San
Pablo.- Diego Lugano lo levantó en andas apenas terminó el partido. Sus
compañeros fueron a buscarlo. Había salido después de su segundo gol.
Un cabezazo hacia atrás de Steven Gerrard y un error de marcación de
Cahill lo dejaron mano a mano con Hart. Lo quemó. Fuerte y cruzado. Se
fue corriendo con su clásica celebración de pistoletazos, besos al dedo
anular y la muñeca, y, siempre, el número tres con su mano derecha.
Titulares y suplentes se le tiraron encima. Eran como veinte encima de
él. Nuevamente de pie, volvió a hacer el número tres. Pegó un Topo
Gigio. "A ver qué dicen ahora?", decían los subtítulos. Se encargó de
aclararlo en pleno campo de juego. En los mejores treinta segundos de
nota del Mundial, aseguró entre lágrimas: "Lo soñé, lo soñé. Estoy
disfrutando este momento por todos los momentos que viví, por las
críticas... Acá tienen".
Oscar Tabárez confirmó la formación una
hora antes. Cambió medio equipo. Giménez por Lugano, Pereyra por
Pereira, González por Gargano, Lodeiro por Stuani. Su regreso, por
Forlán y a apenas cuatro semanas de su operación de meniscos, se
descontaba desde el mismo día después del 1-3 ante Costa Rica. Su
recuperación habla de su fortaleza física y, sobre todo, de su
sacrificio. A los 39 minutos del primer tiempo, bajó hasta su campo.
Rebotó de espalda, de primera y con el revés del pie derecho. Tac.
Redondita para Lodeiro y a correr hacia el área. El enganche encontró a
Cavani, recostado sobre la izquierda. El delantero juntó a Johnson y a
Cahill. Vio su pique y lo esperó. Se coló entre Jagielka y Baines. El
pase, medido y perfecto, le llegó cuando aún estaba en carrera. Hizo
simple una definición complicadísima. Giró, abrió bien los ojos, cabeceó
a contrapié y siguió corriendo.Lloraba mientras cumplía con ese ritual festivo que tan bien conocen Johnson, Gerrard, Henderson, Sturridge y Sterling, compañeros en Liverpool. Se tiró al piso y lo abrazó Arévalo Ríos, el jugador de equipo por excelencia. Volvió a hacer su ceremonia mientras se dirigía al banco a buscar a alguien. A Walter Ferreira. El kinesiólogo. Le dicen "El Manosanta" porque hace lo que nadie puede hacer. Trabajó con todos los cracks uruguayos: Rubén Sosa, Daniel Fonseca, Paolo Montero, Chino Recoba. Médicos y fisioterapeutas de todo el mundo lo consultan. Ayer agrandó su leyenda con ese emotivo abrazo.
Su planilla indicó que corrió 8500 metros y metió 39 piques, 21 en el segundo tiempo. En el último, alcanzó una velocidad final de 25,78 km/h y le rompió el arco a Hart. Solamente un 7 % de su tiempo tuvo alta actividad. Las estadísticas, je. Apenas se reanudó el partido tras el 2-1, se tiró al piso. Glen Johnson lo ayudó en la elongación. Pidió el cambio. Se retiró en camilla. Se sentó al lado de Ruso Pérez. Le llenó de lágrimas su hombro derecho. Estalló cuando el árbitro pitó el final. "Uruguay nomás", gritó arriba de Lugano. Abrazó respetuosamente a su amigo Gerrard. Explotó en el pecho de Muslera. Tiró una camiseta a la hinchada. Detectó a alguien en una tribuna. Se puso la mano sobre las cejas para ver mejor. Se emocionó. Lloró de nuevo, haciendo ese número 3 que representa a su familia: su mujer Sofía y sus hijos Delfina y Benjamín.
Luego se metió en el vestuario. Ni sueño ni película. Fútbol y la vida misma. Ayer todos quisimos ser Luis Suárez..
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