Escritor y periodista Julio Dornel
Pese a los cambios experimentados por esta frontera en las últimas décadas, es curioso verificar que algunas festividades populares del siglo pasado han dejado sus huellas entre la población. Al encarar esta nota pudimos comprobar que las generaciones del 50 y del 60 recuerdan con nostalgia las primeras manifestaciones colectivas de esta ciudad, señalando que las mismas estaban relacionadas con las carreras de caballos, las fiestas criollas, reuniones bailables y el carnaval. Según los testimonios, en las primeras décadas del siglo fueron las carreras de caballos las que centralizaron las preferencias de los habitantes de Chuy y zonas adyacentes.
Sin embargo, cuándo el siglo todavía no promediaba surgen las competencias deportivas con el nacimiento de las dos primeras instituciones destinadas a la práctica del fútbol: Nacional y Peñarol en el año 1933. En forma simultánea y quizás como elemento generador de “divisas” para solventar gastos van surgiendo las reuniones bailables, que si bien ya tenía remotos antecedentes, no estaban vinculadas al ambiente deportivo. Por La Coronilla eran famosos los bailes de Candiño, mientras en Potrero Grande se destacaban los de “Apriciño” que solamente con su numerosa familia y algunos invitados alcanzaba para tener que regar varias veces el piso de tierra. En esta frontera los bailes de Peñarol habían acaparado las preferencias del público en varias leguas a la redonda. Los mismos se realizaban en la vieja casona de don Alfredo Rodríguez, la que posteriormente fue adquirida por Peñarol mediante el aporte invalorable de don Gervasio Páez que ocupaba discretamente una pieza del fondo para los juegos de azar, que comandaban Ramón Rodríguez, el “doctor” Abdala, el “Cotica”, el “loco” Dante o el popular “Pirincho”. Eran tiempos de “gofos familiares” y timba generalizada con el visto bueno de las autoridades que colaboraban con la institución haciendo la vista gorda. El impulso generoso de algunos carboneros, determinó que la sede propia fuera una realidad en la década del 60, destacándose entre otros Luis Gómez, Justo Plá, José Cohelo, Marvel Riveiro, Castelar Núñez, Cosme Acosta y Roberto Lima. Entre algunos cantineros de diferentes épocas recordamos al Bebe Bobadilla, el “Mosca”Silvera, y al Hugo Mena.
Las reuniones bailables se realizaban todos los sábados y llegaron a convertirse en la máxima diversión de la población fronteriza. Un local popular y un ambiente familiar que solía alterarse con algunos altercados con heridos leves que matizaban la reunión hasta salir el sol. Orquestas para todos los gustos para complacer a los amantes del tango, del vals y del bolero, pasando por la mazurca , polcas y zambas brasileñas. Para los disfraces de carnaval era necesario el permiso policial, aunque luego de ser reconocido en privado por el portero ya no resultaba muy difícil adivinar el dueño de los rostros ocultos, por culpa de las infidencias. Los bailes de Peñarol se constituyeron en el principal acontecimiento de aquellos años y aseguraban el éxito económico que luego solventaba los gastos de la institución en le plano deportivo. Estos bailes marcaban el panorama de los carnavales fronterizos y representaban además un alegre motivo para que también los turistas se integraran al espectáculo.
Con el transcurso de los años fueron desapareciendo las máscaras y las costumbres se fueron renovando. Había que adivinar quienes estaban detrás de las caretas de grotescos perfiles, mientras el antifaz acortaba distancias entre los asistentes. Las colombinas y el Pierrot con su rostro enamorado han perdurado a través de los años y aquellos niños que miraban desde la ventana con sus pantalones cortos y su inocencia larga nos recuerdan hoy a la distancia los hechos mas significativos de los bailes de Peñarol. El pueblo se divertía con poca cosa lo que siempre era demasiado. Cuantos amores terminaron en casamiento y cuantos casamientos llegaron a su fin por culpa de estos bailes. Los años se han encargado de blanquear cabezas, pero quedan en el recuerdo la guitarra de Willians Decuadra, la Orquesta de Bon Suceso, de “Pedro Policia”, los Hermanos Mello, Sal de Fruta y finalmente la orquesta típica de Víctor Hugo.
Yolanda: la Reina Carbonera
La crónica no estaría completa si no mencionáramos a la eterna Reina del Peñarol de todos los tiempos: YOLANDA GARCÍA, que conjuntamente con su esposo (Amaral) marcaron una época en las reuniones bailables de la institución. Década del 50. Por la calle de tierra o arena conocida como la avenida internacional, avanzaba la murga que en algunas oportunidades ingresaba al baile para darle un nuevo elemento de alegría. Jóvenes con el rostro pintado golpeando latas y algún tambor en un vano intento de sustituir los instrumentos musicales que no existían y alegrar la concurrencia.
Ha transcurrido medio siglo y cuando pretendemos recrear estos acontecimientos en la imaginación, los vemos tan lejos que no podemos menos que ubicarlos entre las cosas que integran nuestros mejores recuerdos fronterizos.
Allí estaba Yolanda, entre pitos y matracas, cornetas, serpentinas, papel picado, caretas y antifaz que servían de alguna manera para alegrar el mundo mágico de una de las fiestas más populares del carnaval. Allí estaba la Reina Yolanda cambiando por algunas horas la careta que usaba durante todo el año por una de cartón que intentaba ocultar su identidad durante algunas horas.
Noches de copas y alegría donde la población se las ingeniaba para gastar durante una semana, la felicidad que habían economizado durante el año. Voces fingidas que rompían su timidez detrás de la careta de cartón, mientras del arroyo Chuy llegaba la “barba de viejo” que desde añejos troncos se trasladaba a la cara joven de los disfrazados. Junto a YOLANDA se dan cita en estos bailes los personajes más significativos de la sociedad, capitaneando barras y estrechando vínculos de amistad con jóvenes de otras localidades. Los bailes de Peñarol tenían ese “que se yo” con sabor mundano y reconocida fama lugareña, con la participación de dignos representantes de una generación con estilo propio. Sin embargo el paso de los años le quito su encanto. El club social, las discotecas y otros centros nocturnos donde la gente se divertía o se aburría de otra manera fueron marcando su final. En la década del 70 asistimos a los estertores de los bailes de Peñarol y la sede carbonera se fue quedando sin papel picado ni serpentina, pero sobre todo comenzó a faltar la alegría que había sido el elemento fundamental de estas reuniones. También se fue el matrimonio Amaral-García, con su alegría contagiante y un reinado de 30 años en los clásicos bailes de Peñarol.
La crónica no estaría completa si no mencionáramos a la eterna Reina del Peñarol de todos los tiempos: YOLANDA GARCÍA, que conjuntamente con su esposo (Amaral) marcaron una época en las reuniones bailables de la institución. Década del 50. Por la calle de tierra o arena conocida como la avenida internacional, avanzaba la murga que en algunas oportunidades ingresaba al baile para darle un nuevo elemento de alegría. Jóvenes con el rostro pintado golpeando latas y algún tambor en un vano intento de sustituir los instrumentos musicales que no existían y alegrar la concurrencia.
Ha transcurrido medio siglo y cuando pretendemos recrear estos acontecimientos en la imaginación, los vemos tan lejos que no podemos menos que ubicarlos entre las cosas que integran nuestros mejores recuerdos fronterizos.
Allí estaba Yolanda, entre pitos y matracas, cornetas, serpentinas, papel picado, caretas y antifaz que servían de alguna manera para alegrar el mundo mágico de una de las fiestas más populares del carnaval. Allí estaba la Reina Yolanda cambiando por algunas horas la careta que usaba durante todo el año por una de cartón que intentaba ocultar su identidad durante algunas horas.
Noches de copas y alegría donde la población se las ingeniaba para gastar durante una semana, la felicidad que habían economizado durante el año. Voces fingidas que rompían su timidez detrás de la careta de cartón, mientras del arroyo Chuy llegaba la “barba de viejo” que desde añejos troncos se trasladaba a la cara joven de los disfrazados. Junto a YOLANDA se dan cita en estos bailes los personajes más significativos de la sociedad, capitaneando barras y estrechando vínculos de amistad con jóvenes de otras localidades. Los bailes de Peñarol tenían ese “que se yo” con sabor mundano y reconocida fama lugareña, con la participación de dignos representantes de una generación con estilo propio. Sin embargo el paso de los años le quito su encanto. El club social, las discotecas y otros centros nocturnos donde la gente se divertía o se aburría de otra manera fueron marcando su final. En la década del 70 asistimos a los estertores de los bailes de Peñarol y la sede carbonera se fue quedando sin papel picado ni serpentina, pero sobre todo comenzó a faltar la alegría que había sido el elemento fundamental de estas reuniones. También se fue el matrimonio Amaral-García, con su alegría contagiante y un reinado de 30 años en los clásicos bailes de Peñarol.
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