Finalmente y luego de un largo y
problemático parto, el niño pudo nacer sano y salvo. Salvo, claro
está, el pequeño detalle que, cual si fuese un personaje de una
novela de Gabriel García Márquez, el recién nacido pesaba unos 80
kilos, medía más de un metro setenta y cinco y ya tenía 36 años.
Nada de eso pareció importarle a
su abuela materna, que aprovechando la ocasión que se le presentaba,
envió un fuerte y emocionado abrazo:- “¡A mi nieto que mira por
TV!”-
Del otro lado de la pantalla,
Ignacio Hurban se enteraba de algo que hacía rato venía
sospechando. Que su verdadero nombre era Guido Carlotto, que su
madre y su padre habían desaparecido durante la dictadura militar
argentina y que su abuela era una de las abuelas más famosas del
mundo.
Sospecha que lo había animado a
acercarse a la Casa de las Abuelas para decir que quería hacerse un
examen de sangre para cotejar su ADN con los de las Abuelas de Plaza
de Mayo, sobretodo luego de ver el spot publicitario de la selección
argentina de fútbol en donde Messi convertía su mejor gol de la
historia al decir: -“ Vení, hace diez mundiales que te estamos
esperando.”
Lamentablemente, tanto el
recontra almirante Emilio Massera y su cómplice, el recontra general
Rafael Videla, no pudieron enterarse de la alegría de todo, bueno,
de casi todo el pueblo argentino ante la noticia de este último
parto, porque hace rato que desaparecieron de la faz de la tierra.
Sí, desaparecieron, pero a diferencia de los treinta mil
desaparecidos que llevaban sobre sus hombros, nadie tiene el menor
interés de ir a buscarlos y mucho menos se reclama su aparición
con vida.
Pero es una verdadera pena que no
estén entre nosotros en este preciso momento. Bueno, no entre
nosotros- la boca se me haga a un lado- sino en una celda de una
cárcel común cumpliendo cadena perpetua por sus crímenes. En donde
podrían haber leído y visto por TV como todo, sí ya sé, casi todo
el pueblo argentino, junto a muchos otros pueblos del mundo,
festejaban la recuperación del nieto de Estela de Carlotto.
Hasta sus queridos Clarín y TN,
cual si fuesen los paladines de la búsqueda de los nietos
desaparecidos, ponían en primera plana la noticia. Y se revolcaban
en el pastito de la alegría, como si sus páginas y pantallas no
estuviesen manchadas de sangre, de golpes de estado y de alabanzas
hacia el proyecto de reestructuración nacional, realizado con tanto
amor por la patria, el dios católico y la manera de ser argentina
por Videla y sus secuaces.
Si bien Guido no es el primer
nieto recuperado, sino el 114, el hecho cobra mayor relevancia por lo
que significa su abuela como símbolo de la lucha de esas mujeres que
no han parado de buscar a sus nietos durante más de treinta años.
¡Viejas locas y tercas! Por suerte.
Para añadir sal a la herida y
como ya ha pasado con otros nietos, Guido se presentó
voluntariamente ante las Abuelas, rompiendo en añicos el perverso
plan de Rafaelito y Emilio querido, de borrar de la tierra a sus
padres y luego hasta de la memoria de sus hijos.
Falta recuperar más nietos. Se
suponen que son unos 400 en total. Algunos no sabrán que son
adoptados/apropiados. Otros lo sabrán pero prefieren seguir siendo
quienes son, ya sea por miedo, o porque les gusta más su familia
adoptiva que la que sospechan puede ser la verdadera. Ya son hombres
y mujeres grandes que pueden decidir por sí mismos si quieren saber
quiénes son o si prefieren seguir viviendo una vida de mentira.
Por ahora, mientras sigo
salpicando la pantalla del monitor con mis lágrimas y llenando el
teclado de asquerosos pero alegres mocos, le deseo lo mejor a
Ignacio en su nueva vida como Guido. Que vaya despacito y por la
sombra, que ya llegará a la vereda del sol.
A Estela no necesito desearle
nada. L.M.V.
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