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lunes, 4 de marzo de 2024

Columna La aventura del tango El que fue de sombras por Antonio Pippo

 

Hay un hermoso poema de Amanda Berenguer, Primavera, que termina con estas dos líneas: Y hay veces, entre otras, tan serenas,/ en que vamos de sombra… y no se ve.

Es un misterio que impacta en nuestra memoria, al releerlo, para avivar un recuerdo. Me trajo la imagen de un bandoneonista que no fue famoso —solo logró un modesto reconocimiento recortado en el tiempo—, suerte de arbitrariedad no querida pues el contexto del poema de Amanda nada tiene que ver con el tango ni sus intérpretes. Pero pasó y he sentido el impulso de contarlo.

Antonio Pisano nació en Calabria, Italia, en 1940, y llegó con 8 años a Buenos Aires junto a su familia inmigrante. El padre era acordeonista, pero Antonito, como se le conoció siempre, se enamoró aún niño del bandoneón, por un amigo de la casa, aficionado, que lo tocaba. Aprendió lo esencial en una academia hasta los 14 años y a los 16 se lanzó a recorrer cafetines y clubes barriales acompañando cantores que hacían sus primeras armas. Integró varias orquestas sin renombre y formó un trío con un pianista y un guitarrista para dar marco a las voces de Armando Rivas, José Dobaro, Cristina Pérsico y Mario Parodi, que no trascendieron.

Curioso por qué lo buscaban. No tenía una trayectoria destacada, pero sus modos benevolentes, su humildad y la certeza de su responsabilidad eran una garantía, junto a su desapego por la bohemia de la noche, de que nunca le faltara trabajo aunque su prolijidad y su memoria prodigiosa fuesen, en verdad, las virtudes que más se le admiraban. Mariano del Mazo lo llegó a definir, con respeto y humor, “una rockola tanguística viviente”: aunque escribía y leía partituras, jamás puso una en un atril. Si debiera hacer una comparación, estimulo mi recuerdo del uruguayo Ricardo Aguinaga, El Negro, que fue mi amigo y que, con condiciones similares, podía tocar de memoria, y hasta hacer arreglos durante la ejecución, previamente acordados con el cantor, de cientos de tangos. Una pena que no sea lo único que pudo unirlos: también el olvido.

Pero Antonito, quien fue un estupendo bandoneonista aunque nunca haya compuesto un tango, y a quien la mayoría de los lectores hasta ahora ignoraba o no recordaba, tuvo más de una década de un modesto esplendor: una noche de 1981, por pura casualidad, se encontró en la cantina La esquina de Arturito, en Pavón y Chiclana, con Luis Cardei, a quien ya me he referido en abundancia. La amistad nació de inmediato y creció con rapidez, al punto de resolver trabajar juntos.

Y se hizo popular un pizarrón delante del local: “Hoy, conejito al vino, Luisito y Arturito”.

Fueron trece años juntos, actuando además en el Foro Gandhi y en el Club del Vino, cuyos propietarios costearon los dos primeros discos grabados por el dúo, y aparecieron en la película La nube, estrenada en 1998. Su última actuación juntos fue en el 2000, muy poco antes de la muerte de Cardei.

En el efímero éxito de la pareja, hubo mucho de resistencia a la tristeza y el dolor: Luisito era hemofílico de nacimiento y entre los 8 y los 14 años estuvo enyesado por una parálisis infantil que le dejó las piernas flaquitas e inseguras, obligándolo a cantar sentado. Y cuántas veces, ya cerca del final, Pisano, ayudado por el hijo de Cardei, alzaban a Luisito para que pudiera llegar al escenario. Día a día más disminuido; día a día más aferrado a relatos humorísticos que convertía en glosas y a breves diálogos con Antonito, siempre a su lado, olvidado de sí mismo, mirando con infinita ternura a su mejor amigo, a su verdadero hermano. Así, en vez de compasión, despertaban una emocionada admiración, encendida en aplausos luego de un repertorio lleno de temas añejos, sus preferidos: El carrerito, Ventanita de arrabal, Ivette, Temblando, El pescante, El último guapo, Mano cruel o Cobardía.

En lo del 40 hay demasiada metáfora”, solía decir Luisito.

Luego, la vida de Antonio Pisano siguió el camino de siempre, pero ahora el olvido aumentaba y el trabajo decrecía. Siguió tocando impecablemente, sin estridencias ni exhibicionismos, callado, más triste que antes pero sin mostrarlo, comiéndose una desolación, metiendo su alma en su música y su querido bandoneón marrón, hasta su fallecimiento en noviembre de 2013.

Juntos eran una pinturita, como de una película de Fellini”, dijo Néstor Marconi. Y hay veces, entre otras, tan serenas,/ en que vamos de sombra… y no se ve.



miércoles, 14 de febrero de 2024

DE LA CABEZA…/ COLUMNA DE CARLOS CASTILLOS

 

¿Será cierto que el ser humano es el animal superior de la escala zoológica?. No parece. Actualmente esta afirmación, tan arraigada, se parece más a un cuento que a la realidad. Miremos el entorno planetario. Es evidente que atravesamos una etapa de decadencia de la humanidad. En casi todos los terrenos. Si fuéramos “el animal superior” no pasarían las cosas que han pasado antes y que siguen pasando. Un ser humano, que se caracterizaría por una inteligencia superior, no sería capaz de tantas atrocidades, siempre en perjuicio del prójimo. A nivel mundial, gobernantes y aventureros de todo tipo se lanzan a provocar guerras en las que mueren miles de personas, en su mayoría, civiles que nada tienen que ver con los intereses que impulsan esos “guerreristas”.

Hay otro tipo de “guerras”, como las que están limitadas al comercio (aunque las otras también están relacionadas). Pero lo que quiero señalar es que también se pelean los seres humanos por cuestiones de precios y mercados. Fíjese nomás las manifestaciones en Francia, en Alemania y otros países europeos donde los agricultores se han lanzado a las calles para exigir ajustar lo que algunos llaman “globalización”. Parece que sus intereses se ven afectados si se sigue con esas políticas de “libre comercio”. Libre comercio pero no tan libre. Allá en Europa no quieren que entren productos agrícolas a sus países. Dicen que lo que se produce en los otros continentes no tiene las garantías que a ellos les imponen. En fin…lo cierto es que en Francia, por ejemplo, llegaron a rociar con bosta edificios públicos, incendiaron cubiertas de auto y amenazaron con cercar París. Una imagen que se repite en otros países de Europa, aunque los grandes medios traten de minimizarlo o ignorarlo.

A nivel más cercano, en el país, el departamento o en su barrio, se suceden también las atrocidades. Una persona es descuartizada. Literalmente se le corta la cabeza, los brazos y las piernas y sus restos son arrojados a un baldío. Acribillan a adultos y niños, ejecutan a otros, golpean por cualquier cosa, roban, agreden física y verbalmente. Se llega a vandalizar escuelas. Roban lo que pueden y lo que no lo destrozan. Todo eso no parece propio de un animal superior. Estas barbaridades, propias de mentalidades “bárbaras”, precisamente, no son un patrimonio de estos tiempos. Si miramos la historia, casi siempre ha sido así. El ser humano “luchando” por imponerse sobre el prójimo, sin importar cómo. Generalmente con violencia.

Entonces, si el ser humano “está de la cabeza”, habrá que explorar por ahí. Cambiar la mentalidad no parece una tarea sencilla. Quienes tienen alguna posibilidad de incidir en este problema apuntan para otro lado. El multimillonario Elon Musk, dueño, entre otras empresas, de la ex Twiter, anunció estos días que otra de sus empresas, acaba de implantar un chip en el cerebro humano. Algunas personas evaluaron que ese chip servirá para revolucionar la relación entre los seres humanos y las máquinas. Pero parece que el eje de ese nuevo invento es “mejorar la capacidad de controlar, con la mente, dispositivos celulares, tablets y computadoras”. Hasta ahora no aparece nadie en el área de la tecnología y la ciencia que se le ocurra inventar algún dispositivo para arreglar la cabeza de los seres humanos. Porque, en definitiva, es lo que hace más falta.


GACELA DEL NIÑO MUERTO Por Antonio Pippo

Ah, dorado poeta de la sonrisa en remolinos de sueños, buceador de amaneceres, cantor estremecido del amor y la tragedia.

Ah, mago de la palabra que llenaste al mundo de belleza y alegría, que no pudiste imaginar tu temprana muerte pero fue como que sí, porque ahí, en los epitafios que escribiste de otros, acaso sentiste la sombra amenazante.

Ah, Federico… ¡cuánto he deseado en mis fiebres haber estado contigo aquel día a las cinco de la tarde en punto, para aliviar tu padecer por la partida de tu querido Ignacio Sánchez Mejías!

¿Para qué hablarte ahora, imaginar que me respondes, llorando?

-Todas las tardes en Granada,/ todas las tardes se muere un niño./ Todas las tardes el agua se sienta/ a conversar con sus amigos./ Las muertes llevan alas de musgo./ El viento nublado y el viento limpio/ son dos faisanes que vuelan por las torres/ y el día es un muchacho herido.

Es verdad, Federico, discúlpame. Tus angustias nacieron contigo y las disfrazabas de felicidad saltando de amante en amante, viajando, escribiendo sin cesar y buscando horizontes más lejanos sin dejar de mirar, ¡jamás!, las miserias alrededor, el dolor de los otros.

-Estoy encendido como una rosa de cien hojas, pero la realidad me encierra en su casa fea de espartos. Yo me ahogo y mi corazón se llena de telarañas.

Lo recuerdo, Federico; eso lo gritaste una tarde gris, harto de la vida provinciana, anunciando tu pena, tu mala sombra, la necesidad de salir a la vida y enredarte con ella.

-No quedaba en el aire ni una brizna de alondra/ cuando yo te encontré por las grutas del vino./ No quedaba en la tierra ni una miga de nube/ cuando te ahogabas por el río.

Sí, sí. Pero de algún modo escapaste: tu universo no fue sólo Granada. Un ramillete de amigos que buscaste –Juan Ramón Jiménez, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Rafael Alberti, Emilio Aladrén, Manuel de Falla, Fernando de los Ríos- te hicieron volar, ya con su palabra, ya con su amistad o su amor, ya dándote el impulso para vivir Nueva York y desilusionarte, vivir La Habana y extrañar las lunas de tu patria y vivir, al fin, Buenos Aires y fundar ahí, en el Río de la Plata, la etapa madura y más exitosa de tu arte múltiple: poesía, teatro, prosa, música.

Ya habían pasado Impresiones y paisajes, Libros de poemas, Poema del cante jondo, la Oda a Salvador Dalí, Canciones y el Romancero gitano. Fue aquí, entre nosotros, en el Sur de los emigrantes, donde brotaron, entre tantos jazmines mojados del rocío de tus conmovedoras metáforas y tus símbolos –luna, agua, sangre, caballo, toro, hierbas-, Bodas de sangre, La zapatera prodigiosa, Yerma, La casa de Bernarda Alba y Poeta en Nueva York.

Quizás nunca hayas sabido, Federico, cuánta riqueza regalaste para la eternidad en el escaso tiempo que te concedió la vida antes del cruel fusilamiento, ya regresado a tu suelo natal.

Oh, terrible realidad. Fuiste fusilado por soldados de Franco bajo un olivo en un oscuro paraje del camino que lleva de Viznar a Alfacar, en Granada, donde jamás se halló tu cuerpo, casi a las cinco de la mañana del 18 de agosto de 1936.

¡Tú, Federico, que nada querías con la política y creías que nadie tocaría uno solo de tus cabellos.

-Es que soy español, pero soy hermano de todos. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes soy un hombre del mundo. No creo en ninguna frontera. Creo en la bondad y puedo gritar sin temor que el chino bueno está más cerca de mí que el español malo, si lo hubiere.

Sí. Retumba en mis oídos todo eso que tantos te escucharon. Siento que me lo vuelves a decir y no sé por qué.

¡Qué pena infinita, Federico! ¿Ingenuidad? ¿Desaforado amor por los demás, hasta verlos siempre inocentes? ¡Qué pena infinita, hermano poeta, enamorado del amor y lleno de compasión por los sufrientes y rebelde ante las injusticias!

-Un gigante de agua cayó sobre los montes/ y el valle fue rodando con sus perros y sus lirios./ Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,/ era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.



GACELA DEL NIÑO MUERTO es el título del primer poema del libro “Diván del Tamarit”, escrito por Federico García Lorca en 1936, el año de su muerte. En su homenaje, esté donde esté.






































































 

jueves, 11 de enero de 2024

CUESTIÓN DE PRIORIDADES / *COLUMNA DE CARLOS CASTILLOS

 

Hace muchos años, en mi trabajo estábamos conversando un grupo de compañeros, cuando se integró alguien que recién comenzaba su carrera política. Ya era bastante respetado porque sabía mucho de economía. Recuerdo que en un momento se sorprendió cuando se enteró, por nosotros, del sueldo que ganábamos. Póngale que fueran 15.000 pesos de ahora. (En aquellos años no llegaríamos a 1.000 pesos, seguramente). ¿Y con eso viven? comentó el hombre. Me quedé pensando: “este hombre vive en otro planeta”. Esa mentalidad, despegada de la realidad cotidiana de muchos hombres y mujeres de éste y tantos países es la que prima después, cuando personas así asumen alguna responsabilidad de gobierno. Voy a poner algunos ejemplos. No hace tanto tiempo escuché en una radio que una empresa ofrecía construir casas prefabricadas por 20.000 dólares. O sea, si usted tiene un terreno ellos le levantan una casa en unas pocas semanas. Busqué en internet y efectivamente existía esa oferta. Aunque siempre hay que dudar de lo que aparece en internet y las redes, es probable que con 20.000 dólares se pueda construir una casa decorosa. Hoy hay materiales muy nobles que se usan mucho en la industria de la construcción. Tomando esa oferta apenas como referente, calcule usted que mil casas tendrían un costo de 20 millones de dólares. Pero tal vez se consiga un mejor precio si el pedido es por mil casas, tal como ocurre cuando uno negocia por cantidades importantes de cualquier producto o servicio. Quiere decir que un gobierno nacional o municipal (que casi todos disponen de terrenos fiscales suficientes como para darles un uso adecuado) podría reducir, e incluso eliminar, los asentamientos irregulares, donde tantos uruguayos viven en condiciones penosas. (Y no sólo en Montevideo). Ya sé que, además de viviendas, hay que construir, en algunos casos, caminería y servicios como red de electricidad, saneamiento, agua potable y otros. Eso aumenta el costo de los 20 millones de dólares para mil viviendas. Diez, quince millones más?. Es probable. Hay que hacer los números. Sin embargo, sucesivos gobiernos de esta etapa democrática, desde 1985 hasta ahora, han invertido millones en otras cosas. Y los asentamientos (por nombrar solamente uno de los padecimientos de tanta gente) siguen allí, desparramados por pueblos y ciudades del país. En su segundo mandato, el entonces presidente ”colorado” Julio María Sanguinetti destinó unos 41 millones de dólares para construir la torre de Antel. Las obras comenzaron en 1997 y terminaron en el año 2000. En el 2018, durante el gobierno del Frente Amplio, se inauguró el Complejo conocido como Antel Arena. La inversión inicial fue calculada en 40 millones y, según una auditoría de la propia empresa telefónica, terminó costando unos 118 millones. Y en la actual administración del Partido Nacional, se anuncia la construcción de una autopista de 20 kilómetros entre el aeropuerto de Carrasco y Parque del Plata, a un costo inicial, de unos 20 millones de dólares. (Un millón de dólares el kilómetro). El argumento es que “es necesario descongestionar el tránsito” en esa zona, según el ministro de Transporte. No soy quien para cuestionar aspectos técnicos de estos tres ejemplos, que no son más que eso: ejemplos. Pero sí puedo cuestionar, con fuerza, la prioridad. La única explicación que encuentro es que quienes llegan al gobierno, viven en otro planeta, aunque provengan de sectores populares, como ha habido casos. Muchos gobernantes andan por otros caminos que no son los caminos que transita la gente común. Entonces no es que no hay no hay plata para solucionar problemas prioritarios e impostergables. Hay plata pero se utiliza mal. Varios políticos, de todos los colores, suelen decir que “en política se hace lo que se puede y no lo que se quiere”. No me parece un argumento válido para eludir esta gran responsabilidad que es atender los problemas básicos, de sobrevivencia, de la gente común. Insisto: muchas cosas pasan por definir las prioridades. Y en eso, los diferentes gobiernos le han errado feo. Porque viven en otra dimensión.








GACELA DEL NIÑO MUERTO Por Antonio Pippo

 

Ah, dorado poeta de la sonrisa en remolinos de sueños, buceador de amaneceres, cantor estremecido del amor y la tragedia.

Ah, mago de la palabra que llenaste al mundo de belleza y alegría, que no pudiste imaginar tu temprana muerte pero fue como que sí, porque ahí, en los epitafios que escribiste de otros, acaso sentiste la sombra amenazante.

Ah, Federico… ¡cuánto he deseado en mis fiebres haber estado contigo aquel día a las cinco de la tarde en punto, para aliviar tu padecer por la partida de tu querido Ignacio Sánchez Mejías!

¿Para qué hablarte ahora, imaginar que me respondes, llorando?

-Todas las tardes en Granada,/ todas las tardes se muere un niño./ Todas las tardes el agua se sienta/ a conversar con sus amigos./ Las muertes llevan alas de musgo./ El viento nublado y el viento limpio/ son dos faisanes que vuelan por las torres/ y el día es un muchacho herido.

Es verdad, Federico, discúlpame. Tus angustias nacieron contigo y las disfrazabas de felicidad saltando de amante en amante, viajando, escribiendo sin cesar y buscando horizontes más lejanos sin dejar de mirar, ¡jamás!, las miserias alrededor, el dolor de los otros.

-Estoy encendido como una rosa de cien hojas, pero la realidad me encierra en su casa fea de espartos. Yo me ahogo y mi corazón se llena de telarañas.

Lo recuerdo, Federico; eso lo gritaste una tarde gris, harto de la vida provinciana, anunciando tu pena, tu mala sombra, la necesidad de salir a la vida y enredarte con ella.

-No quedaba en el aire ni una brizna de alondra/ cuando yo te encontré por las grutas del vino./ No quedaba en la tierra ni una miga de nube/ cuando te ahogabas por el río.

Sí, sí. Pero de algún modo escapaste: tu universo no fue sólo Granada. Un ramillete de amigos que buscaste –Juan Ramón Jiménez, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Rafael Alberti, Emilio Aladrén, Manuel de Falla, Fernando de los Ríos- te hicieron volar, ya con su palabra, ya con su amistad o su amor, ya dándote el impulso para vivir Nueva York y desilusionarte, vivir La Habana y extrañar las lunas de tu patria y vivir, al fin, Buenos Aires y fundar ahí, en el Río de la Plata, la etapa madura y más exitosa de tu arte múltiple: poesía, teatro, prosa, música.

Ya habían pasado Impresiones y paisajes, Libros de poemas, Poema del cante jondo, la Oda a Salvador Dalí, Canciones y el Romancero gitano. Fue aquí, entre nosotros, en el Sur de los emigrantes, donde brotaron, entre tantos jazmines mojados del rocío de tus conmovedoras metáforas y tus símbolos –luna, agua, sangre, caballo, toro, hierbas-, Bodas de sangre, La zapatera prodigiosa, Yerma, La casa de Bernarda Alba y Poeta en Nueva York.

Quizás nunca hayas sabido, Federico, cuánta riqueza regalaste para la eternidad en el escaso tiempo que te concedió la vida antes del cruel fusilamiento, ya regresado a tu suelo natal.

Oh, terrible realidad. Fuiste fusilado por soldados de Franco bajo un olivo en un oscuro paraje del camino que lleva de Viznar a Alfacar, en Granada, donde jamás se halló tu cuerpo, casi a las cinco de la mañana del 18 de agosto de 1936.

¡Tú, Federico, que nada querías con la política y creías que nadie tocaría uno solo de tus cabellos.

-Es que soy español, pero soy hermano de todos. Canto a España y la siento hasta la médula, pero antes soy un hombre del mundo. No creo en ninguna frontera. Creo en la bondad y puedo gritar sin temor que el chino bueno está más cerca de mí que el español malo, si lo hubiere.

Sí. Retumba en mis oídos todo eso que tantos te escucharon. Siento que me lo vuelves a decir y no sé por qué.

¡Qué pena infinita, Federico! ¿Ingenuidad? ¿Desaforado amor por los demás, hasta verlos siempre inocentes? ¡Qué pena infinita, hermano poeta, enamorado del amor y lleno de compasión por los sufrientes y rebelde ante las injusticias!

-Un gigante de agua cayó sobre los montes/ y el valle fue rodando con sus perros y sus lirios./ Tu cuerpo, con la sombra violeta de mis manos,/ era, muerto en la orilla, un arcángel de frío.



GACELA DEL NIÑO MUERTO es el título del primer poema del libro “Diván del Tamarit”, escrito por Federico García Lorca en 1936, el año de su muerte. En su homenaje, esté donde esté.