EL CABALLERO DE UN CABALLERO: 20 años de “Lo que queda del día”.
por Amilcar Nochetti
Semanario Voces
Jorge Abbondanza comentó cierta vez,
haciendo gala de su habitual precisión, que “los
ingleses tienen una frase hipócrita para definir a un mayordomo: el caballero
de un caballero. Aluden con ello a la compostura, la conducta impecable y el
airoso acento con que habla la gente de ese oficio, aunque con ello no dicen
que en verdad se trata de un sirviente”. Esa incómoda situación quedó
claramente reflejada en Lo que queda del
día, film que cumple dos décadas luego de dividir a la crítica, que no dudó
en calificarla de “obra maestra”, pero también de “anticuado producto formal”.
La película cuenta la historia de Stevens
(Anthony Hopkins), mayordomo perfecto que comanda el ejército de sirvientes,
cocineros y limpiadores que trabajan en el castillo de Lord Darlington (James
Fox) en 1935. Pero más allá que Stevens sea un empleado modelo, lo que lo
distingue del resto de sus colegas es su capacidad para ignorar voluntariamente
lo que dicen o hacen sus patrones. En esa actitud no debe registrarse un
premeditado doblez de su parte, sino que es la lógica consecuencia de la
educación que ha recibido desde la cuna: lo que hagan o dejen de hacer los
señores no le corresponde conocerlo, y mucho menos juzgarlo. La consecuencia de
tal conducta es atroz, porque implica que Stevens renuncia a las emociones, y
sólo vive en función de sus tareas cotidianas. Por eso le tienen sin cuidado las
simpatías pro-nazis de Lord Darlington, y no lo afecta demasiado pasar a
depender más tarde de un amo estadounidense nuevo y más joven (Christopher
Reeve). Lamentablemente tampoco sabrá advertir a la sugestiva Miss Kenton (Emma
Thompson), el ama de llaves que poco a poco se enamora de Stevens sin que éste
lo advierta. Cuando se percata de ello ya es muy tarde, porque ese despojo
viviente ha sido educado para reprimir todo impulso humano, robotizado por una
clase dominante a la que sólo le interesa disponer indefinidamente de sus
servicios.
Stevens es uno de los personajes más
complejos y fascinantes de la historia del cine británico. Como ser humano es
una nulidad, pero sin embargo cumple con su deber a la perfección. Aunque a
primera vista no lo parezca, tiene reminiscencias del coronel Nicholson que
Alec Guinness compuso en El puente sobre
el río Kwai de David Lean, ya que ambos ejercen un admirable control en
todos los tejes y manejes de su profesión, aunque la consecuencia de esa
destreza termine por derivar en una abyecta forma de la subsistencia y la
obediencia debida. Por si fuera poco, en esa vorágine Stevens ha perdido todo
rastro de libertad individual, y aunque no le han borrado sus sentimientos, sí le
bloquearon la facultad para manifestarlos. Así Stevens perderá a Miss Kenton,
quien pudo ser el amor de su vida, dejándola ir en silencio, sin traicionar jamás
su impecable formalidad.
Lo
que queda del día está basada en una gran novela del japonés Kazuo
Ishiguro, que en ella parece querer ridiculizar un determinado concepto de Gran
Bretaña. La reserva con la que se asocia habitualmente a un cierto sector
social de los ingleses se revela en su novela como un ocultamiento fallido de
las emociones, y es esa intención de Ishiguro la que el film captura a la
perfección, más allá de su premeditado detallismo formal. El resultado es una
cumbre del director James Ivory, su productor Ismail Merchant y la libretista Ruth
Prawer Jhabvala, que ya antes habían clavado el puñal, con mayor o menor
suerte, en varias taras de la sociedad anglosajona: Los europeos y Amarás a un extraño,
sobre Henry James, Un amor en Florencia,
Maurice y La mansión Howard, sobre
E. M. Forster. Pero en ninguno de esos casos habían logrado una comprensión tan
íntima y penetrante de un original literario eminente.
La inteligencia de los autores se revela
fundamentalmente en el enfoque que hacen de Stevens, omnipresente en cada escena
del film. A pesar de su evidente ambigüedad (o quizás debido a ella), en lo que
Stevens nos revela se entremezclan elementos de contradicción, disimulo y mala
memoria. Debido a la dependencia de Stevens al ocultamiento, el espectador se
ve obligado a concentrarse en otros factores, que hacen que a la larga el
mayordomo no parezca del todo confiable, en especial en lo que respecta a las
reacciones de los demás personajes ante muchas de las situaciones narradas. En
ese aspecto Miss Kenton resulta muy valiosa a la hora de detectar las grietas
subyacentes en esa actitud tan “profesional” del protagonista.
Parece haber un divorcio entre los hechos
que la cámara nos muestra y cómo Stevens los siente. Por ese camino película y
novela reflejan los límites de la memoria pública y privada, y es por allí que
se cuelan algunas reflexiones que con frecuencia tienden a olvidarse: por
ejemplo, que alguna vez la relación entre Gran Bretaña y la Alemania nazi fue
muy distinta de la que registran hoy los libros de texto. Pero al mismo tiempo
que el film duda de la historia oficial, también deconstruye la fiabilidad de
la historia personal, y por ese camino Ivory, Merchant y Jhabvala arriban al núcleo
de la propuesta de Ishiguro: la memoria personal es una descripción de la
Historia tan insatisfactoria como la memoria pública, y la verdad yace en un
lugar intermedio entre la subjetividad sesgada del relato personal y la objetividad
-más allá de límites- del recuerdo público.
En medio de ello se debaten Stevens y Miss
Kenton, que buscan, sin saber muy bien cómo, la compensación o el consuelo por
pérdidas o errores del pasado. La mujer exhibe una profunda sed de consuelo y verdad,
y descubre las tensiones que hay entre ambos. Es por ella que llegamos a
compadecernos de Stevens, que en ningún momento lleva a buen término la
búsqueda de alguna clase de verdad emotiva o personal. La relación entre ambos
protagonistas es la mayor genialidad del film, porque va quedando en el aire a
través de un ramillete de escenas bellísimas, que marcan los encuentros casi
mudos de una pareja destinada a fracasar por inacción, mientras los sutilísimos
avances de la mujer son vencidos uno a uno por la estólida rigidez del hombre.
Esa delicada tela de araña envuelve a su vez al retrato colectivo que rodea a
Stevens y Miss Kenton, y es un segundo logro imperecedero del film. El tercero
es su magnífico elenco, presidido por la extrema agudeza de Emma Thompson y la proeza
de Anthony Hopkins en el mayor rol de su ilustre carrera. Del habitual gesto
impermeable hasta la incomodidad reflejada al verse descubierto leyendo un
libro inesperado, o la mirada patética lanzada desde el ómnibus al comprender
sin palabras que perdió para siempre a Miss Kenton, lo de Hopkins es para el
mejor de los recuerdos, y comunica al espectador la definitiva tristeza de una
vida tirada por el suelo, entre la rutina, el infortunio y la mansedumbre. Lo que queda del día es un film que no
debería olvidarse.
Cuadro: CORTO URUGUAYO GANA TRES PREMIOS EN
FLORIANÓPOLIS.
Uruguay y Argentina se llevaron los
máximos premios del Florianópolis Audiovisual Mercosul 2013. El corto uruguayo Monstruo de Carlos Morelli recibió tres
trofeos, dos de ellos para sus actores Roberto Jones y Roberto Suárez, y un
tercero para el fotógrafo Diego Varela. Por su parte, el corto argentino Lobo está de Hugo Curletto y Marcos
Altamirano también se hizo acreedor a tres galardones (mejor corto de la muestra,
mejor ficción y mejor montaje). El largometraje documental vencedor fue Dossier Jango de Paulo Henrique
Fontenelle, sobre la sospechosa muerte por paro cardíaco del derrocado
presidente brasileño Joao Goulart. El film se exhibirá en octubre en el Festival
de Cine de Montevideo, donde será presentado por el hijo del fallecido político.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario