Quienes transitan por el norte
rochense habrán observado en reiteradas oportunidades las tareas de
fumigación que por tierra y aire se realizan en los establecimientos
arroceros. Considerando que esta tarea se realiza en las proximidades
de los centros poblados es evidente que la dirección del viento
determina que en muchas oportunidades esa “brisa letal” caiga
finalmente sobre los hogares. Envases diseminados en los campos
establecen en sus etiquetas que estos herbicidas se deben aplicar con
equipos de pulverización terrestre montados en tractores o mochilas
de hombro. Precauciones de empleo: Evítese su ingestión,
inhalación y contacto con la piel y ojos. Si se ha producido, lavar
la parte afectada con bastante agua y jabón, en caso de los ojos
durante 15 minutos. Destruir los envases vacíos y enterrarlos lejos
de las fuentes de agua. Evitar contaminar con restos del producto o
del lavado de la pulverizadora, cursos de agua, lagunas o cañadas.
Contraindicaciones: NO EFECTUAR APLICACIONES AÉREAS. Evitar la
deriva, producto altamente combustible”. Esto reza en la etiqueta
del envase de uno de los herbicidas más potentes usados en el arroz
y los agricultores, sin dar importancia a la advertencia, lo usan en
aplicaciones aéreas porque es más rápido y económico. Un valioso
aporte recibido hace referencia a estas aplicaciones aéreas
señalando en primer término que “los envases quedarán
diseminados por el campo para envenenar la tierra, contaminar la
hierba, enfermar los animales y para matar a su inventor. Su brisa
suave acaricia los párpados, penetra en los ojos y contamina la piel
sin darnos cuenta, para diluirse en arroyos y cañadas apestando sus
aguas y acortando la vida. Sobrevuelan la presa sin medir sus
consecuencias, la carga de veneno está pronta a precipitarse, el
piloto de la nave no sabe ni tiene idea de lo va a hacer, solo acata
una orden y cumplirá sin siquiera leer lo que dice la etiqueta. Se
eleva portando en sus frágiles alas, la carga letal. El asenso está
determinado por la altura de sus víctimas, palmares centenarios
aguardan en soledad ser ejecutados solo por molestar en su camino.
Nada han hecho para ser devastados
pero entorpecen al homicida en su intento de desertificación
artificial. Y vuelan y sobrevuelan una y otra vez, año tras año,
hasta que los gigantes caen a tierra silenciosos, para nunca más
volver a poblarla, Nadie se atreve a denunciar, porque a nadie le
conviene defender al más débil, no dará réditos meterse con el
más fuerte. Los palmares y los montes nativos, no son
económicamente rentables y hoy el hombre debe ganar dinero y más
dinero, que solo justifica matando y muriendo. Y mueren palmeras y
montes nativos para dar paso a los cultivos comerciales, antesala de
los desiertos cuando lleguen las sequías.
El objetivo del asedio de los bombardeos son las malezas que deben
morir para limpiar los cultivos de la manera más barata. Invaden
también los campos ajenos con total impunidad, destruyendo praderas,
quemando las especies nativas terrestres y acuáticas, por el solo
hecho de ser el vecino del cultivo más rentable. Los pesticidas y en
particular los herbicidas se asocian con las sequías
para matar las plantas y con los aviones para matar la vida, mojando
la cara, los ojos, las manos, matando la piel. Los herbicidas y los
pesticidas que descienden de los cielos para arrasar todo a su paso,
no se cansan de regar hombres y bestias, acelerando enfermedades de
la piel y de los ojos. Los herbicidas que limpian cultivos y bajan
costos, aumentan su labor anualmente en su afán de saciar la sed de
los mercados y el hambre de los grandes empresarios, que manejan a su
gusto el magro precio que le llega al productor. El hombre ha
atravesado la historia matando para vivir, pero nunca aprendió a
sobrevivir” señala el aporte recibido.
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