Fueron
noventa largos minutos de desprecio y humillación. Sólo por ser negros.
No
fue obra de europeos neonazis que discriminan a los inmigrantes que “invaden”
el rico continente.
No
fueron jóvenes de la orgullosa y “pura” Europa del norte que discriminan a sus
coterráneos del sur mediterráneo.
No
fue en el sur estadounidense donde aún quedan fuertes reminiscencias racistas.
Fue
en Tacuarembó, en nuestro Tacuarembó, en un partido de fútbol, y los
responsables del absurdo agravio fueron tacuaremboenses, uruguayos, como usted
o yo.
La
naturaleza de los insultos no dejó duda alguna sobre el odio y desprecio por la
condición racial de Jorge Coco Rodríguez y Joel Burgueño, dos jugadores de
fútbol, dos deportistas en apariencia culpables de haber nacido negros de piel.
Primero
fue un grito aislado machacón (“negro de mierda”, “mono”, “gorila”, “comé
banana”, etc), luego se fueron sumando otros, hasta que los cánticos racistas se
transformaron en orgulloso coro de buena parte de los parciales de la tribuna
local.
Jorge
Coco Rodríguez, que ya había sufrido una situación similar años atrás en una
cancha montevideana, advirtió a la terna arbitral, éstos plantearon la
situación a los directivos locales, hubo más de un pedido por la red de
altavoces. Pero nada cambió. Los insultos siguieron. El partido se jugó,
nuestro reglamento al parecer ampara este tipo de absurdos e inhumanos extremos.
Y si no lo ampara es letra muerta.
El
resultado del partido de fútbol poco importa. Dicen que ganó los tres puntos
Tacuarembó pero hubo más pérdidas que ganancias.
Perdimos
todos, los que allí estaban, sumándose al racismo ramplón y también quienes
acompañaron en silencio solidario el dolor de Jorge y Joel.
Perdimos
quienes nos enteramos después sólo por la valentía de uno de los jugadores
humillados que hizo una denuncia pública.
Perdió
Tacuarembó, tierra de humanistas, de grandes pensadores, de poetas, escritores,
músicos y deportistas. También a ellos se les ofendió. A Mario Benedetti, Sara
de Ibáñez, Paulina Medeiros, Washington Benavidez, Héctor Numa Moraes, Martha Gularte,
Dani Umpi, Alfredo Gravina, Andrés Silva, algunos de una extensa lista de
personalidades relevantes.
Perdió
el deporte porque a diferencia de lo que pasa en otras partes se continuó un
espectáculo que debió haberse suspendido.
Perdió
la justicia porque no hubo fiscal o juez que actuara de oficio ante un hecho
notorio de odio y discriminación racial.
Perdió
la sociedad porque todos somos testigos de la impunidad de hechos que deberían
ser sancionados deportiva y judicialmente y no lo son.
Perdió
la imagen democrática y republicana de nuestro Uruguay porque pasados varios
días no ha habido reacciones de rebeldía u ofensa, pedidos de disculpas u otro
paliativo.
Y si
socialmente el caso repugna, sólo pensar en los más cien mil afrouruguayos que
saben que lo vivido por Jorge y Joel no es un hecho aislado y fuera de
contexto, ¿qué decir del silencio de las autoridades? Las del club involucrado,
las jurisdiccionales del fútbol, las de la fiscalía o de la justicia letrada
departamental.
Quizás
este triste episodio no haya hecho otra cosa que poner de manifiesto una cara
de cómo somos los uruguayos que con más astucia que honestidad nos gusta
disimular u ocultar. Que una cosa es la Constitución y los derechos de igualdad que allí
se establecen y otra cosa bien diferente es cómo se cumplen esos preceptos en
la realidad del día a día.
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