“El proyecto de Bachelet es una suerte de capitalismo con rostro humano”
El columnista chileno Carlos Peña analiza el cuadro político del país sudamericano que este domingo celebra sus primeras primarias presidenciales legales
Rocío Montes
Santiago de Chile
29 JUN 2013 - 03:34 CET14
Carlos Peña (1959), abogado, doctor en Filosofía y rector de la Universidad Diego Portales, es uno de los más agudos líderes de opinión en Chile. Las columnas que escribe los domingos en el periódico El Mercurio
son de lectura obligada para la clase política y todos los interesados
en los asuntos públicos. Desde esa tribuna ha descrito los cambios que
ha vivido Chile en los últimos años, después de las revueltas
estudiantiles de 2011, y el cuadro político del país sudamericano donde
este domingo tanto la derecha como el centroizquierda definirán a través
de primarias a sus respectivos candidatos presidenciales con miras a
las elecciones de noviembre. “Se trata, con todo, de una práctica que le
hace bien a la democracia especialmente si se admite la participación
de independientes”, señala el analista.
Pregunta. ¿Cuánto cambió Chile en los últimos tres años?
Respuesta. No es posible comprender los últimos tres años de la sociedad chilena –el malestar y el desasosiego- sin tener en cuenta los cambios que ella experimentó en los últimos veinte. La educación se expandió (la expectativa de escolaridad es hoy de 15.6 años); la educación superior se acerca hoy al 50% de cobertura, la mayor parte de la matrícula superior se compone de hijos de quienes nunca asistieron a ese nivel educacional; la vivienda propia es una realidad para más del 75% de los chilenos; y el consumo borra los signos externos del estatus. En suma, los chilenos son hoy más prósperos que nunca antes.
P. ¿Por qué entonces el desasosiego?
R. Lo que ocurre, en mi opinión, y esto es lo que se ha manifestado en los últimos tres años, es que esos cambios materiales produjeron profundos cambios culturales y subjetivos, en particular, un incremento de las expectativas y el deseo que las ideas que legitiman a la modernización capitalista –la igualdad de oportunidades y la meritocracia- efectivamente se realicen.
P. ¿Chile vive un cambio de ciclo?
R. Sin duda; pero no un abandono del proyecto de modernización capitalista en el que ha estado embarcado los últimos veinte años. Hay más bien un cambio en la subjetividad con que se vive el proceso de modernización –las expectativas que se dirigen a él- pero no un proyecto de modernización alternativo. Los partidos y sus dirigentes se están acomodando a esa nueva subjetividad que no fueron capaces, ni siquiera por un momento, de anticipar.
P. ¿Los estudiantes y la movilización de 2011 removieron el tablero político chileno?
R. Más que remover el tablero político, mostraron la precariedad de la representación parlamentaria en un doble sentido: intelectual puesto que los parlamentarios no fueron capaces de dialogar racionalmente con los jóvenes o manifestarles aquello en que se equivocaban (en vez de eso, simplemente los halagaron o se sumaron a sus demandas); e institucional puesto que el sistema mostró que no es capaz de acoger una representación más fidedigna de los intereses sociales, racionalizarlos a tiempo y conducirlos. Pero la correlación de fuerzas políticas se mantendrá más o menos como ha ocurrido en los últimos veinte años.
P. ¿Los jóvenes han conseguido avances relevantes en materia educativa?
R. Desde luego, y el más importante, han situado el tema en la agenda pública y hoy es un asunto ante el que todos deben pronunciarse.
P. Los principales líderes estudiantiles, como Camila Vallejo, buscan escaños en el Parlamento. ¿Qué le parece que ingresen al establishment político?
R. Me parece muy bien. Es un signo que los jóvenes valoran la democracia y las instituciones y principian a descreer que la movilización social pueda, además de ser un gesto de presión y de denuncia, ayudar a la deliberación pública.
P. ¿Observa similitudes entre las protestas chilenas de 2011 y el malestar social de Brasil?
R. ¡Tanto en Brasil y Chile no se vive una revuelta anticapitalista, sino al revés: esa gente se ha tomado en serio al capitalismo y sus promesas de bienestar creciente e igualdad de oportunidades!
P. Entonces, ¿el modelo de mercado no está en crisis en Chile?
R. No, en absoluto. Ninguna de las fuerzas políticas hoy día en competencia, ni las de derecha o de la izquierda, desafían, ni siquiera retóricamente, al modelo de mercado o al proyecto de modernización capitalista con la sola excepción del candidato humanista Marcel Claude, cuyas posibilidades electorales son casi inexistentes.
P. ¿Y el proyecto de la expresidente Michelle Bachelet, favorita para ganar las primarias de este domingo y las elecciones de noviembre?
R. Michelle Bachelet, quien probablemente ganará la presidencial, ha presentado un proyecto reformista, una suerte de capitalismo con rostro humano, pero ningún proyecto radical de cambio. Lo que ella sugiere es sacar del mecanismo exclusivamente de mercado a ciertos bienes (como las pensiones o la educación) de manera de construir, en base a una reforma tributaria moderada, una sociedad de prestaciones garantizadas e iguales en esos ámbitos. Si bien en la fase de elecciones primarias se le ha envuelto en una retórica más radical, es estrictamente un proyecto socialdemócrata. Y no es raro que todo esto sea así, los intelectuales más radicales han elaborado quejas morales contra la modernización capitalista; pero no han compuesto ninguna oferta alternativa. Y es que –como dice Zizek- hoy día es más fácil imaginar que acabe el mundo a que termine el capitalismo.
P. ¿No cree que ella se haya izquierdizado?
R. La expresidenta Bachelet posee un programa reformista, perfectamente socialdemócrata; pero, usted tiene razón, hay la imagen que se ha izquierdizado. Es posible que esa imagen se deba –paradójicamente- más a sus silencios que a sus palabras. Lo que ocurre es que cuando una líder carismática (y ella lo es en alta medida) guarda silencio o se dedica a escuchar o es ambigua, la gente empieza inevitablemente a proyectar en ella todos sus anhelos y sueños sin ninguna contención. Una líder carismática en silencio o que emite pronunciamientos demasiado genéricos o ambiguos, es un papel en blanco donde la ciudadanía empieza a escribir cualquier cosa desde el fin del mercado a la creación ex nihilo de una nueva constitución. Algo de eso parece estarle ocurriendo a la ex Presidenta Bachelet. Ella debiera recordar que no hay mayor peligro para un político que alcanza el poder, que la gente crea más en sus silencios que en sus palabras: las expectativas son entonces infinitas.
P. ¿Ve algún paralelo con la Presidenta de Brasil?
R. Es probable que a ese respecto haya paralelos de importancia con la Presidenta de Brasil. Ambas mujeres, de izquierda, carismáticas, en las que la gente proyecta su anhelos y las expectativas que la propia modernización ha desatado. Y ambas presas de un dilema complicado. Saben que no hay otro camino que la modernización capitalista; pero no se atreven a decirlo. El resultado es que navegaran en un reformismo con retórica anticapitalista.
P. Bachelet ha basado su campaña en la configuración de una nueva mayoría que incluya a los comunistas. ¿Es el principio del fin de la alianza entre el centro y la izquierda moderada que permitió sacar a Pinochet y el retorno a la democracia?
R. No lo creo. Y eso por varias razones. Desde luego, la más vieja lección de la historia política de Chile durante el siglo XX y lo que va del XXI es que para gobernar y ganar elecciones hay que contar con la adhesión del centro. Y salvo que la izquierda no quiera ganarlas más, va a seguir aliada a la Democracia Cristiana y siendo una izquierda, como usted dice, moderada. Hay una razón adicional: la presencia del Partido Comunista garantiza moderación en vez de perjudicarla. En la historia política de Chile ese partido ha tenido un comportamiento moderado e institucional. Y no hay razones para pensar que esta es la excepción.
P. ¿Qué está en juego para la derecha chilena en estas primarias considerando que sus dos precandidatos tienen escasas opciones de llegar a La Moneda?
R. La derecha a estas alturas no tiene sueños presidenciales plausibles, tiene desafíos puramente pragmáticos. El principal de todos es alcanzar una mayoría suficiente que le permita tener capacidad para negociar parte de las reformas que parecen haber ganado la adhesión de la ciudadanía. Y está bien que algo así ocurra. Así como no se ganan elecciones sin el centro, no se puede alcanzar la estabilidad de un programa de reformas en el largo plazo sin contar con la convergencia estratégica de la derecha. Pero no hay dudas que algo así se alcanzará.
P. ¿Cómo califica la gestión del Presidente Sebastián Piñera a menos de un año del término de su Administración?
R. Piñera ha sido un mal presidente si se lo juzga por la adhesión que ha alcanzado, la manera en que ha manejado los ritos del estado, el entusiasmo que despierta o la forma en que ha promovido las ideas de su sector. Sin embargo, ha hecho un gobierno que, si se atiende a los resultados, está por sobre la media. En suma, un gobierno razonable, en manos de un presidente sin talento para la política. No ha habido cambios estructurales, es cierto; pero él nunca prometió algo así. Se trata (y este es el rasero por el que hay que juzgarlo) de un gobierno de derecha. Si no se le piden peras al olmo, su gobierno ha sido razonable.
P. Este año se conmemora el 40 aniversario del golpe de Estado de 1973. ¿La fecha sigue generando división en Chile?
R. Por supuesto. Me parece a mí que esa división se expresa de tres formas, cada una de las cuales posee una intensidad distinta. En primer lugar, se encuentra la actitud de condena o de desaprobación de la violencia que, como consecuencia del golpe, se realizó en contra de un sector por motivos políticos: hoy son cada vez menos quienes defienden a los violadores de derechos humanos o elaboran teorías y tesis tendientes a la impunidad. En segundo lugar, se halla el proyecto de modernización que principió en esos años, la modernización capitalista: incluso con remilgos y condenas meramente retóricas, lo apoyan en los hechos y en sus programas casi todas las fuerzas políticas. Y en tercer lugar, el andamiaje institucional que, originado en esos años, todavía persiste. Quizá este sea el aspecto en el que, en los próximos años, se expresará la división que todavía causa entre los chilenos el once de septiembre. Así lo indica el debate que ya se ha iniciado sobre el cambio constitucional donde se cita –como ejemplo de lo que debiera hacerse- la constituyente española que dio origen a la carta del 78.
Pregunta. ¿Cuánto cambió Chile en los últimos tres años?
Respuesta. No es posible comprender los últimos tres años de la sociedad chilena –el malestar y el desasosiego- sin tener en cuenta los cambios que ella experimentó en los últimos veinte. La educación se expandió (la expectativa de escolaridad es hoy de 15.6 años); la educación superior se acerca hoy al 50% de cobertura, la mayor parte de la matrícula superior se compone de hijos de quienes nunca asistieron a ese nivel educacional; la vivienda propia es una realidad para más del 75% de los chilenos; y el consumo borra los signos externos del estatus. En suma, los chilenos son hoy más prósperos que nunca antes.
P. ¿Por qué entonces el desasosiego?
R. Lo que ocurre, en mi opinión, y esto es lo que se ha manifestado en los últimos tres años, es que esos cambios materiales produjeron profundos cambios culturales y subjetivos, en particular, un incremento de las expectativas y el deseo que las ideas que legitiman a la modernización capitalista –la igualdad de oportunidades y la meritocracia- efectivamente se realicen.
P. ¿Chile vive un cambio de ciclo?
R. Sin duda; pero no un abandono del proyecto de modernización capitalista en el que ha estado embarcado los últimos veinte años. Hay más bien un cambio en la subjetividad con que se vive el proceso de modernización –las expectativas que se dirigen a él- pero no un proyecto de modernización alternativo. Los partidos y sus dirigentes se están acomodando a esa nueva subjetividad que no fueron capaces, ni siquiera por un momento, de anticipar.
P. ¿Los estudiantes y la movilización de 2011 removieron el tablero político chileno?
R. Más que remover el tablero político, mostraron la precariedad de la representación parlamentaria en un doble sentido: intelectual puesto que los parlamentarios no fueron capaces de dialogar racionalmente con los jóvenes o manifestarles aquello en que se equivocaban (en vez de eso, simplemente los halagaron o se sumaron a sus demandas); e institucional puesto que el sistema mostró que no es capaz de acoger una representación más fidedigna de los intereses sociales, racionalizarlos a tiempo y conducirlos. Pero la correlación de fuerzas políticas se mantendrá más o menos como ha ocurrido en los últimos veinte años.
P. ¿Los jóvenes han conseguido avances relevantes en materia educativa?
R. Desde luego, y el más importante, han situado el tema en la agenda pública y hoy es un asunto ante el que todos deben pronunciarse.
P. Los principales líderes estudiantiles, como Camila Vallejo, buscan escaños en el Parlamento. ¿Qué le parece que ingresen al establishment político?
R. Me parece muy bien. Es un signo que los jóvenes valoran la democracia y las instituciones y principian a descreer que la movilización social pueda, además de ser un gesto de presión y de denuncia, ayudar a la deliberación pública.
P. ¿Observa similitudes entre las protestas chilenas de 2011 y el malestar social de Brasil?
R. ¡Tanto en Brasil y Chile no se vive una revuelta anticapitalista, sino al revés: esa gente se ha tomado en serio al capitalismo y sus promesas de bienestar creciente e igualdad de oportunidades!
P. Entonces, ¿el modelo de mercado no está en crisis en Chile?
R. No, en absoluto. Ninguna de las fuerzas políticas hoy día en competencia, ni las de derecha o de la izquierda, desafían, ni siquiera retóricamente, al modelo de mercado o al proyecto de modernización capitalista con la sola excepción del candidato humanista Marcel Claude, cuyas posibilidades electorales son casi inexistentes.
P. ¿Y el proyecto de la expresidente Michelle Bachelet, favorita para ganar las primarias de este domingo y las elecciones de noviembre?
R. Michelle Bachelet, quien probablemente ganará la presidencial, ha presentado un proyecto reformista, una suerte de capitalismo con rostro humano, pero ningún proyecto radical de cambio. Lo que ella sugiere es sacar del mecanismo exclusivamente de mercado a ciertos bienes (como las pensiones o la educación) de manera de construir, en base a una reforma tributaria moderada, una sociedad de prestaciones garantizadas e iguales en esos ámbitos. Si bien en la fase de elecciones primarias se le ha envuelto en una retórica más radical, es estrictamente un proyecto socialdemócrata. Y no es raro que todo esto sea así, los intelectuales más radicales han elaborado quejas morales contra la modernización capitalista; pero no han compuesto ninguna oferta alternativa. Y es que –como dice Zizek- hoy día es más fácil imaginar que acabe el mundo a que termine el capitalismo.
P. ¿No cree que ella se haya izquierdizado?
R. La expresidenta Bachelet posee un programa reformista, perfectamente socialdemócrata; pero, usted tiene razón, hay la imagen que se ha izquierdizado. Es posible que esa imagen se deba –paradójicamente- más a sus silencios que a sus palabras. Lo que ocurre es que cuando una líder carismática (y ella lo es en alta medida) guarda silencio o se dedica a escuchar o es ambigua, la gente empieza inevitablemente a proyectar en ella todos sus anhelos y sueños sin ninguna contención. Una líder carismática en silencio o que emite pronunciamientos demasiado genéricos o ambiguos, es un papel en blanco donde la ciudadanía empieza a escribir cualquier cosa desde el fin del mercado a la creación ex nihilo de una nueva constitución. Algo de eso parece estarle ocurriendo a la ex Presidenta Bachelet. Ella debiera recordar que no hay mayor peligro para un político que alcanza el poder, que la gente crea más en sus silencios que en sus palabras: las expectativas son entonces infinitas.
P. ¿Ve algún paralelo con la Presidenta de Brasil?
R. Es probable que a ese respecto haya paralelos de importancia con la Presidenta de Brasil. Ambas mujeres, de izquierda, carismáticas, en las que la gente proyecta su anhelos y las expectativas que la propia modernización ha desatado. Y ambas presas de un dilema complicado. Saben que no hay otro camino que la modernización capitalista; pero no se atreven a decirlo. El resultado es que navegaran en un reformismo con retórica anticapitalista.
P. Bachelet ha basado su campaña en la configuración de una nueva mayoría que incluya a los comunistas. ¿Es el principio del fin de la alianza entre el centro y la izquierda moderada que permitió sacar a Pinochet y el retorno a la democracia?
R. No lo creo. Y eso por varias razones. Desde luego, la más vieja lección de la historia política de Chile durante el siglo XX y lo que va del XXI es que para gobernar y ganar elecciones hay que contar con la adhesión del centro. Y salvo que la izquierda no quiera ganarlas más, va a seguir aliada a la Democracia Cristiana y siendo una izquierda, como usted dice, moderada. Hay una razón adicional: la presencia del Partido Comunista garantiza moderación en vez de perjudicarla. En la historia política de Chile ese partido ha tenido un comportamiento moderado e institucional. Y no hay razones para pensar que esta es la excepción.
P. ¿Qué está en juego para la derecha chilena en estas primarias considerando que sus dos precandidatos tienen escasas opciones de llegar a La Moneda?
R. La derecha a estas alturas no tiene sueños presidenciales plausibles, tiene desafíos puramente pragmáticos. El principal de todos es alcanzar una mayoría suficiente que le permita tener capacidad para negociar parte de las reformas que parecen haber ganado la adhesión de la ciudadanía. Y está bien que algo así ocurra. Así como no se ganan elecciones sin el centro, no se puede alcanzar la estabilidad de un programa de reformas en el largo plazo sin contar con la convergencia estratégica de la derecha. Pero no hay dudas que algo así se alcanzará.
P. ¿Cómo califica la gestión del Presidente Sebastián Piñera a menos de un año del término de su Administración?
R. Piñera ha sido un mal presidente si se lo juzga por la adhesión que ha alcanzado, la manera en que ha manejado los ritos del estado, el entusiasmo que despierta o la forma en que ha promovido las ideas de su sector. Sin embargo, ha hecho un gobierno que, si se atiende a los resultados, está por sobre la media. En suma, un gobierno razonable, en manos de un presidente sin talento para la política. No ha habido cambios estructurales, es cierto; pero él nunca prometió algo así. Se trata (y este es el rasero por el que hay que juzgarlo) de un gobierno de derecha. Si no se le piden peras al olmo, su gobierno ha sido razonable.
P. Este año se conmemora el 40 aniversario del golpe de Estado de 1973. ¿La fecha sigue generando división en Chile?
R. Por supuesto. Me parece a mí que esa división se expresa de tres formas, cada una de las cuales posee una intensidad distinta. En primer lugar, se encuentra la actitud de condena o de desaprobación de la violencia que, como consecuencia del golpe, se realizó en contra de un sector por motivos políticos: hoy son cada vez menos quienes defienden a los violadores de derechos humanos o elaboran teorías y tesis tendientes a la impunidad. En segundo lugar, se halla el proyecto de modernización que principió en esos años, la modernización capitalista: incluso con remilgos y condenas meramente retóricas, lo apoyan en los hechos y en sus programas casi todas las fuerzas políticas. Y en tercer lugar, el andamiaje institucional que, originado en esos años, todavía persiste. Quizá este sea el aspecto en el que, en los próximos años, se expresará la división que todavía causa entre los chilenos el once de septiembre. Así lo indica el debate que ya se ha iniciado sobre el cambio constitucional donde se cita –como ejemplo de lo que debiera hacerse- la constituyente española que dio origen a la carta del 78.
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