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miércoles, 6 de agosto de 2014

El parto por Lilly Morgan Vilaró


Finalmente y luego de un largo y problemático parto, el niño pudo nacer sano y salvo. Salvo, claro está, el pequeño detalle que, cual si fuese un personaje de una novela de Gabriel García Márquez, el recién nacido pesaba unos 80 kilos, medía más de un metro setenta y cinco y ya tenía 36 años.
Nada de eso pareció importarle a su abuela materna, que aprovechando la ocasión que se le presentaba, envió un fuerte y emocionado abrazo:- “¡A mi nieto que mira por TV!”-
Del otro lado de la pantalla, Ignacio Hurban se enteraba de algo que hacía rato venía sospechando. Que su verdadero nombre era Guido Carlotto, que su madre y su padre habían desaparecido durante la dictadura militar argentina y que su abuela era una de las abuelas más famosas del mundo.
Sospecha que lo había animado a acercarse a la Casa de las Abuelas para decir que quería hacerse un examen de sangre para cotejar su ADN con los de las Abuelas de Plaza de Mayo, sobretodo luego de ver el spot publicitario de la selección argentina de fútbol en donde Messi convertía su mejor gol de la historia al decir: -“ Vení, hace diez mundiales que te estamos esperando.”
Lamentablemente, tanto el recontra almirante Emilio Massera y su cómplice, el recontra general Rafael Videla, no pudieron enterarse de la alegría de todo, bueno, de casi todo el pueblo argentino ante la noticia de este último parto, porque hace rato que desaparecieron de la faz de la tierra. Sí, desaparecieron, pero a diferencia de los treinta mil desaparecidos que llevaban sobre sus hombros, nadie tiene el menor interés de ir a buscarlos y mucho menos se reclama su aparición con vida.
Pero es una verdadera pena que no estén entre nosotros en este preciso momento. Bueno, no entre nosotros- la boca se me haga a un lado- sino en una celda de una cárcel común cumpliendo cadena perpetua por sus crímenes. En donde podrían haber leído y visto por TV como todo, sí ya sé, casi todo el pueblo argentino, junto a muchos otros pueblos del mundo, festejaban la recuperación del nieto de Estela de Carlotto.
Hasta sus queridos Clarín y TN, cual si fuesen los paladines de la búsqueda de los nietos desaparecidos, ponían en primera plana la noticia. Y se revolcaban en el pastito de la alegría, como si sus páginas y pantallas no estuviesen manchadas de sangre, de golpes de estado y de alabanzas hacia el proyecto de reestructuración nacional, realizado con tanto amor por la patria, el dios católico y la manera de ser argentina por Videla y sus secuaces.
Si bien Guido no es el primer nieto recuperado, sino el 114, el hecho cobra mayor relevancia por lo que significa su abuela como símbolo de la lucha de esas mujeres que no han parado de buscar a sus nietos durante más de treinta años. ¡Viejas locas y tercas! Por suerte.
Para añadir sal a la herida y como ya ha pasado con otros nietos, Guido se presentó voluntariamente ante las Abuelas, rompiendo en añicos el perverso plan de Rafaelito y Emilio querido, de borrar de la tierra a sus padres y luego hasta de la memoria de sus hijos.
Falta recuperar más nietos. Se suponen que son unos 400 en total. Algunos no sabrán que son adoptados/apropiados. Otros lo sabrán pero prefieren seguir siendo quienes son, ya sea por miedo, o porque les gusta más su familia adoptiva que la que sospechan puede ser la verdadera. Ya son hombres y mujeres grandes que pueden decidir por sí mismos si quieren saber quiénes son o si prefieren seguir viviendo una vida de mentira.
Por ahora, mientras sigo salpicando la pantalla del monitor con mis lágrimas y llenando el teclado de asquerosos pero alegres mocos, le deseo lo mejor a Ignacio en su nueva vida como Guido. Que vaya despacito y por la sombra, que ya llegará a la vereda del sol.
A Estela no necesito desearle nada. L.M.V.

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