Si hay algo que no falta en Uruguay son problemas.
Como hablar de todos –o de todos los que parecen serlo, camino que algunos siguen- parece imposible en una reflexión sintetizada como ésta, me centraré en una cuestión que me mantiene confundido.
Si en medio de una crisis económica que no ha cesado uno descubre que el sector que está trabajando a pleno empleo y con fuertes inversiones locales y del exterior es la industria de la construcción, mientras con fuerte sonoridad resuenan protestas por la necesidad de viviendas de interés social para beneficio de los sectores más castigados, es como tropezar con una contradicción.
Sin embargo, luego de analizar con detenimiento el proceso que vivimos, todo responde a una lógica, aunque ésta implique, al menos, omisiones injustas.
¿Qué es lo que mantiene a esta industria empujada por esas inversiones?
Enorme cantidad de altos edificios en distintos barrios distinguidos, así como casas en parques privados. Toda una propuesta variada, básicamente destinada por los precios a la clase alta de Montevideo y del exterior. Como la oferta supera la demanda, está ocurriendo otro fenómeno que da para reflexionar: sobre todo en las modernas e imponentes torres habitacionales gran cantidad de apartamentos vacíos. Ocurre que se han vendido pero no se han ocupado; esa es una inquietud menor de los inversores –en particular argentinos y brasileños, aunque ahora se han sumado chilenos y paraguayos- cuyo objetivo central es dejar aquí sus dólares por los beneficios que nuestra estabilidad implica con respecto a la economía de sus países. ¡Lo de los argentinos es impresionante!
Ahora bien, mientras este proceso se mantenga dentro de la legislación y normas que están establecidas, nada debe objetarse. Salvo, claro, pedir que no se distraigan quienes son los responsables de investigar maniobras de lavado de dinero.
Mientras tanto, el reclamo de una vivienda simplemente digna al alcance de la clase media baja, de los pobres, de los marginales hacinados en barrios invivibles y los ya resignados pobladores de asentamientos que se prometió eliminar, sigue sonando como una clarinada de protesta. Y lo que aparecen son enunciados, alusiones a las dificultades del Estado de invertir en ello y, al fin, el incumplimiento.
Mi sorpresa de estos meses, alimentada día tras día, es la constatación de que hace no menos de veinte años que los gobiernos han dejado de mirar hacia el cooperativismo, que décadas atrás produjo una revolución, sacando de la indignidad a miles de familias con las cooperativas de vivienda, sea por ahorro previo o por ayuda mutua, éste un mecanismo muy conveniente para los más desfavorecidos porque abarata el sistema al sustituir las entregas iniciales y luego mensuales, por trabajo en las obras de integrantes de las familias interesadas en vivir en esos complejos.
Por cierto que conozco los problemas que, sobre todo en la dictadura e inmediatamente luego de ella, se produjeron, sobre todo, por el peso del aumento, ya concluidas las obras, de las cuotas de los préstamos concedidos por el Banco Hipotecario.
Pero también sé que ningún gobierno -¡ninguno, más allá del palabrerío y del invento hasta ahora insuficiente y deprimente del Ministerio de Vivienda!- ha prestado atención al sistema cooperativo para resolver un problema que a todos ellos, durante cada gestión, ha generado una intensa picazón en la conciencia y, está claro, el descenso de las posibilidades de vivir mejor de cada vez más cantidad de familias, la mayoría del país, castigadas por los precios de venta y los alquileres.
Por supuesto que ningún sistema es perfecto y esto vale para el cooperativismo. Sin embargo, siento la necesidad –porque sé de qué estoy escribiendo ya que estuve años en ese escenario- de afirmar que, gratuitamente, cada gobierno de los últimos cincuenta años ha temido que las cooperativas, en especial de personas habitualmente marginadas, se convirtiesen en un comité de base de la izquierda. Que nadie lo niegue porque va a sufrir un topetazo. Y lo que también puedo decir, porque es verdad, es que en las federaciones esa izquierda ha trabajado mucho, pero las cooperativas siguen siendo eso, cooperativas, con una ejemplar convivencia entre quienes tiene ideas de un tipo u otro.
Los asentamientos, con cooperativas por ayuda mutua, una inversión accesible del Estado y usando predios de propiedad estatal o municipal, podrían ser borrados en un par de años de planificada actividad. Lo aseguro sólo como ejemplo. Para otras situaciones, como quienes elijan el sistema de ahorro previo, sólo bastaría que el Hipotecario –acerca del cual he oído que se lo quiere aniquilar- o el rancho pobre del Ministerio de Viviendas ofrecieran préstamos de arranque accesibles y, particularmente, cuotas de pago mensual que contemplen la real situación de los deudores. No es tan complejo. No es imposible.
Qué sé yo. No creo en milagros, así que bastaría para alentar algún optimismo que ese “no ver a las cooperativas” se disolviera y se iniciara un estudio apropiado hasta ver adónde llegamos.
Periodista con 64 años de trayectoria, Fue director de todos los informativos de televisión. Ha estudiado el tango durante decadas y su historia durante décadas y publicado varios libros.
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