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lunes, 28 de noviembre de 2016
Garantías de recibir y desafíos de dar
Master Practitioner PNL Olga Elena C. Schenck
Desde el comienzo de nuestra vida en el útero de nuestra madre, hasta nuestro último suspiro, la vida es relación con nosotros mismos y con los demás.
Incluso en presencia o ausencia del otro, la vida es Relación.
El primer contacto que la mayoría de los seres vivos tenemos es, con nosotros mismos y con lo femenino, de ahí la importancia de la presencia o ausencia de la madre en nuestras vidas.
Durante la etapa embrionaria la mimetización madre-bebé es absoluta, y no es hasta después del nacimiento que podemos vivir asistido por otros recursos, por lo tanto, para nuestra mente subconsciente, nuestra madre representa las “Garantías de Recibir”, el Apego, el Amor, la Protección Emocional y la Nutrición, la Seguridad, el Sustento, la Vida y la Potencialidad de mantenerla conjuntamente en todas las connotaciones emocionales que ella tiene de acuerdo a las particularidades de ese vínculo inicial.
Afuera de ella están los “Desafíos de Dar”, la lucha por la supervivencia, está el Padre, que representa el Progreso, el Orden, la Fortaleza, la Protección Física (agresividad territorial), la Autoridad, el Trabajo, el Estudio y Aprendizaje, y todo lo que proviene del exterior.
De la interacción en nuestro subconsciente entre las “Garantías de Recibir” y los “Desafíos de Dar”, madre y padre, y la forma de relacionamiento entre sí, sumado a nuestras experiencias personales se va formando nuestra autoimagen, nuestra autoestima, nuestra escala de valores y las creencias que tenemos sobre las relaciones y el mundo que nos rodea.
Con estas experiencias iniciales y sus particularidades se irá conformando nuestro mundo de relación que cobrará mayor importancia al llegar la adolescencia con todos sus matices de experiencias sociales que dejarán una profunda marca en la manera de vivir nuestra vida adulta, por lo que podemos concluir que la manera en la cual nos relacionamos en los diferentes ámbitos de nuestras vidas es fruto de nuestra experiencia vital, por lo tanto, no es innato, y podemos cambiarla, mejorarla y transformarla, redefiniendo de una manera más saludables nuestras experiencias.
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