Opinión GABRIEL PEREYRA
Hundidos en la mierda
El Observador
En todos los barrios de Montevideo reina el desconcierto acerca de qué deben hacer las madres con sus hijos que van a la enseñanza pública porque nadie les informa debidamente
+ Gabriel Pereyra @gabrielhpereyra
El siguiente es un mensaje de texto que la empleada de una compañera de trabajo le acaba de enviar creyendo que ella, que es periodista, podría responderle, ¡oh, pobre ilusa!: “En el liceo 11 no fueron los profesores de primer año. Solo tres de tercero. Me contestaron que lo mande mañana por si hay algún profesor. ¿Es así?”.
En todos los barrios las madres, en general de los hogares más pobres, están con el mismo desconcierto, algunas desesperadas, tratando de ver adónde dejan a sus hijos para poder ir a trabajar porque no hay clases en los liceos y ahora tampoco en algunas escuelas. ¿En cuáles? En algunas, entérese.
El verso es que los liceos igual abren, pero en realidad en algunos liceos los mandan para atrás, en otros los pibes van y terminan en la calle, en otros es un caos. Y en algunas escuelas que están cerradas los chiquilines suelen ir a comer. La maestra y dirigente sindical, evidentemente más dirigente sindical que maestra, Rachel Bruschera, aclaró que ellas, las maestras, las dirigentes sindicales, no son responsables de darles de comer a los muchachos. Que los comedores igual deberían abrir aunque en realidad para abrir debería haber una docente que controlara y que todo eso deberían disponerlo las autoridades y bla bla bla.
Todo un embrollo que lo único que tiene de cierto es que las autoridades deberían tomar las riendas. Las autoridades que han sido un desastre desde que comenzó el gobierno. Entre militantes y pusilánimes, algunos removidos por el propio gobierno, otros de viaje en medio del caos, otros pintados, autoridades de un gobierno que proclamó educación, educación y otra vez educación.
No entiendo cómo una sociedad que se ha movilizado por la seguridad, por el aborto, por otros temas sensibles no atina a reaccionar con un asunto que nos está hipotecando el futuro por décadas. Está generando un tapón en las posibilidades de crecimiento de toda la sociedad, creando una legión de inempleables, una cantera para la delincuencia, un país de lacras.
Claro, y en esto no hay resentimiento ni un sentimiento clasista sino la constatación de lo que ha sido la historia del país en las últimas décadas y que ha degenerado en esta educación que tenemos y a la que, obviamente, las clases dirigentes no mandan a sus hijos: allí van los pobres, y los pobres, no importa si mandan los rojos, los azules o los verdes, están jodidos.
Los pobres han estado jodidos en todos los tiempos y cuando están muy jodidos y reúnen ciertas condiciones (no solo pobreza y marginalidad) de reaccionar a ese estado de marginación inmoral a que los somete el resto, algunos, por suerte por ahora solo algunos, estallan en una esquina oscura, en la puerta de algún comercio o en alguna casa de esos “enemigos” que, teniendo el sartén por el mango, nunca hicieron nada para que él, y su hermano, y sus hijos, no se hundieran en la mierda sin retorno de la ignorancia. Los más pobres chapotean cada día en esa mierda sin que nadie les tienda una mano mientras que los gremios paran un servicio esencial en reclamo de más dinero, un gobierno sin cojones demora en declarar la alarma nacional y el resto, con los bolsillos aún satisfechos por la bonanza, mira para otro lado. Más temprano que tarde nos llegará a todos la hora del llanto.
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