El libro que revela el lado oscuro de la belleza
Con el entrecruzamiento de las biografías de Helena
Rubinstein y Eugène Schueller, fundador de L'Oréal, un nuevo libro
desentraña la turbia historia de la cosmética. Todo lo que hay detrás de la industria de más glamorosa del mundo
Infobae
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La judía polaca Helena Rubinstein (1870-1965) y el químico francés Eugène Schueller
(1881-1957), fundador de L'Oreal, tuvieron a lo largo de sus vidas
ambiciones y objetivos que los paraban en veredas antagonistas, pero, a
la vez, vivieron existencias paralelas.
Es en la trastienda de estos dos perspicaces y triunfadores empresarios de las tinturas para el cabello y las cremas que se esconden historias de codicia, corrupción y antisemitismo, y que el libro La cara oculta de la belleza se propuso develar.
"La Rubinstein", como bien la llamaríamos por estos días, o "Madame", como todos la conocían en su época, nació en una familia pobre polaca y tuvo una infancia y juventud de muchas privaciones. Pero esa historia dista mucho del cuento de hadas que ella misma se encargó de contar.
Es que entre la humilde emigrante polaca que abrió su primer salón de belleza en Melbourne, Australia -donde había "huido" para escapar al mandato familiar del matrimonio arreglado- a la ostentosa mujer dueña de locales en Londres, Paris y Nueva York en la que se convirtió había pasado mucho agua bajo el puente. Y todo en una época en la que a ninguna mujer que se precie de ser "decente" se le ocurría maquillarse el rostro.
Del otro lado, Eugène Schueller, creador del otro gran imperio de la cosmética del siglo XX: L'Oréal. Un hombre autoritario, según lo describe el libro de la escritora, periodista e historiadora inglesa Ruth Brandon, iniciaba sus investigaciones para crear la primera tintura para el cabello sin daños para la salud al fondo del patio trasero donde la mismísima Rubinstein armaba su primer salón en Paris, en 1908. El joven alquilaba una pequeña habitación que usaba como laboratorio, sin saber que allí tendría lugar la verdadera revolución de la belleza.
Como si sus caminos hubieran estado cruzados desde siempre, Schueller explotó su talento y amasó su fortuna en el campo de la ciencia. Y esa era, quizá, la más radical diferencia entre ellos: él era científico, ella no.
Lo que identifica a Schueller y a Rubinstein es que ambos nacieron pobres, trabajaron duro y adivinaron a comienzos del siglo XX la importancia del embellecimiento femenino y vieron en la materia un filón inagotable.
Antes de L´Oréal y Rubinstein eran los grandes peinados, las hermosas telas, piedras preciosas, colirio, colores y fragancias naturales lo que marcaba la diferencia, pero al iniciarse la maquinaria publicitaria de las grandes compañías de la "belleza", fueron éstas las que se encargaron de dictar a la sociedad cuál es la fórmula perfecta, la hidratación perfecta, la que no tapa el poro, el producto que brilla, no brilla, que es opaco, verde, morado, o color bronce, para un tipo de piel seca, grasa o normal y, que además se ajuste al tono de cada quien; estas empresas idearon centenares de productos (cremas faciales, lociones, tintes capilares) y, sobre todo, generaron la necesidad de consumirlos. Fue con Rubinstein, por ejemplo, que las mujeres supieron que su piel podía ser "normal, seca o grasa" y que podían usar cremas "de día o noche".
Aunque nunca se conocieron, Rubinstein y Schueller llevaron vidas paralelas, y después de sus muertes, sus legados quedaron vinculados, cuando el conglomerado L'Oréal compró el nombre de Rubinstein, en 1988.
Bien puede decirse que su denso entramado de rivalidades nos conduce a reflexionar sobre la desmesurada mercantilización de la imagen en nuestra sociedad y los artificiales estándares de belleza.
Es que el hecho de que L'Oréal absorbiese la empresa fundada por Rubinstein es algo que la autora resalta en la introducción del libro, porque Helena era una judía polaca de muy humilde familia y el químico francés, si bien también había nacido en una familia modesta, se mostró particularmente receptivo a las ideas fascistas, siendo este antagonismo algo que les sobrevivió.
Y aunque ambos llevaran mucho tiempo bajo tierra cuando una empresa fagocitó a la otra, sus discrepancias desencadenaron una serie de escándalos que, lejos de lo que parecería concernir a la industria cosmética (y a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en la alta costura), incluyeron relaciones turbias con la política de la época.
El libro tiene un bonus track en el que la autora evalúa la industria de la belleza moderna, la cirugía, los tratamientos faciales y la influencia de la fotografía a la hora de distorsionar nuestra percepción de la belleza. Nos obliga así a reflexionar sobre la mercantilización de la imagen y los artificiales estándares que la sociedad nos propone.
Es en la trastienda de estos dos perspicaces y triunfadores empresarios de las tinturas para el cabello y las cremas que se esconden historias de codicia, corrupción y antisemitismo, y que el libro La cara oculta de la belleza se propuso develar.
"La Rubinstein", como bien la llamaríamos por estos días, o "Madame", como todos la conocían en su época, nació en una familia pobre polaca y tuvo una infancia y juventud de muchas privaciones. Pero esa historia dista mucho del cuento de hadas que ella misma se encargó de contar.
Es que entre la humilde emigrante polaca que abrió su primer salón de belleza en Melbourne, Australia -donde había "huido" para escapar al mandato familiar del matrimonio arreglado- a la ostentosa mujer dueña de locales en Londres, Paris y Nueva York en la que se convirtió había pasado mucho agua bajo el puente. Y todo en una época en la que a ninguna mujer que se precie de ser "decente" se le ocurría maquillarse el rostro.
Del otro lado, Eugène Schueller, creador del otro gran imperio de la cosmética del siglo XX: L'Oréal. Un hombre autoritario, según lo describe el libro de la escritora, periodista e historiadora inglesa Ruth Brandon, iniciaba sus investigaciones para crear la primera tintura para el cabello sin daños para la salud al fondo del patio trasero donde la mismísima Rubinstein armaba su primer salón en Paris, en 1908. El joven alquilaba una pequeña habitación que usaba como laboratorio, sin saber que allí tendría lugar la verdadera revolución de la belleza.
Como si sus caminos hubieran estado cruzados desde siempre, Schueller explotó su talento y amasó su fortuna en el campo de la ciencia. Y esa era, quizá, la más radical diferencia entre ellos: él era científico, ella no.
Lo que identifica a Schueller y a Rubinstein es que ambos nacieron pobres, trabajaron duro y adivinaron a comienzos del siglo XX la importancia del embellecimiento femenino y vieron en la materia un filón inagotable.
Antes de L´Oréal y Rubinstein eran los grandes peinados, las hermosas telas, piedras preciosas, colirio, colores y fragancias naturales lo que marcaba la diferencia, pero al iniciarse la maquinaria publicitaria de las grandes compañías de la "belleza", fueron éstas las que se encargaron de dictar a la sociedad cuál es la fórmula perfecta, la hidratación perfecta, la que no tapa el poro, el producto que brilla, no brilla, que es opaco, verde, morado, o color bronce, para un tipo de piel seca, grasa o normal y, que además se ajuste al tono de cada quien; estas empresas idearon centenares de productos (cremas faciales, lociones, tintes capilares) y, sobre todo, generaron la necesidad de consumirlos. Fue con Rubinstein, por ejemplo, que las mujeres supieron que su piel podía ser "normal, seca o grasa" y que podían usar cremas "de día o noche".
Aunque nunca se conocieron, Rubinstein y Schueller llevaron vidas paralelas, y después de sus muertes, sus legados quedaron vinculados, cuando el conglomerado L'Oréal compró el nombre de Rubinstein, en 1988.
Bien puede decirse que su denso entramado de rivalidades nos conduce a reflexionar sobre la desmesurada mercantilización de la imagen en nuestra sociedad y los artificiales estándares de belleza.
Es que el hecho de que L'Oréal absorbiese la empresa fundada por Rubinstein es algo que la autora resalta en la introducción del libro, porque Helena era una judía polaca de muy humilde familia y el químico francés, si bien también había nacido en una familia modesta, se mostró particularmente receptivo a las ideas fascistas, siendo este antagonismo algo que les sobrevivió.
Y aunque ambos llevaran mucho tiempo bajo tierra cuando una empresa fagocitó a la otra, sus discrepancias desencadenaron una serie de escándalos que, lejos de lo que parecería concernir a la industria cosmética (y a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en la alta costura), incluyeron relaciones turbias con la política de la época.
El libro tiene un bonus track en el que la autora evalúa la industria de la belleza moderna, la cirugía, los tratamientos faciales y la influencia de la fotografía a la hora de distorsionar nuestra percepción de la belleza. Nos obliga así a reflexionar sobre la mercantilización de la imagen y los artificiales estándares que la sociedad nos propone.
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