La imagen de
Cristo clavado en la cruz, es la reproducción más viva de los
sufrimientos de los débiles por los poderosos, de los humildes por
los fanáticos del poder, de los pobres y explotados por los déspotas
imperiales apoyados por cipayos ambiciosos y sin conciencia que
explotaron y que lo seguirán haciendo mientras no se quiera
interpretar la sangre, las llagas, la carne lacerada y el monstruoso
infinito dolor y sacrificio que por amor al prójimo sufriente, que
son los míseros del mundo, hizo Cristo. La historia se ha repetido
con un verdadero determinismo inexorable. El imperialismo antiguo
romano apoyado por los pueblos cipayos de la época que ayudaban y
cooperaban en las depredaciones, son los yanquis de ahora con sus
estados satélites Israel, Inglaterra, España, Francia, etc. El
emperador omnipotente de antaño con sus jefes de estado menores no
menos criminales y depredadores con los actuales Obama, Cameron,
Netanyahu, y demás etcéteras.
En aquella época
se crucificaba, se laceraba y se lanceaba, se usaban potros y clavos
en manos y pies y se gozaba colocando coronas de espinas en la
cabeza. Hoy, se quema con fuego líquido –napalm-, bacterias
exterminadoras, se entierran seres humanos vivos, no solamente
ejércitos sino aldeas con civiles inermes bajo dunas de arena, con
topadoras o palas mecánicas, se borran del mapa con misiles de largo
alcance atómicos ciudades históricas milenarias –Bagdad, Basora,
Kabul, etc.- y se barren con niños y jóvenes que solo pueden
responder con piedras y ondas contra metrallas en helicópteros
artillados entre otras armas. Y todo está hermanado en iguales
razones. La ambición del poder y las riquezas ajenas. Cristo no
muere por el poder material o político. Su poder no es de este
mundo. Muere reivindicando espiritual y humanamente a los pobres
sometidos. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una
aguja, que un rico y poderoso –Obama, Netanyahu, Cameron, etc.-
entre en el Reino de los Cielos. Nadie tiene derecho de quedarse con
lo ajeno, y con más razón la vida, saldo Dios. Y Dios hay uno solo.
Que no es por cierto Atila, ni Pol Pot, ni Hitler, ni los actuales.
La vida es sagrada ya sea la que fanáticos asesinos terroristas
inmolaron en los trenes españoles de Atrocha, como los cientos de
miles de vidas que para quedarse con el petróleo en un subsuelo o
territorio, hemos sufrido a través del tiempo. Jesús nos representa
y lo sigue indicando con su cruz, una enseñanza de amor pero también
de resistencia estoica que sólo el Hijo de Dios pudo hacer. En medio
de su padecimiento tuvo palabras de perdón para los culpables del
miserable crimen. Perdónalos Señor, no saben los que hacen. Claro,
no obstante las magníficas palabras llenas de infinito amor por el
hombre, es obvio que hubo culpables.
Poncio Pilatos
era el político corrupto que se lavó las manos por cobardía y por
perversa comodidad aceptando la presión del pedido de un pueblo
culpable, carente total de piedad. Tuvo, narra la historia, su
castigo muriendo como un miserable que fue. Al igual que los tiranos
y explotadores imperiales que aunque algunos mueran en la cama, todos
son maldecidos por sus iniquidades.
También es
cierto que siempre cabe el arrepentimiento. Pero los imperios como el
romano antiguo y sus “Poncios Pilatos”, como sus socios actuales,
nunca se arrepintieron y terminaron trágicamente. Y los pueblos
cipayos que los ayudaron entonces y aún ayudan habiendo exigido la
crucifixión de Cristo, jamás a través de los milenios ninguno se
arrodilló ante una Cruz a pedir perdón ante la infamia criminal,
demostrando que dos mil años después aún prefieren a Barrabás.
También sus ambiciones despóticas imperiales caerán de igual
manera.
Los pueblos
oprimidos son los “Espartaco” que también murió en la cruz por
la libertad y dignidad que representa Jesús. Su mensaje de amor,
libertad y justicia, increíblemente sigue sin ser oído por
poderosos.
La bestia
representada por los “Tiberios”, los “Herodes”, los “Poncio
Pilatos” y sacerdotes del templo como hoy los yanquis y sus socios
que dicen defender el mal sobre el bien y masacran naciones enteras
que solo defienden su libertad y soberanía, los culpables de tantos
crímenes, me cuesta creer que puedan entrar en el Reino de los
Cielos.
Soy humano y no
puedo decidir, que lo haga Él. No caben dudas que hará justicia.
¡Felices
Pascuas! ¡Eguberri
zoriontsuak! (en vasco).
Leopoldo
Amondarain
C.I.
950.556-0
Tel:
099 626 573
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