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viernes, 2 de mayo de 2014

TERCERA EDAD Y ADULTOS MAYORES. Casillero moderno para los ancianos. Por Julio Dornel

                                                 Escritor y periodista Julio Dornel



Uno de los síntomas más evidente de que los años han pasado demasiado rápido, está relacionado con los regalos que recibimos en los aniversarios y otras festividades. Si el día de su cumpleaños, navidad, año nuevo, reyes o el día de los padres le regalan medias o pijamas (de tartán o franela) no tenga ninguna duda de que ha llegado a una edad que necesita de una atención especial de sus familiares. En el balance de otros aniversarios quedaron para el recuerdo las corbatas, los perfumes o alguna botella que por lo general había que vaciar  el mismo día para que la felicidad se prolongara.
A partir de los 60 las medias se repetirán hasta el último aniversario con un razonamiento lógico de sus familiares “el abuelo necesita mantener los pies calientes, no sea cuestión que... Recién ahora nos dimos cuenta que los años que deseábamos tener en la infancia se fueron demasiado rápido y ni siquiera sabíamos de la existencia de las medias. Pero medias al margen y muy bien que sirven para abrigarnos el cuerpo, hay otras situaciones que nos dejan el alma a la intemperie. Un elevado número de personas con más de 60 años está viviendo en una sociedad que los discrimina  permanentemente valorizando solamente a los jóvenes. Jubilados, pensionistas y viejos abandonados representan en la actualidad un porcentaje expresivo que debería preocupar a la sociedad uruguaya.
Las comodidades de la vida actual no llegan a la mayoría de los ancianos, dando la sensación de que los más jóvenes están discriminando a quienes ya no están en condiciones de producir. En algunos asilos y “hogares” existentes en nuestro país, muchos internados aguardan  ansiosos la única visita que recibirán en muchos años: la muerte. Pobres, enfermos y abandonados por amigos y familiares, cansados de dormir sobre colchones malolientes, vestir ropas contaminadas y comer muy poco  los ancianos se van cansando lentamente de vivir. Se trata de un tema reiterado que lejos de mejorar ha empeorado en los últimos años, basta visitar algunos de estos establecimientos  para comprobar una situación de abandono que en algunos casos se desea la muerte como única salida.
Al margen de los sufrimientos naturales que provocan las enfermedades, cuando se superan los 80 años algunos ancianos padecen de un mal incurable que es la soledad.    De esta manera y en estas circunstancias comienzan las crisis de depresión, encerrándose en sus problemas y sintiéndose inútiles después de haber trabajado durante toda la vida. Se habla mucho de proteger a la familia mediante programas de asistencia a la maternidad, a la infancia, al menor y a los incapacitados pero muy poco se habla de los ancianos. Las Naciones Unidas calculan que en el año 2020, solamente en Brasil habrá más de 30 millones de personas con más de 60 años. Esta realidad nos está demostrando también que muchos valores tienden a desaparecer y cada día se respeta menos a los padres, maestros, profesores, abuelos y vecinos con una falta de consideración nunca imaginable.
Antiguamente los jóvenes confiaban en los adultos del barrio con la seguridad de que llegado el momento encontrarían una mano amiga y solidaria. Hoy todo ha cambiado. Rejas en puertas y ventanas, ancianos que sobreviven entre el frío y la soledad del asilo, mochilas con celulares junto a los pañales y una realidad que golpea cada vez más fuerte a la tercera edad. En todas las etapas de la vida el hombre necesita del apoyo y del afecto de sus familiares, amigos o vecinos. Sin embargo nunca se necesita tanto como en la vejez o en la tercera edad como se dice ahora. También debemos señalar que el promedio de vida aumentó considerablemente, mientras en 1900 apenas llegábamos a los 47 años en la actualidad ha sobrepasado los 70 y se encamina a vivir mucho más que todas las especies que habitan el planeta. Pero mientras aguardamos la eternidad de nuestros sucesores debemos recordar a célebres “viejos” que se metieron en la mejor historia de la humanidad; León Tolstoi murió a los 84 años de neumonía; Goethe murió a los 83 años cuando recién había terminado la segunda parte de Fausto; Víctor Hugo también murió a los 83 y Tiziano  de cólera a los   99, cinco años después de terminar su famoso cuadro “Cristo Coronado de Espinas”. Miguel Ángel murió a los 89, Verdi a los 88  tras haber creado Othelo  con más de 80. Stradivarius a los 93 y  Bertrand Russell en plena vejez  preside en Estados Unidos los tribunales de Crímenes de Vietnam. La historia uruguaya ha recogido el nombre de Anacleto Medina que murió a los 83 años atravesado por una lanza en la batalla de Manantiales mientras luchaba junto a Timoteo Aparicio en 1871. Ilustres ancianos que sin embargo nunca los vimos encasillados en la Tercera Edad.

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