Volví a escuchar declaraciones de un gobernante uruguayo. El canciller, Omar Paganini, anticipa que, en Julio, cuando Uruguay asuma nuevamente la presidencia pro témpore del Mercosur, va a “volver a plantear la necesidad de modernizar el Mercosur, de abrirnos, de atraer, de generar acuerdos”. No es algo nuevo. Es un discurso repetido que forma parte de una concepción política y estratégica que ha venido defendiendo el gobierno uruguayo. Y no es de ahora. Viene de varios años atrás. A la “apertura de la economía” se suma la ponderación del llamado “libre mercado” y “la promoción de las inversiones extranjeras”. Esas posiciones trasmiten la impresión que todo mejorará significativamente si dejamos entrar grandes capitales para que se instalen en el país. Esa concepción se nota con facilidad, principalmente en Montevideo (no sé si será igual o parecido en algún lugar del interior) donde se pueden ver, por aquí y por allá, obras en construcción con un gigantesco cartel que dice: “obra exonerada de impuestos nacionales”. Es facilitar la famosa “inversión extranjera”, “abrir la economía” local. Formulado así o parecido, pero sin ningún rubor, eso significa que el gobierno de turno renuncia a recibir determinado dinero por el solo hecho de que esas obras se desarrollen en el país. Hay una tendencia manifiesta de abrazarse a la inversión extranjera y privada. Sin embargo no todo lo que brilla es oro. Las empresas privadas, extranjeras y también algunas nacionales, lo único que les interesa es el lucro. Son contadas las ocasiones en las que las ganancias obtenidas se vuelquen en beneficio de la población. O sea de todos nosotros, los habitantes de este país. Y cuando a esos capitales privados no les conviene, simplemente “levantan campamento” y se van a otro lado. En las últimas semanas del mes de mayo de 2024 cerró BALSA, una empresa que construía barrios privados en Maldonado, y estaban en ese proceso de cierre la planta de la Fábrica Nacional de Cerveza en Minas, la empresa láctea GLORIA y COPSA del transporte interdepartamental de pasajeros. Sin embargo, el gobierno, y algunas voces de la oposición, siguen aferrados a la fórmula del libre mercado y la “apertura de la economía local al mundo”. “Porque es la tendencia”, sostienen sin rubor y convencidos que la cosa pasa por ahí. Sin embargo, da la impresión que no es precisamente, por ahí. GLOBALIZACIÓN…HASTA POR AHÍ Si se toma el trabajo de dar una vichada por algún medio de difusión internacional, dedicado a informar sobre economía, encontrará, por ejemplo, un reciente artículo en “The Economist” de Londres, en el que se desmenuza la sucesión de “desglobalizaciones” que han proliferado en el mundo, comenzando por la guerra de aranceles, no solo entre China y Estados Unidos, sino ahora también, entre la Unión Europea (UE) y China que, vaticinan, es un proceso que va a recrudecer en los siguientes meses. Resulta que aquí, por estas latitudes, se insiste en tratar de convencernos de la apertura de la economía y, por allá, aumentan significativamente los regímenes de regulación y control estatal de las inversiones extranjeras. Capaz que no necesita ir a un diario inglés. ¿Porqué cree que la Unión Europea y el Mercosur no llegan a un acuerdo de libre comercio, que se negocia hace como veinte años?. Porque los europeos, principalmente Francia, Italia, Alemania y otros, aplican feroces políticas proteccionistas, en defensa de su propia producción. Yo no digo que esté mal. Me subleva que nos quieran convencer de lo contrario. En el mundo desarrollado reverdecen las “políticas industriales”, o sea, los subsidios estatales para promover empresas privadas o estatales, pero garantizando la “soberanía” y la “autonomía” nacional en ciertos rubros de producción. Y de paso buscan cerrarle el paso a China, que avanza decididamente a posicionarse en el primer lugar de las economías mundiales. Recientemente, el presidente de Francia Emmanuele Macron, declaró que “hay que abandonar la ingenuidad de las políticas comerciales de fronteras abiertas” ya que “las dos principales potencias internacionales han decidido dejar de respetar las reglas del comercio”, en referencia a Estados Unidos y China. Y para que Europa no muera, propone que hay que “ser soberanos”. Para ello, hay que aumentar “la capacidad de defensa” europea, incluida la atómica y el despliegue de “una economía de guerra” para el rearme. Esto es grave, pero no menos grave lo que agregó que hay que subvencionar a empresas estratégicas y derogar la libre competencia en sectores productivos claves. Ante productos extranjeros más baratos, “hay que proteger a nuestros productores” y no “ceder ante la desindustrialización”, indicó también el presidente francés. Más claro, échele agua. Así que, habrá que seguir prestando atención a los pregoneros del libre mercado y la apertura de las economías. Porque todo indica que “la cosa, no es por ahí”.