Aldea global
Algo se quebró, aseguran muchos pobladores de Valizas.
El asesinato de la adolescente argentina provocó en los lugareños la
misma indignación que vivió buena parte de la población uruguaya durante
los últimos días de diciembre y principios de enero. Pero en Valizas
tuvo un sabor mucho más amargo porque el hecho ocurrió ahí, en un lugar
en el que hasta ahora se vivía al margen del miedo y la desconfianza.
Los pobladores señalan, además, otro tipo de violencia: procedimientos
policiales que acusaron a lugareños, combinados con una cobertura
mediática que priorizó la obtención de primicias e hizo a un lado la
prudencia que a su entender hubiera correspondido.
Durante todo el año viven en Valizas poco menos de 400
personas; la cifra contrasta con el ritmo veraniego, cuando alberga a
cerca de 5.000 personas. A comienzos de enero y hasta el domingo 11,
cuando hubo un recambio de turistas, el balneario estuvo al tope de su
capacidad. Los visitantes disfrutaron como siempre del lugar, de las
playas, de la noche, del gusto de vivir en ranchos y sin horario, de
andar descalzos, de mirar el cielo. Con el paso de los días el caso de
Lola Luna Chomnalez, la adolescente argentina que desapareció el domingo
28 y fue hallada enterrada el martes 30, pasó a un segundo plano en las
conversaciones. Si bien siguen planteadas las interrogantes de qué
pasó, quién la mató y por qué, el ritmo tranquilo característico del
lugar no parece haber sido afectado, tal vez porque existe la sensación
-y la esperanza- de que se trata de un hecho aislado.
El espanto
Vecinos del lugar se sumaron a la búsqueda desde aquel domingo en que los familiares de Lola hicieron la denuncia ante la Prefectura y la reiteraron, a la mañana siguiente, en el destacamento policial de Valizas. De acuerdo con el relato de la madrina y el esposo de ésta, con quienes la chica fue a veranear, Lola había salido a caminar por la playa hacia Aguas Dulces sobre las 14.00 y no regresó. Por eso la búsqueda se orientó hacia aquel lugar. Durante todo el lunes y hasta el martes de tardecita la Armada y la Policía Nacional montaron un gran operativo en esa zona. No hallaron nada. De repente, el movimiento se detuvo y los pobladores de Las Malvinas, como se conoce a las últimas casas de Valizas que están sobre la costa camino a Aguas Dulces, a unos dos kilómetros del centro del balneario, emprendieron su propia búsqueda. El martes de tardecita Ricardo, un artesano, con sus hijos y unos vecinos salieron rumbo a Aguas Dulces. Las huellas sobre la arena les dieron información que había pasado inadvertida para quienes no eran de ahí. Los hijos de Ricardo vieron el montículo tapado con arena y hojarasca y llamaron a su padre, que los apartó para que no vieran el horror. Avisó a las autoridades. Ricardo sabía que eso desataría una serie de idas y vueltas de él y de sus hijos a la seccional de Castillos y al juzgado de Rocha, pero sentía la necesidad de contribuir.
Al día siguiente el pueblo organizó una marcha que reunió a muchos pobladores y turistas. Desde el centro del balneario caminaron por la calle principal hasta la playa. Iban a ir en silencio, pero no pudieron dejar de aplaudir, aplausos que eran una demanda sentida. Al llegar a la playa formaron un círculo, hicieron silencio, aplaudieron, escribieron en la arena palabras que les salían y que representaban la sensación general: indignación, dolor. “Fue una manera de juntarnos y de mostrar lo que sentíamos, fue como si hubiese sido alguien nuestro, se sintió muy fuerte”, transmitió a la diaria Deivis, habitante de Valizas. Fue algo así como un duelo colectivo. Era la tardecita del 31 de diciembre previo al comienzo de una nueva temporada turística, pero estaban con el pecho oprimido, grandes y chicos, varones y mujeres. Costó festejar el fin de año.
“Fue un impacto muy profundo. En este pueblo no ocurren esas cosas; uno las ve en la televisión, son cosas que pasan, pero que pasen acá... Yo sentí que generó un cambio de conciencia”, expresó Deivis. “El miedo que hay en la ciudad se instaló acá; es un cambio muy fuerte para los moradores de Valizas. Acá se vive sin miedo, el miedo al otro no existía, la desconfianza hacia el otro no existía”.
Varios lugareños mencionaron que el pueblo tiene sus propias reglas y que fue formado sin Policía. Los terrenos se fueron cercando por acuerdos entre vecinos, así se limaron las asperezas y se fue generando una convivencia entre nativos y turistas, encuentros motivados y reforzados porque los niños concurren a una única escuela -a la que asisten unos 70 incluyendo a adolescentes que cursan el ciclo básico rural- y por diversiones comunes como son los equipos de fútbol que compiten con las localidades vecinas. Los problemas de seguridad del lugar son robos a casas, en busca de plata, por eso ahora mucha gente tranca las puertas, explican, pero nunca hubo un arrebato. Entre esos problemas se señalan peleas callejeras, la muerte de un joven hace algunos años en un boliche por una pelea entre familiares y algún suicidio cada tanto. No más que eso refieren tanto los lugareños como la Policía, que al ser consultada por la diaria identificó como principal problema hoy en día “al pichaje” que acampa donde no debe.
Los consultados descartan que alguien del lugar pudiera haber matado a la adolescente. No los conformaría, tampoco, saber que fue alguien de afuera, porque temen que vuelva a ocurrir algo parecido en el futuro.
Sin garantías
Hay quienes calificaron de “caza de brujas” el accionar de la Policía, que detuvo a lugareños y allanó ranchos de noche y sin orden judicial. Casas de Las Malvinas también fueron allanadas y ante tierras que se valorizan cada día más y que se proyectan para desarrollar grandes emprendimientos turísticos, sus habitantes no descartan la intención de borrar del mapa el rancherío.
Se acusa a la Policía de buscar “sin ton ni son” y “al tun tun”. Preocupa la detención de artesanos y pescadores, de personas que tienen pocas herramientas además de su palabra para defenderse, e indigna que se haya puesto el foco en las poco más de 300 personas que viven todo el año, cuando había miles de turistas.
Émilie es una antropóloga francesa que vive en Valizas desde hace nueve años. El sábado 3 un funcionario de Prefectura le avisó que el domingo al mediodía tendría que ir a declarar al juzgado de Rocha. El papel no era oficial. Tuvo que dar su nombre, su cédula, su firma; el funcionario no supo explicarle para qué había sido citada. Ella preguntó si sería por el caso de Lola. La respuesta fue negativa. Más tarde, una amiga le avisó que uno de los diarios nacionales anunciaba que estaba citada a declarar por el caso de Lola, y a la mañana siguiente otro matutino publicaba que estaba detenida. A las 11.00 del domingo se presentó en Prefectura y los funcionarios la trasladarían al juzgado. Los efectivos estaban ocupados en la detención de dos hombres por un tema que nada tenía que ver con el caso de Lola. Debió esperar un buen rato y la llevaron primero a Castillos, a donde iban las dos personas detenidas. Al cabo de dos horas planteó que no quería estar más allí y que estaba citada en Rocha.
Fue trasladada junto con un poblador de Las Malvinas que había sido calificado como sospechoso por la Policía porque había mantenido una relación con una chica que se llamaba Luna (hay versiones de prensa que explicaron que se llamaba Lola), de ahí la confusión. Pero la chica era francesa y ya había vuelto a su país. La suerte de ese hombre había sido peor que la de Émilie: estaba esposado y había pasado 24 horas en el calabozo del destacamento policial de Valizas, sin recibir alimentos ni tomar agua.
Émilie declaró ante un juzgado con abogados que no le devolvieron el saludo, pero uno de ellos se dio el gusto de decirle en francés qué linda que era y de cantarle una canción en un francés que no entendió. Declaró que había conocido a la chica francesa que había tenido una relación con el acusado. Su testimonio, el de otro testigo y el del indagado fueron suficientes para comprobar que la hipótesis era totalmente infundada. Ocho horas después volvió a su pueblo a trabajar y recuperar el tiempo perdido. Situaciones similares han vivido otras personas que también se comieron plantones de 11 horas para declarar no más de 30 minutos ante la jueza, entre ellos los niños que hallaron el cuerpo.
Incomunicados
Testigos y detenidos se sintieron acusados por la Policía pero también por los medios de comunicación que, instalados en la puerta del juzgado y de la seccional de Castillos, no dudaron en difundir los nombres y los rostros de los declarantes. Ése es uno de los motivos principales por los que los lugareños no quieren saber nada con la prensa. Sienten que fueron escrachados y usados para aumentar el rating.
Molestó especialmente la cobertura de algunos medios argentinos que cuestionaron el estilo de vida del balneario, que se caracteriza por vivir sin mayores comodidades y con un alumbrado público acorde, y hasta prejuzgaron a una persona por el solo hecho de tener rastas. Un vecino decía que se enteraba de lo que ocurría mirando los canales argentinos. También estuvieron pendientes de los canales, diarios, radios y portales uruguayos hasta la semana pasada, después de que liberaron a quien la Policía consideraba uno de los principales sospechosos, que no era sino un poblador del lugar que días atrás había brindado su testimonio a un canal argentino. Molestó que los medios no tuvieran filtros, sintieron manejadas sus ilusiones: los titulares alimentaban la esperanza de que el caso se había resuelto, para desilusionarse al día siguiente. La cobertura los saturó, así como haber comprobado la distancia entre los hechos y lo que se difundía.
El espanto
Vecinos del lugar se sumaron a la búsqueda desde aquel domingo en que los familiares de Lola hicieron la denuncia ante la Prefectura y la reiteraron, a la mañana siguiente, en el destacamento policial de Valizas. De acuerdo con el relato de la madrina y el esposo de ésta, con quienes la chica fue a veranear, Lola había salido a caminar por la playa hacia Aguas Dulces sobre las 14.00 y no regresó. Por eso la búsqueda se orientó hacia aquel lugar. Durante todo el lunes y hasta el martes de tardecita la Armada y la Policía Nacional montaron un gran operativo en esa zona. No hallaron nada. De repente, el movimiento se detuvo y los pobladores de Las Malvinas, como se conoce a las últimas casas de Valizas que están sobre la costa camino a Aguas Dulces, a unos dos kilómetros del centro del balneario, emprendieron su propia búsqueda. El martes de tardecita Ricardo, un artesano, con sus hijos y unos vecinos salieron rumbo a Aguas Dulces. Las huellas sobre la arena les dieron información que había pasado inadvertida para quienes no eran de ahí. Los hijos de Ricardo vieron el montículo tapado con arena y hojarasca y llamaron a su padre, que los apartó para que no vieran el horror. Avisó a las autoridades. Ricardo sabía que eso desataría una serie de idas y vueltas de él y de sus hijos a la seccional de Castillos y al juzgado de Rocha, pero sentía la necesidad de contribuir.
Al día siguiente el pueblo organizó una marcha que reunió a muchos pobladores y turistas. Desde el centro del balneario caminaron por la calle principal hasta la playa. Iban a ir en silencio, pero no pudieron dejar de aplaudir, aplausos que eran una demanda sentida. Al llegar a la playa formaron un círculo, hicieron silencio, aplaudieron, escribieron en la arena palabras que les salían y que representaban la sensación general: indignación, dolor. “Fue una manera de juntarnos y de mostrar lo que sentíamos, fue como si hubiese sido alguien nuestro, se sintió muy fuerte”, transmitió a la diaria Deivis, habitante de Valizas. Fue algo así como un duelo colectivo. Era la tardecita del 31 de diciembre previo al comienzo de una nueva temporada turística, pero estaban con el pecho oprimido, grandes y chicos, varones y mujeres. Costó festejar el fin de año.
“Fue un impacto muy profundo. En este pueblo no ocurren esas cosas; uno las ve en la televisión, son cosas que pasan, pero que pasen acá... Yo sentí que generó un cambio de conciencia”, expresó Deivis. “El miedo que hay en la ciudad se instaló acá; es un cambio muy fuerte para los moradores de Valizas. Acá se vive sin miedo, el miedo al otro no existía, la desconfianza hacia el otro no existía”.
Varios lugareños mencionaron que el pueblo tiene sus propias reglas y que fue formado sin Policía. Los terrenos se fueron cercando por acuerdos entre vecinos, así se limaron las asperezas y se fue generando una convivencia entre nativos y turistas, encuentros motivados y reforzados porque los niños concurren a una única escuela -a la que asisten unos 70 incluyendo a adolescentes que cursan el ciclo básico rural- y por diversiones comunes como son los equipos de fútbol que compiten con las localidades vecinas. Los problemas de seguridad del lugar son robos a casas, en busca de plata, por eso ahora mucha gente tranca las puertas, explican, pero nunca hubo un arrebato. Entre esos problemas se señalan peleas callejeras, la muerte de un joven hace algunos años en un boliche por una pelea entre familiares y algún suicidio cada tanto. No más que eso refieren tanto los lugareños como la Policía, que al ser consultada por la diaria identificó como principal problema hoy en día “al pichaje” que acampa donde no debe.
Los consultados descartan que alguien del lugar pudiera haber matado a la adolescente. No los conformaría, tampoco, saber que fue alguien de afuera, porque temen que vuelva a ocurrir algo parecido en el futuro.
Sin garantías
Hay quienes calificaron de “caza de brujas” el accionar de la Policía, que detuvo a lugareños y allanó ranchos de noche y sin orden judicial. Casas de Las Malvinas también fueron allanadas y ante tierras que se valorizan cada día más y que se proyectan para desarrollar grandes emprendimientos turísticos, sus habitantes no descartan la intención de borrar del mapa el rancherío.
Se acusa a la Policía de buscar “sin ton ni son” y “al tun tun”. Preocupa la detención de artesanos y pescadores, de personas que tienen pocas herramientas además de su palabra para defenderse, e indigna que se haya puesto el foco en las poco más de 300 personas que viven todo el año, cuando había miles de turistas.
Émilie es una antropóloga francesa que vive en Valizas desde hace nueve años. El sábado 3 un funcionario de Prefectura le avisó que el domingo al mediodía tendría que ir a declarar al juzgado de Rocha. El papel no era oficial. Tuvo que dar su nombre, su cédula, su firma; el funcionario no supo explicarle para qué había sido citada. Ella preguntó si sería por el caso de Lola. La respuesta fue negativa. Más tarde, una amiga le avisó que uno de los diarios nacionales anunciaba que estaba citada a declarar por el caso de Lola, y a la mañana siguiente otro matutino publicaba que estaba detenida. A las 11.00 del domingo se presentó en Prefectura y los funcionarios la trasladarían al juzgado. Los efectivos estaban ocupados en la detención de dos hombres por un tema que nada tenía que ver con el caso de Lola. Debió esperar un buen rato y la llevaron primero a Castillos, a donde iban las dos personas detenidas. Al cabo de dos horas planteó que no quería estar más allí y que estaba citada en Rocha.
Fue trasladada junto con un poblador de Las Malvinas que había sido calificado como sospechoso por la Policía porque había mantenido una relación con una chica que se llamaba Luna (hay versiones de prensa que explicaron que se llamaba Lola), de ahí la confusión. Pero la chica era francesa y ya había vuelto a su país. La suerte de ese hombre había sido peor que la de Émilie: estaba esposado y había pasado 24 horas en el calabozo del destacamento policial de Valizas, sin recibir alimentos ni tomar agua.
Émilie declaró ante un juzgado con abogados que no le devolvieron el saludo, pero uno de ellos se dio el gusto de decirle en francés qué linda que era y de cantarle una canción en un francés que no entendió. Declaró que había conocido a la chica francesa que había tenido una relación con el acusado. Su testimonio, el de otro testigo y el del indagado fueron suficientes para comprobar que la hipótesis era totalmente infundada. Ocho horas después volvió a su pueblo a trabajar y recuperar el tiempo perdido. Situaciones similares han vivido otras personas que también se comieron plantones de 11 horas para declarar no más de 30 minutos ante la jueza, entre ellos los niños que hallaron el cuerpo.
Incomunicados
Testigos y detenidos se sintieron acusados por la Policía pero también por los medios de comunicación que, instalados en la puerta del juzgado y de la seccional de Castillos, no dudaron en difundir los nombres y los rostros de los declarantes. Ése es uno de los motivos principales por los que los lugareños no quieren saber nada con la prensa. Sienten que fueron escrachados y usados para aumentar el rating.
Molestó especialmente la cobertura de algunos medios argentinos que cuestionaron el estilo de vida del balneario, que se caracteriza por vivir sin mayores comodidades y con un alumbrado público acorde, y hasta prejuzgaron a una persona por el solo hecho de tener rastas. Un vecino decía que se enteraba de lo que ocurría mirando los canales argentinos. También estuvieron pendientes de los canales, diarios, radios y portales uruguayos hasta la semana pasada, después de que liberaron a quien la Policía consideraba uno de los principales sospechosos, que no era sino un poblador del lugar que días atrás había brindado su testimonio a un canal argentino. Molestó que los medios no tuvieran filtros, sintieron manejadas sus ilusiones: los titulares alimentaban la esperanza de que el caso se había resuelto, para desilusionarse al día siguiente. La cobertura los saturó, así como haber comprobado la distancia entre los hechos y lo que se difundía.
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