Escritor y periodista Julio Dornel
Mientras la arqueología pretende estudiar los restos físicos de las
antiguas construcciones y artefactos, la historia se dedica a la
investigación estudiando documentos escritos y recogiendo comentarios
orales que se fueron trasmitiendo de generación en generación.
Lamentablemente en este enclave fronterizo no existen muchos documentos
que nos permitan preservar el recuerdo
de algunos acontecimientos registrados en el pasado, pero que tuvieron
amplia repercusión en el plano internacional. Sin embargo es justo
destacar que existen trabajos meritorios que demuestran el interés de
historiadores y periodistas que han incursionado en el tema, dejando
nombres, circunstancias y vivencias que sirven hoy para interpretar de
alguna manera la cultura de aquellos años y el origen de algunos
enfrenamientos.
En este sentido queremos destacar el trabajo realizado por los periodistas brasileños Tabajaras Ruas y Elmar Bons sobre la vida del caudillo Gumersindo Saravia, que se transformó en leyenda durante la Revolución Federalista de 1893. Se trata de un excelente trabajo escrito tras una paciente investigación realizada en 1997 visitando bibliotecas y reporteando viejos moradores de la frontera uruguaya y brasileña. Señalan al comenzar la obra titulada LA CABEZA DE GUMERCINDO que muchas contradicciones y ambigüedades marcan la historia de Gumersindo, comenzando por su nombre. Nacido en el Uruguay y presentado en el Brasil, es Gumersindo para sus parientes uruguayos y Gumercindo para los brasileños, mientras él firmaba como Gumersindo.
Agradecen además a decenas de personas que “nos auxiliaron con informaciones, material e ideas en Montevideo, Melo, Treinta y Tres, Rivera, Aceguá, Porto Alegre, Santa Vitoria do Palmar, Santiago, Caroví, Livramento, Bagé, Santa María, Florianópolis, Curitiba, Lapa y Río de Janeiro.”
El prologo del libro pertenece al Dr. Julio María Sanguinetti señalando en una parte del mismo que “como sombras del pasado los caudillos rurales aparecen aún hoy, invariablemente, envueltos en brumas de polémica. A veces se nos describe sus trágicos finales, su coraje, su desprendimiento material, su profundo enraizamiento popular y a partir de allí una visión envuelta de romanticismo. En ocasiones, a través de los horrores de las guerras, las truculentas descripciones de degüellos que las partes en conflicto siempre se atribuyeron recíprocamente, o mostrando la incompatibilidad entre cualquier orden institucional y el personalismo del espontáneo mando individual, se nos explica que la dicotomía civilización y barbarie de la literatura sarmientina tiene mucho de sentido. Esta cuestión se complica aún más cuando a las dicotomías ideológicas y sociológicas le añadimos los particularismos nacionales que, como es natural impregnaron nuestros textos históricos. Más allá de la diferencia de tradición, la sensibilidad, el modo de concebir el país, su relacionamiento con la gente, son análogos y bien distintos de aquellos señores de los campos, cuyo escenario eran las vastas cuchillas patrias, su transporte, el caballo y no el coche, su instrumento la espada y no la pluma.
Los riograndenses federales reclamaban más autonomía estadual, un sistema más parlamentarizado y subyacía detrás de esta idea una visión más tradicional del estado y la sociedad. Por un lado entonces, el medio rural, con Gumersindo Saravia como Jefe Militar, por otro la tendencia civil marina de base carioca. Es así que en 1893 llegan los revolucionarios a dominar no sólo Río Grande sino Florianópolis y hasta Curitiba. La guerra fue tremenda, sangrienta –dice Sanguinetti- llena de excesos y represalias, de actos heroicos y de combates singulares. El supremo desborde de pasión es la mutilación de los cadáveres de Gumersindo y de Almirante Saldaña de Gama cuando caen muertos. En el correr de ese dramático enfrentamiento, Gumersindo termina siendo leyenda. Y a su lado Aparicio hace su aprendizaje militar y forma ya su condición de caudillo, que se proyectará más tarde en Uruguay. Por alguna causa, cuando cae Gumersindo, este mismo lo designa su sucesor y le da el mando, que de inmediato reconocen los demás jefes brasileños y en formalmente ratificado con la firma de Gaspar Silveira Martins y Luis Saldaña de Gama. De esa confrontación emergen los últimos caudillos de aquel tiempo que terminaba.” En las primeras páginas del libro los periodistas brasileños establecen que “la entrada del cementerio de Santa Vitoria do Palmar es guardada por un pórtico, con arcada y portón de hierro envejecido y herrumbrado. Erocildo Pereira es el sepulturero hace 9 años y no recuerda haberlo visto cerrado en alguna oportunidad. El mayor movimiento pertenece a los que recuerdan la memoria de Gumersindo Saravia. En el panteón de mármol están guardados los ochenta huesos que quedaron de su cadáver. El panteón no es imponente. No se destaca sobre los otros del pequeño cementerio. La placa de bronce dice simplemente: panteón perpetuo de las familias de Gumersindo Saraiva y Amelia Rodríguez Saraiva ( 2/ 11/ 1919) Es la fecha en que el cuerpo de Gumersindo vino de Santa Clara del Olimar en el Uruguay, para este cementerio en la Región de los Campos Neutrales. En otra pequeña placa las fechas del nacimiento y de la muerte: 1852- 1894. Gumersindo vivió solamente 42 años. La mujer de Gumersindo , doña Amelia, también está enterrada allí. Hay una pequeña fotografía de cada uno. Gumersindo está sin sombrero, usando un traje apretado, cuello alto abotonado. Ella parece medio distraída. Los que la conocieron destacan el coraje y la alegría que siempre la acompañaban. “Esta bajita es más guerrera que yo” decía Gumersindo a sus amigos. Todos los días alguien llega al cementerio de Santa Vitoria a depositar alguna flor en el sepulcro de Gumersindo, sobre todo en el aniversario de su muerte. Sin embargo también el odio de los enemigos pasa por el cementerio; la foto de Gumersindo, incrustada en mármol , está arañada, como si alguien quisiera borrar el esmalte que la cubre y condenar al olvido el nombre del caudillo oriental. Todo el pueblo de Santa Vitoria sabe que el sepulcro guarda un cuerpo sin cabeza, mientras que la historia inventada por los lugareños asegura que durante las noches de luna llena el caudillo abandona el cementerio montado en su caballo negro. Sin embargo el sepulturero manifestó a los periodistas brasileños que “por ese portón nunca lo vi salir... “
Con material bien documentado los escritores brasileños nos ofrecen algunas páginas de la historia riograndense por donde debió transitar Gumersindo para entrar en la inmortalidad. El surgimiento de estos caudillos no obedecía solamente al heroísmo sin límite, sino que tenían raíces más profundas, relacionadas siempre con las diferencias sociales de la población y la situación que vivía por aquellos años la campaña riograndense. Por este motivo la figura legendaria de Gumersindo enarbolando la bandera de la justicia social continua galopando por los campos brasileños que un día regara con su propia sangre.
En este sentido queremos destacar el trabajo realizado por los periodistas brasileños Tabajaras Ruas y Elmar Bons sobre la vida del caudillo Gumersindo Saravia, que se transformó en leyenda durante la Revolución Federalista de 1893. Se trata de un excelente trabajo escrito tras una paciente investigación realizada en 1997 visitando bibliotecas y reporteando viejos moradores de la frontera uruguaya y brasileña. Señalan al comenzar la obra titulada LA CABEZA DE GUMERCINDO que muchas contradicciones y ambigüedades marcan la historia de Gumersindo, comenzando por su nombre. Nacido en el Uruguay y presentado en el Brasil, es Gumersindo para sus parientes uruguayos y Gumercindo para los brasileños, mientras él firmaba como Gumersindo.
Agradecen además a decenas de personas que “nos auxiliaron con informaciones, material e ideas en Montevideo, Melo, Treinta y Tres, Rivera, Aceguá, Porto Alegre, Santa Vitoria do Palmar, Santiago, Caroví, Livramento, Bagé, Santa María, Florianópolis, Curitiba, Lapa y Río de Janeiro.”
El prologo del libro pertenece al Dr. Julio María Sanguinetti señalando en una parte del mismo que “como sombras del pasado los caudillos rurales aparecen aún hoy, invariablemente, envueltos en brumas de polémica. A veces se nos describe sus trágicos finales, su coraje, su desprendimiento material, su profundo enraizamiento popular y a partir de allí una visión envuelta de romanticismo. En ocasiones, a través de los horrores de las guerras, las truculentas descripciones de degüellos que las partes en conflicto siempre se atribuyeron recíprocamente, o mostrando la incompatibilidad entre cualquier orden institucional y el personalismo del espontáneo mando individual, se nos explica que la dicotomía civilización y barbarie de la literatura sarmientina tiene mucho de sentido. Esta cuestión se complica aún más cuando a las dicotomías ideológicas y sociológicas le añadimos los particularismos nacionales que, como es natural impregnaron nuestros textos históricos. Más allá de la diferencia de tradición, la sensibilidad, el modo de concebir el país, su relacionamiento con la gente, son análogos y bien distintos de aquellos señores de los campos, cuyo escenario eran las vastas cuchillas patrias, su transporte, el caballo y no el coche, su instrumento la espada y no la pluma.
Los riograndenses federales reclamaban más autonomía estadual, un sistema más parlamentarizado y subyacía detrás de esta idea una visión más tradicional del estado y la sociedad. Por un lado entonces, el medio rural, con Gumersindo Saravia como Jefe Militar, por otro la tendencia civil marina de base carioca. Es así que en 1893 llegan los revolucionarios a dominar no sólo Río Grande sino Florianópolis y hasta Curitiba. La guerra fue tremenda, sangrienta –dice Sanguinetti- llena de excesos y represalias, de actos heroicos y de combates singulares. El supremo desborde de pasión es la mutilación de los cadáveres de Gumersindo y de Almirante Saldaña de Gama cuando caen muertos. En el correr de ese dramático enfrentamiento, Gumersindo termina siendo leyenda. Y a su lado Aparicio hace su aprendizaje militar y forma ya su condición de caudillo, que se proyectará más tarde en Uruguay. Por alguna causa, cuando cae Gumersindo, este mismo lo designa su sucesor y le da el mando, que de inmediato reconocen los demás jefes brasileños y en formalmente ratificado con la firma de Gaspar Silveira Martins y Luis Saldaña de Gama. De esa confrontación emergen los últimos caudillos de aquel tiempo que terminaba.” En las primeras páginas del libro los periodistas brasileños establecen que “la entrada del cementerio de Santa Vitoria do Palmar es guardada por un pórtico, con arcada y portón de hierro envejecido y herrumbrado. Erocildo Pereira es el sepulturero hace 9 años y no recuerda haberlo visto cerrado en alguna oportunidad. El mayor movimiento pertenece a los que recuerdan la memoria de Gumersindo Saravia. En el panteón de mármol están guardados los ochenta huesos que quedaron de su cadáver. El panteón no es imponente. No se destaca sobre los otros del pequeño cementerio. La placa de bronce dice simplemente: panteón perpetuo de las familias de Gumersindo Saraiva y Amelia Rodríguez Saraiva ( 2/ 11/ 1919) Es la fecha en que el cuerpo de Gumersindo vino de Santa Clara del Olimar en el Uruguay, para este cementerio en la Región de los Campos Neutrales. En otra pequeña placa las fechas del nacimiento y de la muerte: 1852- 1894. Gumersindo vivió solamente 42 años. La mujer de Gumersindo , doña Amelia, también está enterrada allí. Hay una pequeña fotografía de cada uno. Gumersindo está sin sombrero, usando un traje apretado, cuello alto abotonado. Ella parece medio distraída. Los que la conocieron destacan el coraje y la alegría que siempre la acompañaban. “Esta bajita es más guerrera que yo” decía Gumersindo a sus amigos. Todos los días alguien llega al cementerio de Santa Vitoria a depositar alguna flor en el sepulcro de Gumersindo, sobre todo en el aniversario de su muerte. Sin embargo también el odio de los enemigos pasa por el cementerio; la foto de Gumersindo, incrustada en mármol , está arañada, como si alguien quisiera borrar el esmalte que la cubre y condenar al olvido el nombre del caudillo oriental. Todo el pueblo de Santa Vitoria sabe que el sepulcro guarda un cuerpo sin cabeza, mientras que la historia inventada por los lugareños asegura que durante las noches de luna llena el caudillo abandona el cementerio montado en su caballo negro. Sin embargo el sepulturero manifestó a los periodistas brasileños que “por ese portón nunca lo vi salir... “
Con material bien documentado los escritores brasileños nos ofrecen algunas páginas de la historia riograndense por donde debió transitar Gumersindo para entrar en la inmortalidad. El surgimiento de estos caudillos no obedecía solamente al heroísmo sin límite, sino que tenían raíces más profundas, relacionadas siempre con las diferencias sociales de la población y la situación que vivía por aquellos años la campaña riograndense. Por este motivo la figura legendaria de Gumersindo enarbolando la bandera de la justicia social continua galopando por los campos brasileños que un día regara con su propia sangre.
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