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sábado, 19 de abril de 2014

¿Quién controla el origen del dinero de las campañas electorales? Daniel Chasquetti

Montevideo Portal


Mientras los partidos se encaminan a las elecciones primarias de junio y despliegan sus campañas propagandísticas, que incluyen publicidad callejera, folletería y anuncios en televisión, muchos ciudadanos se preguntan de dónde sale el dinero que financia esos emprendimientos. En verdad, no existe en este país nadie que pueda responder con certeza esa pregunta. No es que a priori sospechemos de la legalidad de ese dinero, sino que carecemos de herramientas para conocer su procedencia. Esto es un verdadero problema y supone tal vez una de las mayores debilidades de nuestra apreciada democracia.
Vayamos por partes. A diferencia de lo que ocurre en otros países, nuestros partidos políticos cuentan con estructuras internas muy peculiares. Por un lado, son partidos en cuyo seno conviven fracciones institucionalizadas con poderosos liderazgos, pero por otro, son partidos extremadamente descentralizados con diferentes niveles de actuación política. En un proceso electoral todas las estructuras del sistema de partidos comienzan a recaudar y gastar dinero: los partidos como tales, las fracciones nacionales, los niveles departamentales, locales, barriales, etc. El ciudadano común no percibe con claridad esta histórica superposición de instancias y en muchas ocasiones presupone –mal- que el dinero y el gasto electoral responde a un único centro de decisión.
La legislación (Ley 18.845) reconoce estos problemas al prever el financiamiento y el eventual control sobre el gasto, a partir de la consideración de las diferentes estructuras partidarias. Para no aburrir al lector diré brevemente que la normativa vigente admite dos tipos de fuentes de financiamiento (ingreso de dinero a las arcas partidarias). La primera y más conocida es la del financiamiento público, el cual consistente en pagar 13 unidades indexadas por voto recibido en las elecciones primarias (en las nacionales serán 87 UI, en balotaje 10 UI, y en las municipales 13 UI). Un 20% del valor de cada voto va dirigido al precandidato presidencial (nivel nacional), un 40% a la lista a la Convención Nacional (nivel nacional) y otro 40% a la lista a la Convención Departamental (nivel departamental). Esta forma de inyectar dinero en forma descentralizada se repite en las elecciones de octubre con las listas al senado y a diputados. El control de esta dimensión del sistema de financiamiento no resulta tan complicado porque el Estado conoce cuánto dinero se transfiere a los partidos (en 2009, solo por las elecciones de octubre, el Estado transfirió algo más de 18 millones de dólares).
La segunda fuente de financiamiento es la privada y aquí reside el principal problema sobre el cual me quiero extender. La legislación no establece topes al gasto de campaña. Permite a los partidos y sectores políticos aceptar donaciones de privados que no pueden exceder las 300.000 UI (algo más de 36 mil dólares). Las donaciones deben ser siempre nominativas y el donante solo puede otorgar dinero al partido una vez al año. La contribución deberá quedar registrada en un libro de contabilidad que llevará cada comité de campaña. Los partidos o sectores pueden también aceptar contribuciones anónimas que no superen las 4.000 UI (480 dólares) las cuales en conjunto no pueden superar el del total de los ingresos por donaciones.
Por otra parte, la legislación señala que cuando se registre una donación en especie (servicios o materiales), los partidos deberán registrar además del nombre del donante, su valor estimado. Asimismo, la normativa prohíbe a los partidos recibir donaciones de organizaciones delictivas (sic); asociaciones profesionales, gremiales o sindicales; gobiernos, entidades o fundaciones extranjeras; y personas públicas no estatales. Las empresas concesionarias de servicios públicos podrán hacer donaciones siempre y cuando el monto no supere las 10.000 UI (1.200 dólares).
 El control sobre la recaudación de los partidos y sectores está a cargo de la Corte Electoral. Con ese fin, los comités de campaña deben presentar 30 días antes de cada elección, un informe con el presupuesto de la campaña donde se detallen gastos e ingresos previstos, así como detalles de las donaciones recibidas. Dentro de los 90 días posteriores a la elección, están obligados a presentar una rendición de cuentas definitiva en la que se especifiquen los ingresos y egresos de la campaña, así como el origen de los fondos utilizados.
El lector que soportó la descripción de nuestro sistema de financiamiento podrá pensar que en Uruguay todo está debidamente regulado. Y ello es así, solo en la teoría, pues en la práctica, la Corte Electoral no tiene herramientas ni medios para fiscalizar en forma eficiente la recaudación y los gastos de campaña. Cuando el Poder Ejecutivo de Tabaré Vázquez envió el proyecto de ley que hoy nos regula, preveía que el control lo realizaría el Tribunal de Cuentas, organismo mucho más idóneo para la tarea. Sin embargo, los mismos partidos lo cambiaron por la Corte durante el trámite parlamentario (aún peor fue la decisión de eliminar el capítulo que prohibía la publicidad en televisión y radio y creaba una franja gratuita para todos los partidos, de forma similar a lo que hacen países como Chile, Brasil o Argentina).
¿Por qué nuestros partidos actuaron de ese modo? Simplemente porque no desean ser controlados. O sea, con la legislación actual se creó una pantalla para que los ciudadanos, los medios y los observadores internacionales digan que Uruguay cuenta con normativa moderna sobre el problema del financiamiento. No obstante, esa normativa es ineficiente porque carece de enforcement (capacidad de aplicación) sobre los sujetos regulados. Los informes que se presentan ante la Corte Electoral además de ser poco exhaustivos suelen ocultar buena parte de los ingresos y egresos. O sea, las declaraciones juradas no solo son imprecisas sino que mienten deliberadamente sobre el monto real que cada partido invirtió en la campaña electoral. Bajo estas condiciones, no deberíamos sorprendernos si un día de estos alguien descubre que los fondos de tal o cual partido provienen de fuentes ilegales.
Pondré dos ejemplos del problema que estoy describiendo. En el año 2009, un informe de la agencia de medios Mindshare sobre mediciones de Ibope Uruguay, sostuvo que entre el 1º y el 22 de noviembre, la fórmula Lacalle-Larrañaga había pautado publicidad en TV abierta por un espacio total de 11 horas y media, en tanto la fórmula Mujica-Astori hizo lo propio por algo menos de 6 horas*. Es decir, la relación entre los competidores del balotaje era de 66% a 34%. Sin embargo, cuando se observan las declaraciones juradas en la página web de la Corte, se puede observar que el Partido Nacional gastó en noviembre unos 508 mil dólares y el Frente Amplio unos 415 mil dólares. Por ende, la relación de gasto entre ellos fue de 55% a 45%. Por tanto, este es un caso de irregularidad notoria. O bien uno de los partidos sub-declaró el gasto, o los dos sub-declararon, o tal vez, uno de los partidos recibió un trato preferencial de parte de los canales. Lamentablemente, ninguna de estas preguntas se las hacen los ministros de la Corte.
El segundo ejemplo refiere a las donaciones de empresas. En Uruguay, hay más de cien empresas que contribuyen con todos los partidos y que en general intentan ser ecuánimes en cuanto al monto que donan a los principales partidos. Si se revisan las declaraciones juradas correspondientes a 2009, se podrá observar que las empresas que se repiten como donantes de los tres partidos, aparecen aportando siempre montos diferentes. O sea, los partidos actúan unilateralmente a la hora de declarar y terminan cayendo en un típico dilema del prisionero. Todos declaran montos diferentes, algunos mienten y otros dicen la verdad. Un alto jerarca de una empresa que aporta el mismo dinero a los principales partidos, buscó explicar las diferencias en las declaraciones juradas por el simple olvido de los dirigentes o la forma extraña de contabilizar los ingresos que tienen los partidos**. De uno u otro modo, estas son situaciones irregulares que nadie investiga, empezando por la Corte.
Pero hay un problema aún peor que las inconsistencias que presentan las Declaraciones Juradas finales de los partidos. Me refiero al hecho de que no existen mecanismos para controlar si existe algún tipo de correspondencia entre los montos globales de gasto presentados y lo que efectivamente se gastó. En países como Costa Rica o México, los organismos encargados de supervisar el gasto, solicitan precios a diferentes proveedores de los partidos y luego auditan a las empresas que contratan con los partidos, de forma tal de estimar cuánto han gastado éstos en la campaña. Dichos estudios e confrontan más tarde con las declaraciones presentadas por los partidos. Con el actual estado de cosas, un partido podría entregar a la Corte una declaración absolutamente en regla (es decir, sin caer en errores torpes como los que he puesto como ejemplos), y aún así, hacer uso de fondos de origen dudoso o indebido.
La solución a este problema consiste en crear un organismo encargado de desarrollar las funciones de supervisión. Puede ser una unidad especializada dentro de la Corte o tal vez, en el Tribunal de Cuentas, y debería contar con presupuesto, personal calificado y un estatuto especial para actuar como fiscalizador del gasto en campañas. En otras palabras, necesitamos una pequeña DGI que se encargue de estos asuntos. Mientras tanto, la espada de Damocles de la corrupción estará pendiendo sobre las cabezas de nuestros candidatos.




 

Sobre el autor

Autor: Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.


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