Cuchillo de Palo: la noche triste de los presidentes Aureliano Rodríguez Larreta
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10.12.2015 
En Argentina, en Brasil y 
en Venezuela, los ejecutivos se enfrentarán a parlamentos adversos, 
pudiendo ocurrir serios conflictos institucionales. Sus gobiernos 
tendrán poco que decir al Mercosur, el próximo 21.
En momentos en que esto se escribe, el sistema político argentino
 se apresta a ofrecer al mundo en el día de hoy, 10 de diciembre de 
2015, un nuevo espectáculo de sainete institucional. El presidente 
electo, Mauricio Macri, seguramente prestará el juramento que manda la 
Constitución ante el Congreso Nacional, pero no es tan seguro que se le 
pueda escuchar.
El ambiente de previsible tumulto kirchnerista fue precisamente uno 
de los factores de la discrepancia que enfrentó en los últimos días al 
señor Macri con la presidente saliente, Cristina Fernández, a quien le 
faltó el señorío de decirle, ya en su primer contacto: "Presidente, esta
 es su asunción; se harán las cosas como usted lo desee". Y de respetar 
las tradiciones.
No fue así. Dentro y fuera de la Argentina se sintió vergüenza ajena.
 Y se va a sentir aún más en el transcurso de esas doce horas sin un 
jefe de Estado activo; horas que terminarán en la Casa Rosada, cuando el
 Poder Judicial entregue al nuevo Presidente los atributos del mando 
ejecutivo.
Cristina Fernández pretendía robar el protagonismo institucional del 
Presidente electo -que para ser investido debe jurar su cargo ante los 
representantes de la soberanía nacional-, haciendo de su presencia el 
disparador de tumultuosas manifestaciones de legisladores de su partido y
 barras vociferantes.
Lo más triste de todo esto ha sido la solución. Una vez más, la 
transgresión y el papelón. La presidente saliente, ausente. Esta vez no 
se va en helicóptero sino que, simplemente, no está; no cumple su papel.
Arduo va a ser el tiempo político que le espera al presidente Macri. 
Mientras tanto, el mundo sigue observando a la Argentina, con afecto y 
perplejidad.
Quien mire hacia el Norte, no verá nada mejor. Un país con las 
responsabilidades internacionales que le incumben al Brasil, se 
encuentra enzarzado en la peor de sus crisis económicas, desprestigiado 
por una corrupción pública que no termina de asombrar, y en medio de un 
conflicto político-institucional que está a punto de desembocar -que no 
terminar- en la destitución de Dilma Rousseff, presidente de la 
República en su segundo mandato.
Más al Norte aún, Venezuela acaba de protagonizar un hecho político 
tan extraordinario como ha sido la elección de una nueva Asamblea 
Nacional. Lo extraordinario no ha sido la renovación parlamentaria sino 
la victoria aplastante de la Mesa de Unidad Democrática (MUD), la 
coalición electoral que reunió a toda la oposición al gobierno 
"chavista".
La mayoría cualificada, de dos tercios, que ha obtenido la MUD, le 
permitirá llevar adelante un programa de reformas de auténtico contenido
 democrático. Sus dirigentes ya han anunciado que al instalarse la nueva
 Asamblea Nacional, el 5 de enero próximo, aprobarán una ley de amnistía
 para todos los presos políticos.
No es descabellado prever que allí comenzarán nuevas dificultades 
políticas para Venezuela. El enfrentamiento con el presidente Nicolás 
Maduro y su gabinete, no ha hecho más que comenzar.
El jefe del Ejecutivo ya ha anunciado, en ese su lenguaje tremendista
 que rápidamente ha recuperado, que no permitirá una amnistía "para los 
asesinos del pueblo". A pesar de la dimensión histórica de la votación 
que el pueblo venezolano acaba de pronunciar, también en ese país la 
democracia puede atravesar todavía muy serias dificultades.
Un gobierno reformador que estrena su gestión, en la Argentina; una 
jefa de Estado tambaleante, en el Brasil; y un nuevo Parlamento que aún 
no se ha instalado, y contrario al Presidente, en Venezuela.
Este es el panorama político en el que se va a realizar,  el próximo 
21 de diciembre, en Asunción del Paraguay, la cumbre semestral del 
Mercosur.
Cabe preguntarse qué diablos podrán hacer, qué  decisiones estarán en
 condiciones de aprobar estos gobiernos, ni a nivel ministerial ni menos
 aún en el nivel de los jefes de Estado, que puedan resultar de algún 
beneficio para estos países y sus gentes.
Aureliano Rodríguez Larreta
 
 
 
          
      
 
  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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