Grandulón es un término que, en Uruguay, se usa para señalar a personas,
generalmente niños o adolescentes, que suelen ser robustos físicamente y que
no se comportan de acuerdo a la madurez que deberían tener. “Grandulón e
inmaduro” suele ser una expresión despectiva, en la mayoría de los casos. Si
además de esas características, la persona es agresiva, provocadora y
buscadora de líos, aumenta el grado de descalificación. “Grandulón y peleador”
puede aplicarse perfectamente en estos tiempos, y en muchos sitios del
planeta, a esos gobernantes que se pasan todo el día provocando, amenazado
y generando tensiones aquí y allá, como si de esa forma se pudieran arreglar
muchos de los problemas que tenemos los seres humanos. ¿Cómo es posible
que no puedan sentarse a una mesa a conversar y canalizar diferencias, por
una vía pacífica? Parece sencillo. Y debería ser lo normal. Pero
lamentablemente eso no ocurre. En estos tiempos (como continuidad de una
historia muy parecida que no debería sorprender) la humanidad atraviesa otra
etapa en la cual predomina la ley del más fuerte y la creencia de los poderosos,
que pueden imponer sus condiciones a como dé lugar. Y en cualquier parte del
mundo. Así se suceden, casi a diario, las amenazas, advertencias, agresiones,
los ataques criminales, en los que siempre son víctimas todos, menos los
responsables de tomar estas decisiones. Y lo más grave aún es que muchos
de esos influyentes gobernantes que dirigen sus países (y algunos países
satélites) ya no respetan ningún acuerdo, norma, código o tratado internacional.
Ya no influyen la Organización de Naciones Unidas (ONU), la Corte
Internacional de Justicia (CIJ) y la Corte Penal Internacional (CPI), organismos
creados con la idea de regular las relaciones entre Estados, en unos casos, y
entre ciudadanos en otros. Los ejemplos abundan. Y basta hacer un recorrido
por el planeta. Masacrar civiles, donde sea, se ha vuelto una costumbre de la
que casi nadie se escandaliza. Y si algún organismo de estos, por ejemplo la
ONU, emite alguna declaración condenatoria, nadie le hace caso. Es cómo si
no existiera esa declaración. Abundan los pronunciamientos que no tienen
ningún efecto sobre el hecho aludido. Se queda en eso. En el fondo, lo único
que genera este estado de cosas en estos tiempos es la ambición desmedida
por sumar y acumular bienes materiales, principalmente dinero. No hay otra
explicación. Los individuos que mueven el planeta quieren más y más. Y
actúan atropellando, arrasando, conquistando o intentando conquistar
territorios y riquezas. Pero si revisamos la historia no hay mucha diferencia.
Desde siempre ha sido así. Y parece el destino trágico de la humanidad. Salvo
que algún día desembarque en alguna costa un Quijote dispuesto a “desfacer
entuertos”, corregir injusticias y ayudar a los más débiles.
