“Mátame mujer encendida que necesito cruzar ahora el puente
Siente la herida que grita sobre el violín de la muerte”
I
Escribo sobre una desgarradura con el hueco de un silencio agolpado en la frente, un aullido de profunda soledad,
Hace unos años morías, te observé irte del mundo de espaldas a él, con la misma indiferencia con la cual te trataron. Tu mano huyó de la mía, eternamente recordaré tu espalda como quien escucha un grito mezclado con el silencio más profundo. Eras una persona simple, tan profundamente simple y escribías bosquejos de sonidos. Eras especialmente lleno de jardines como los ojos que nunca he visto.
-Ayúdame a morir-
Sabías que aquel cromosoma traicionero iba a dejarte alejado del mundo, te dormías en medio de la vida terco en la vigilia y sin embargo se apagaban las letras debajo de tus ojos. Lo sabías, sentiste el golpe de las arterias anunciando las cárceles del olvido.
Eras el puente palpitante de la vida más profunda pero no podrías elegir el día de tu muerte. Una extraña cuestión burocrática tal vez teñida de dialéctica judeocristiana. No se puede elegir como se nace, pero debería poder uno elegir la hora de su muerte. ¿Que trampa reside en la última campana secreta de nuestro destino cuando el cuerpo nos traiciona, se vuelve un hemisferio de agujas terribles, un bosquejo de nosotros, se desprende sin aviso como un guante en la mitad de un precipicio?
Es demasiado monstruoso verse entre cables parecidos a cuerdas llenas de nudos infalibles que condenan a la asfixia, gotas de extraños elixires que sostienen latidos pero que no entienden caminos para encender el mundo.
Es difícil entender que hay que sufrir, de amor bien, es la púnica certeza del amor sufrir y bueno, de vida. Sí, pero sufrir por sufrir como una llaga que no cura y se extiende engangrenando los ojos, trampeando la esperanza y mutilando el sueño, eso…no es entendible
-Mátame, ayúdame a olvidar mi cuerpo, ese no soy yo, me he ido-
Resignarse a una clase de sobrevida con ruido a platos con enjambres de nieve y jarrones con olores nauseabundos, tardes, noches, todas iguales, desgarradas de pedidos de auxilio que no conmueven ni la piedra mohosa de la ventana dormida.
Resignarse a ser un sarcófago que salpica sus cadáveres es un ejercicio hostil como un naufragio inminente.
II
La primera vez que te vi desapareciste por una esquina de la habitación del hambre. Eras piel con ojos y varios instrumentos musicales. Olías a amapolas, girasoles, vertientes de jazmines, y todos los aromas que a veces me inventaba, a animal salvaje, ese era el aroma predilecto de todos los bosques.
Eras nítido como una pared acribillada, veloz como un pájaro nunca subordinado, libre como un prófugo de la desdicha,
-¿Hablas portugués?-
_no, pero canto-
-¿Juegas a ser sombra?-
-No, pero escucho-
.¿te gusta la vida?-
-Si, mucho-
_Te amo-
Cuando te conocí inventaste mis manos. Siempre supe que no podría vivir sin ellas. Sin las dos piernas seguro, tú me caminarías. Sin las manos imposible, no podría tocarte. Ni escribirme, ni escribirte, ni sentir las manzanas arder, ni multiplicar la maravilla.
Eras mis manos, y a veces los dedos me pertenecían.
Por la noche me despertabas con los brazos sobre el alma y los estallidos del lenguaje sabían de la marea. Eras agua, fluías. Corríamos por las avenidas de las ciudades y nunca esquivábamos la muchedumbre, pero siempre eramos nosotros y solos, las plazas por la noche llenas de fotógrafos ciegos, el invierno y su mansedumbre. Fuimos todo lo felices que es posible ser y basta.
III
Hoy es domingo y el sonámbulo pega fantasmas en el techo. Me duele todo tanto…Miro apagarse el jardín, entre humaredas lentas de cigarros prohibidos. Tú me miras. Si, me duele todo y ya no tengo que explicarte cuantos huesos tiene mi corazón herido. No podemos salir a correr por las avenidas, no tengo como escribirte el significado de lo que se disemina torpemente por el suelo. Comer es imposible. Hablar…tú, solo tu entiendes la marea que escapa de mi cuerpo en olas de lluvia con sus páginas atroces. Te veo encender velas y a veces escucho cantar ciertos pájaros extraños. No puedo más, no puedo. “porque yo también fui un animal indescifrable, una especie de pez y un elefante”
Te veo, aun te veo, y te amo mucho. Mátame.
III
La policía acaba de llegar. Golpean con brusquedad las puertas. Abren tu almohada y las plumas me hacen toser. Buscan entre tus pies llenos de llagas mi nombre. Dicen que los acompañe, dan vuelta frascos, los cables ahora me asfixian a mí. No importa. Es la primera vez en mucho tiempo que he vuelto a sonreír. Si, como aquel día en que te vi por primera vez.
Salgo a la calle y antes de ocupar el auto blindado, miro la calle. Hay árboles, palomas y una extraña dulcedumbre melancólica.
Pasan por mi cabeza imágenes de cangrejos y pulpos. Hay frutos ácidos caídos en el viento.
-Usted lo mató verdad?-
-Si. Por la noche escuchamos canciones francesas, jazz y un concierto de violín. Leí algunos poemas, encendí una lámpara azul, aún veo la llama de una vela apagándose contra la cama y el olor de la hierba.
Después le di a beber su libertad. No podía escribir y por eso no dejó una carta. Su habla era inentendible, no pude grabarlo. Pero el me lo pidió, se lo aseguro.-
_Tiene que ir con nosotros. Lo que ha hecho es grave.-
Por la noche un espectro anfibio me visitó en el sueño. Nunca había sido tan feliz. Amarte fue inmenso. Liberarte quizás más…como si no fuera lo mismo.
Laura Martínez Coronel.
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