La
partida física de Ruben Yáñez me producen un sentimiento donde se
acumulan el pesar, el vacío y la impotencia porque nos enfrentamos a la
pérdida de un ícono y un referente cultural, que fue un gran maestro de
teatro y de vida.
Hijo
de un obrero de frigorífico y de una costurera, Yáñez comenzó a
transitar el mundo artístico allá por la década del 30 en el Teatro del
Pueblo -un movimiento teatral con conciencia que surge durante
la dictadura de Terra- y defendió desde siempre la construcción de una
estética obrera y popular, que le permitiera a la gente acceder a una
visión de una realidad despojada de prejuicios.
Nunca
le importó el lucro, y decía que “no aspiraba a vivir del teatro, sino
para el teatro”. Y hubo un momento en el que expresó con tajante
claridad: “Basta de subestimar al pueblo uruguayo ofreciéndole obras
pasteurizadas y reducidas de tres horas a una hora. Los grandes textos
no tienen desperdicio y no hay que desconfiar del público ni tratarlo
como socio consumidor de obras de supermercado”. Esta reflexión no les
cayó muy en gracia, por cierto, a muchos de sus contemporáneos que quizá
ahora estén en su sepelio.
Y
estamos reproduciendo estas opiniones no solamente porque las
compartimos y las apoyamos, sino para que todo el pueblo uruguayo las
conozca.
Él
mismo decía siempre: "Hay que conocer a los grandes maestros y no dejar
nunca de mirar hacia los referentes que constituyen nuestra propia
historia. A mí me da mucha pena que los jóvenes no reconozcan a
Atahualpa del Cioppo, por ejemplo, y no por culpa de ellos sino porque
los trasmisores del conocimiento les vendan los ojos y no les permiten
tomar conciencia de quiénes fueron sus maestros”, recordándonos además
que “quien no sabe de dónde viene tampoco sabe hacia dónde va, sino que
más bien lo llevan”.
Ruben
Yañez permanecerá vigente porque su estilo, su visión y su ideología
constituyen un referente insoslayable para los que trabajamos en la
construcción de una cultura popular. Y lo mismo sucederá con otros
maestros que él mismo mencionara con gran humildad al recibir la
distinción de ciudadano ilustre: Atahualpa del Cioppo, Enrique Guarnero,
Arturo Ardao, Alberto Candeau y Justino Zavala Muniz.
Hoy queremos
asegurarle que no lo vamos a dejar morir en la historia porque
seguiremos desarrollando su visión y luchando incansablemente en cuantos
lugares podamos para lograr ese teatro popular y de contenido al que él
tanto aspiró hasta el final.
Y
siempre seguiremos teniendo presentes algunas de sus frases expresadas
en representaciones o entrevistas que definen la esencia misma de un
artista y un docente reivindicativo y comprometido con la causa de los
pueblos: “El teatro debe ser la universidad del hombre, pero sobre todo
del hombre que no puede ir a la universidad”. O: “Toda la vida nos
mostraron al Artigas del Banco República, el Artigas de los mandones y
no el de la gente en la que él siempre pensó”.
Ese era Ruben Yáñez
Y
ahora le dedicamos un gran abrazo revolucionario pero sin despedirlo,
porque queda mucho por decir y esa es la forma de mantenerlo vivo en la
conciencia de la gente.
Recordémoslo con la frase que él mismo dijo en una de sus representaciones:
"Ensíllenme el caballo. Llegó la hora de clarinar".
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