las drogas; el hecho de ser el único candidato que tiene
guardaespaldas, etc. etc. Con paciencia milenaria, la gota degrada a la
roca.
Por tanto, tenemos un candidato que
debería ganar cómodamente la interna de su partido, pero que por algún
motivo no explicitado se corre a la izquierda en la búsqueda de votos
prescindibles. Al mismo tiempo recibe dardos de sus contrincantes que
erosionan su imagen pública. No tengo claro si sus asesores se han
percatado de esta situación, pero lo cierto es que de manera casi
insólita, Vázquez comienza a tener problemas y abre así interrogantes
respecto al resultado de la elección. Cuanto más a la izquierda va y
cuántas más críticas recibe sobre su estilo y opiniones, menos atractivo
luce ante los ojos del electorado de centro. Si todo esto es así, la
encuesta de Luis Eduardo González, no haría otra cosa que confirmar el
efecto de estos fenómenos. Evidencia empírica que respalda los
razonamientos lógicos.
¿Puede esto cambiar? Sí, claro está, la
política es el arte de lo imposible. La situación de Vázquez y del
Frente Amplio no es tan grave como para asumir un tono lapidario.
Vázquez tiene tiempo para retornar a la senda que transitó hace diez
años. Tal vez ganarle a Moreira por menos distancia y recuperar el
centro del espectro político donde él se siente más cómodo.
El electorado suele moverse lentamente.
Algunas encuestas muestran que los votantes decididos pueden volverse
indecisos y más tarde asumir una nueva preferencia. Nadie pasa de un
partido a otro en un santiamén. El uruguayo típico no resuelve a quién
votar sentado frente a la televisión. Por el contrario, es sensible a su
ambiente y en ello influye el estado de ánimo y la moral de sus
relaciones primarias. El Frente Amplio hasta ahora no ha logrado crear
clima ni el ambiente propicio para incorporar a sus simpatizantes a la
aventura de alcanzar un tercer gobierno. Los actos de Vázquez son
eventos a los cuales concurre la estructura partidaria y los militantes
consagrados. En los de Moreira confluyen los decepcionados de izquierda y
los jóvenes votantes que aspiran a que la izquierda recupere la vieja
mística de utopía y rebeldía. Pero el gran público, la gran masa de
votantes frentistas, que otrora poblara plazas y avenidas, permanece en
sus hogares, preocupada por los asuntos cotidianos y sin entender muy
bien qué es lo que se viene.
Es cierto que las elecciones internas
suelen ser poco atractivas para el votante de izquierda, tal vez porque
nunca participaron en una contienda realmente reñida, como sí ha
ocurrido con los partidos fundacionales (Batlle vs. Hierro en 1999,
Larrañaga vs. Lacalle en 2004 y 2009). Sin embargo, en junio se
resolverán muchas cosas importantes para el futuro del Frente Amplio
(por ejemplo, la correlación de fuerzas entre los sectores determinará
qué tipo de candidato a vicepresidente tendrá Tabaré Vázquez). Se
cometería un error muy grave si el entorno de Vázquez explicara la caída
en las encuestas, la escasa movilización o la falta de entusiasmo por
un mero efecto de las reglas de juego. Es muy probable que los problemas
tengan que ver con errores propios, con decisiones no acertadas o con
una escasa capacidad de intuir el estado de ánimo de los votantes. La
encuesta no es infalible, como muy bien lo ha aclarado quien la hizo,
pero puede estar anunciando cambios sustantivos. Los hechos y fenómenos
descriptos se ajustan a esos resultados y prenden una luz de alarma en
los hasta ahora seguros ganadores.
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