La posible confirmación de la mayoría
absoluta para el Frente Amplio en Diputados, y también en el Senado
si gana el balotaje, abre un escenario completamente nuevo en la
historia del país. En pleno auge del liderazgo de Luis Batlle, cuando
Maracaná, el partido de gobierno obtuvo mayorías absolutas dos veces
consecutivas. Estamos ante la posibilidad de que, esta vez, sean tres.
mié oct 29 2014
La explicación más fácil para esta hegemonía
política es la evolución de la economía. Hemos vivido un ciclo de
crecimiento excepcional: ha crecido el salario real; ha bajado el
desempleo a tasas históricas; y se ha multiplicado el crédito que
facilita un aumento formidable del consumo. Cuando las mayorías
populares sienten esas mejoras, difícilmente quieren cambiar de rumbo de
gobierno. Otra explicación señala que Vázquez siempre fue mejor
candidato que Mujica. Finalmente, el triunfo territorialmente más amplio
de la izquierda con respecto a 2009 —solo perdió en cinco departamentos
esta vez— responde a esa mejor aceptación comparada del actual
candidato frenteamplista. Por mucha renovación y excelente campaña que
pudiera hacer su principal adversario desde el Partido Nacional, siempre
se supo que Vázquez era el favorito para esta primera vuelta de
octubre.
Todo lo anterior tiene algo de verdad. Pero no alcanza
para explicar una hegemonía de mayorías absolutas que se repite tres
veces. Porque a pesar de que los uruguayos se muestran muy críticos del
estado de la educación pública y de la inseguridad, por ejemplo, y de
que es sabido que el ejercicio del poder siempre desgasta, los
partidos de oposición no recibieron, en conjunto, mayor apoyo que en
2009. Lo que hubo, en realidad, fue un corrimiento ciudadano hacia la
izquierda del espectro político: 1 diputado de Unidad Popular, 50
(aunque uno está todavía en disputa) del FA, y 3 del Partido
Independiente (que tuvo 2 escaños en 2009). En esta interpretación, se
eligieron más diputados de izquierda en 2014 que en 2004. Dicho de otra
manera: habrá menos diputados blancos y colorados en febrero de 2015 que
cuando empezó el ciclo frenteamplista en el poder.
La explicación no está pues solamente en la economía o
en el candidato. Hay algo más profundo y duradero que permite mantener
en el tiempo semejantes mayorías. Se trata de la hegemonía cultural: la
generación de un relato, de una identidad, de un deber ser, de un
universo simbólico que, todos juntos, producen sentido común ciudadano y
aseguran los cimientos para mayorías de izquierda sólidas y
duraderas.
Hay que entender que la inmensa mayoría de las
decisiones de voto en nuestro país no se definen faltando pocos meses o
semanas para las elecciones. Aquí hay cultura política de larga
duración. Y ella está afirmada en una socialización cultural y ciudadana
que legitima las opciones de izquierda, y en particular al Frente
Amplio.
Bien lo resumió el candidato Vázquez al final de su
campaña: no pidió un apoyo de agradecimiento por el pasado, que hubiera
permitido hacer hincapié en la explicación del voto por las mejoras
económicas de estos años. Pidió otra cosa: un voto de confianza a futuro
—que se afirma entonces en la valoración social y moral del
representante a elegir.
No es inteligente, claro está, abrazarse a una sola
causa para explicar esta mayoría política que durará 15 años. Pero
tampoco lo es creer que solo como hay más plata los uruguayos se
hicieron, tres veces, mayoritariamente frenteamplistas. La gente, antes
que nada, quiere sentirse parte de un proyecto común que le permita
soñar y le reafirme su autoestima; quiere ser parte de un relato que
interpreta valores colectivos y le asegura cierta dignidad moral. En
esta definición pesan muchísimo las identidades forjadas desde la
educación y la cultura. En este esquema, alcanza con ver qué papeles
cumplen Luis Alberto de Herrera o José Batlle, por ejemplo, y cuáles
cumplen los paladines de la izquierda en nuestro relato de la Historia y
en nuestra identidad cultural colectiva, para entender dónde se asienta
la hegemonía política izquierdista que, luego, se traduce en mayorías.
El ciclo electoral no terminó. Los partidos
tradicionales conservan una representación importante y una ligera
esperanza. Pero para volver a ser mayoría parlamentaria, cada uno con su
impronta, deberá asumir estas razones de fondo de los triunfos del FA.
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