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EL MISTERIO DEL POP BARROCO
El colectivo multimedia Garufa -que
integran los uruguayos Oscar Moreira (vocalista), Felipe Medina
(contrabajo), Ignacio Giovanetti (guitarra) y el venezolano Alejandro
Loguercio (violín)- se presentó en el Festival de Liechtenstein
realizado en julio de 2013 junto al guitarrista colombiano Julián Torres
como invitado especial.
Ya hemos adelantado en nuestro blog el video de la versión de Fuga y misterio de Astor Piazzolla que estrenó Garufa en
Liechtenstein, y nos parece importante desentrañar el entrelazamiento
de vertientes musicales que confluyen en este verdadero sonido del nuevo milenio concretado por un grupo de latinoamericanos que radican en Viena.
Lo primero que debe destacarse es que todos los integrantes de Garufa (incluido
su invitado circunstancial) tienen una formación universitaria completa
y participan activamente en muy distintos tipos de eventos musicales,
lo que se revela en el calado o filum expresivo (la tensión oculta del iceberg) que irradia su vocación tanguera mestizada en forma de contraconquista, como le hubiese gustado definirlo a José Lezama Lima.
Pero en este caso se trata de cinco latinoamericanos condensando el pop barroco de acá y de allá con una gracia de profundidad que nos recuerda tanto a la Contrarreforma como a Grela o los Beatles, porque conjugan una necesidad universalista y global de repartir la espiritualidad fuera de las elites.
Y es bueno recordar que ya en 1981 Álvaro Pierri -que dirigió la formación universitaria de Ignacio Giovanetti, arreglista de Garufa- había grabado en Montréal una versión del Estudio Nro 11 de Villa-Lobos absolutamente indecente y revo lucionaria.
En 1985, por otra parte, Giovanni Antonini y Luca Pianca fundan Il Giardino Armonico, que consolidó un encaramiento roncaleado (así lo definen los propios músicos y no precisamente en broma) de la música barroca.
Y ya iniciado el nuevo siglo, en 2003, se editan Las 8 estaciones de Vivaldi y Piazzolla barajadas e intertex tualizadas literalmente (vale
decir: interpolando fragmentos readaptados de un contexto epocal a
otro) por el violinista ruso Gidon Kremer, una producción apta para amojonar una incontenible recuperación del misterio todopoderoso del barroco y del pop ensamblados.
En el ataque guitarrístico de Garufa, por ejemplo, hay un empuje de la púa que propaga una energía de corte netamente no almidonado por el anquilosamiento del establishment, y entonces nos despeina (Cortázar dixit a propósito de El perseguidor) una sed de supervivencia mágica generada por estilos tan refrescantes y avasallantes como el tango, el jazz, el flamenco o el rock.
Esta consagratoria invasión patriagrandista -y sobre todo artiguista- de Garufa nos
aporta, sin duda, un rebrillo de espada capaz de desmandarse
purificadoramente frente a la barbarie y la hipocresía de cualquier
culturita de palo.
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