Sin amor Por Gerardo Sotelo
23.Oct.2013
Enamorar. El verbo puede tener múltiples acepciones además
de la obvia. Una de ellas define la capacidad de un elenco político de
seducir a los electores.
En la política, como en la vida, enamorar supone desplazar hacia uno
lo que bien podría ganarse otro, sólo que con un nivel de subjetividad y
sentimientos algo menor. Los políticos presumen tener un discurso
racional, que cambian por sentimentalismo y golpes bajos no bien asoma
la campaña electoral, e incluso antes.
En un sistema con voto
obligatorio, el elector puede votar por enamoramiento (ya sea por un
candidato o una propuesta electoral) pero también por desencanto o
descarte. Alguna de estas causas inspirará la decisión de los electores
que resolverán quien gobernará el país a partir del año 2015. Sin
embargo, es la oposición, en su condición de retadora, la que debe salir
a enamorar, en procura de conquistar los votos que le faltan.
Algunos
analistas señalan que la oposición "no enamora". En rigor, conocidos ya
los nombres de los precandidatos presidenciales de todos los partidos,
no hay nadie que mueva el fiel de la balanza de una manera definitoria.
Por eso, desde filas opositoras se responde que el postergado anuncio de
que Tabaré Vázquez finalmente sería candidato, tampoco marcó una
corrida de votos hacia el oficialismo. El razonamiento sólo demuestra
que un escenario que podía ser desastroso, no lo es tanto, una magra
cosecha para quienes aspiran a desplazar al Frente Amplio del gobierno.
Por
un lado, es cierto que los candidatos opositores "no enamoran", esto
es, no son capaces de desplazar ni siquiera un segmento mínimo de la
opinión pública hacia alguna de sus candidaturas, de tal manera de
ponerlos en mejor posición para alcanzar la segunda vuelta y competir
con chance.
No se trata sólo de que Larrañaga, Bordaberry y
Amorín Batlle parecen haber mostrado todo lo que tienen para ofrecer, y
Lacalle Pou, que generaba expectativa por ser un precandidato debutante,
no tuvo un lanzamiento con demasiado lucimiento. Después de todo, no
están tan lejos: alcanzaría con que dos o tres por ciento del electorado
cambiara su voto por desencanto como para que el Frente Amplio perdiera
al menos la mayoría parlamentaria y la victoria en primera vuelta, una
hazaña que, según la última encuesta de Cifra vuelve a ser un resultado
factible.
Quien debe hacer la diferencia es la oposición y no lo
está haciendo. Sus candidatos parecen jugar al error, la chicana y los
anuncios programáticos, sin enamorar con tales recursos a quienes
podrían considerar un cambio de voto.
Por otro lado, hay un
fenómeno estructural: en un país con un sistema político estable, una
economía en crecimiento y una mejora general en las condiciones de vida,
es más difícil que la oposición haga una buena basa.
El
electorado de centro, que por dos veces llevó al Frente Amplio a la
presidencia, no parece saturado por los problemas ni por el elenco de
gobierno, pero además, ninguno de los precandidatos de la oposición ha
sabido hasta ahora enamorarlo.
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