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sábado, 10 de enero de 2015

Año nuevo. Laura Inés Martínez Coronel


 carasycaretas

Esta mañana la ciudad amaneció acribillada por una campana con un calor de moscas en enjambre de tormenta. Vi en algún lugar una frase simple, escuela “new age”, decía algo así “Todos los días puede ser el comienzo de algo hermoso”. Si, seguro, pero por dentro y con total empatía con las circunstancias leí “todos los días explotarán granadas en su nombre”. De poesía no tenía mucho, vi mutilados, gente cargando muertos con cabelleras heladas que se rompían en vertientes de sangre por el aire.
La primavera negra de Henry Miller mantenía su encomillado como en la guerra de 1990, aquel verano infernal, indecible, debajo de una higuera que apagaba las lámparas. Sinuosa, tal aquella serpiente joven que buscaba renacer sin poder descifrar cabezas de otros, nuevamente me perdí.
Un puente de luces amenazante  decía que regresara a casa, y una exposición de pinturas en el césped convocaba los pies descalzos de la agonía imposible. Pronto escuché sobre el caminar hacia otro patio de alguien que reía. Cada vez que intento despeinar la mañana se me cruza la muerte.
II
No soy pesimista, aposté a la vida siempre con mucha arteria sonora, fui una matriz próspera de dulce hospedaje, escribí y escribo, como un río que fluye guardando muy poco de lo que el lenguaje hace por mí, visito las ciudades por la noche llenas de gente que canta y piensa y después del exilio obligado me tomo trenes cuando sueño, vagones de belleza intransferible llenos de música.
Realmente creo poderosamente en la vida, a veces hasta en el amor como una adolescente que confunde sus pulsiones eróticas con largos vestidos de ardorosa cenicienta transgresora, creo que la muerte es mentira y “me sé todos los cuentos”. Pero es inevitable, no me parece oficio sagrado tocar violines en los derrumbes.
Para elegir la música que me puede ayudar a vivir, un disco de Cohen, escucho “The future” varias veces, veo el asesinato de todo lo vivo hoy, estoy en el futuro y el “hombre blanco baila, baila…”
Y el poema de Bob Dylan ,la fuerte lluvia claro..” he estado diez mil millas debajo de la boca de un tumba”.
III
Los muertos de Ayotzinapa, los muertos de Francia, las guerras de todo el mundo “en el bendito nombre de dios y el diablo”, los niños perdidos para siempre en el bosque, Caperucita Roja y Lola, (asociación para la muerte ilícita, fatal coherencia de la incoherencia toda), mi hija dándome un beso de despedida con su mirada cíclope, mientras muestra que nos hemos entendido por un momento, que avanzamos en el mapa del conflicto donde por lógica desaparecerá como la situación merece, la otra se sienta un poco más lejos, sonríe dulcemente y dice “te quiero, mucho,mucho, muuuuchoooo”.
Ay pequeña niña también entrarás en pocos años con la mirada de tu hermana a veinte días de su cumpleaños número quince, fastidiada con el acné aunque sea escaso y tapándote los ojos con el cabello a modo de protesta ocultando el rostro desconfiada ante un mundo que parece haberse vuelto una amenaza, me darás un beso con sabor a miel y cuchillos. Esa historia se repite, siempre.
El asunto es que temo que siempre el mundo fue una amenaza. A veces cuando leo los clásicos y me pongo muy cerca del abismo haciendo preguntas al oráculo de Delfos las tres brujas de Macbeth me cortan el camino y los molinos de Quijote me hacen caer con los escudos de cartón sobre la aspereza de las ortigas milenarias.
Seguro, hay felicidad también, y me gusta creer en la justicia, -esto se me hace más difícil, pero en el fondo creo, joder- visito las cárceles de la desesperanza con tantos candados como ojos, son muchos los ojos, eso les pasa a los hijos de la mosca y otros cetáceos que mutan en personas trashumantes.
IV
Todos los días sueño que por un camino vienen hacia mí los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, he estado removiendo tumbas, los cráneos siguen recordándome al poema de los comensales,aquel fantásticamente sombrío, de Prévert, la entrada de la madre con la niña muerta, la cabeza que cae entre los asistentes al banquete de la peor monarquía, ante la indiferencia de los rompecabezas de los pobres del universo todo. El cadáver triste sin ningún nombre, la fosa despidiendo sus olores perseguida por buitres, la cabeza, la pequeña luz de aquella vela que se destruye, y una sombra que desentierra su alma.
No tengo como dar cuerda al reloj cortazariano si no sigo sus exactísimas instrucciones llenas de poquísimas certezas. En el momento en el cual grito estalla el dolor de muchas rosas.
Un niño lee “El Principito” en Braille, otra de mis hijas consulta en una oscura policlínica, acompaña a “un paciente” dice, ella está enferma también, no sabe que hacer, llama, no me obedecerá, la escucho, cuelga “lo llamaron, debo irme”. Habla que su cabeza estalla hace diez días, que no puede ser, los calmantes ineficaces “y ahora que pasará con el trigémino?”.
Qué podría haber hecho mi madre conmigo, en el lugar exacto del piano derrumbado? A la memoria me viene una frase, la he leído en una novela de Krauss, pero podía ser escuchada en el almacén. “Podría haberme querido menos”.
He visto un hombre apoyado en un andamio queriendo construir un puente en medio de una inundación y me he encogido de hombros.
Ayer leí algo nada extraño, no menos triste, “dejen de hablar de cómo vestía la niña argentina, dejen de decir cuántos quilómetros anduvo, dejen de hablar de las fosas clandestinas, de las huelgas de hambre y de los muertos de Francia. Eso no me importa, soy uruguayo”
Las niñas han tomado un ómnibus bajo la lluvia, hay dolor en el mundo, y también indiferencia.
V
Tengo los pies sobre maderos en un grave naufragio, la madera es vieja, llena de clavos urdimbre de la peor metáfora, es madera en descomposición, pronto ha de quebrarse. Por debajo de mi pasa un río de agua cenagosa, tengo que saltar, el peligro de caer es grande, puedo asfixiarme allí entre camalotes de humo residual del incendio más feroz. Pasa una amiga por la frente de mis recuerdos. “Que haces ahí?’ Que haces a inicios de este año? Que vas a hacer el año entero?”
“Esperaré, esperaré.” Respondo.
Dice que se lo explique. “Es así, de un lado está la vida, del otro está la muerte, tengo un pie en cada lado del madero, esperaré. Hay años así, espero”
“Entiendo”. Dice. Es verdad, entiende. Hay faros para los náufragos y como cantaba Cazuza, “No te demores, te estoy esperando, no demores”. Entonces salto, escribo, denuncio, amo, muero, nazco y me enciendo.

1 comentario:

  1. Querida Laura cómo se te extraña!! Todavía me duele mucho tu muerte prematura. Leo y leo y no puedo creer lo que escribiste en tu último libro: "Eva ha transformado su llanto en ira, dicen que no es bueno, que por ahí tiene una enfermedad contagiosa como la pena y esto se traduce en células que derivan en cáncer. Debo dejar de pensar, se dice silenciosa."

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