Olga Lobato,
pescadora en la Laguna Rocha. Foto: Ricardo Antúnez
10 de marzo de 2018
Próximo al
balneario La Paloma, en el margen sur de la Laguna de Rocha, una
veintena de familias trabaja durante estos días en la zafra de
camarones. Los pescadores aseguran que allí recogen los ejemplares
más grandes de la zona, aunque el dinero que reciben a cambio no
alcanza para amortiguar la inversión que realizan. Herederos de una
sacrificada tradición laboral, los habitantes de ese asentamiento
reclaman mayor regulación de la actividad pesquera y la conexión de
sus viviendas al tendido de energía eléctrica.
A diez kilómetros
de La Paloma, en una fecha difícil de precisar por los actuales
pobladores, se conformó una comunidad de pescadores sobre la margen
sur de la Laguna de Rocha. Entre el océano Atlántico y ese enorme
espejo de agua, al menos tres generaciones desarrollaron sus vidas,
acompañados de chalanas y redes, en casas frágiles que aún
continúan en penumbras.
Es marzo. La barra
de arena que durante buena parte del año separa a la laguna del mar
abrió paso hace varias semanas. Los camarones y langostinos bajan
desde el norte, por el océano, para buscar albergue y comida en los
fondos barrosos de las lagunas de Rocha, Castillos y Valizas.
Durante esta época
del año los pescadores tienden sus trampas en las aguas sosegadas
que contrastan con el potente oleaje oceánico que rompe a pocos
metros de allí. Cada día, a media tarde, los botes enfilan hasta
las estacas que sostienen a esos embudos de redes para colocar las
linternas. Se pesca a la encandilada: las luces provocan que los
bichos naden sin retorno hacia el interior de esas trampas. A la
mañana, temprano, los pescadores recolectarán los camarones
atrapados en el interior de las mallas. Más tarde, hasta la zona
llegarán los intermediarios y les ofertarán entre 60 y 100 pesos
por kilo, que son los precios que se han manejado en esta temporada.
Unos pocos se arriesgan y prefieren venderlos directamente a los
clientes que se acercan hasta ese lugar por un precio mayor: 250
pesos. La falta de luz eléctrica les impide tener freezer o
heladeras; con el frío asegurado los pescadores podrían moverse con
mayor autonomía a la hora de efectuar la comercialización.
La comunidad de
pescadores de la laguna de Rocha está conformada por una treintena
de viviendas muy próximas unas de otras. La casa de Pepe Lobato está
un poco más alejada, casi al final del camino. Este hombre tiene 64
años y pesca desde que tiene uso de razón. Dice que aprendió a
caminar adentro de la laguna. Hace muchos años ya, su padre llegó
solo desde Maldonado hasta esa zona, donde conoció a una mujer
oriunda de Valizas. Tuvieron 12 hijos. Los hermanos Lobato crecieron
junto a los Perrino, los Ballesteros, los Bonilla y también con los
Matos, que fueron los primeros en construir sus ranchos, recuerda
Pepe. “Aquellos viejos hacían bacalao: se salaba el pescado y se
vendía así en Montevideo y en Rocha... Se le dice bacalao, pero es
pescado salado”, explica. En el extremo norte de la laguna, con
entrada por la ruta 9, “había otra población de pescadores en el
puerto de Los Botes, y esa gente se trasladaba hasta acá, venía a
remo y a vela en las chalanas, traían una carpa y venían las
familias completas. Traían cargas de sal y salaban el pescado, y
cuando completaban el bote volvían para revenderlo”. Los hombres
también pescaban en el mar, con aparejos, donde capturaban
“tiburones, también para salar”.
Eterno
aprendizaje | “Hay algo importante que no les conté todavía”,
advierte Pepe Lobato mientras hace equilibrio en la punta del bote y
revisa las trampas puestas en la laguna. “Yo aprendí a leer a los
cincuenta y pico de años. Me enseñó la esposa de un amigo. Primero
me mostró las vocales y las consonantes, y después me mandaba
mensajes por el celular que yo debía responder. Y aprendí rápido.
Escribía con algunas faltas, pero al poco tiempo la mujer me dijo
que ya había aprendido”.
La pesca ha sido el
sustento de esas familias, casi todas con muchos integrantes. Pepe
nunca fue a la escuela: “Tuve la otra educación, la de mis viejos,
que fue buena, porque todos los hermanos apuntamos para el trabajo y
tenemos nuestras cosas”. Algunos de sus hermanos decidieron cambiar
de ambiente y “otros quedamos acá y buscamos que las cosas sean
mejores, pero siempre en nuestro lugar”.
Pepe recuerda que
durante una época llegaron a vivir 50 familias junto a la laguna y
que, cuando la situación “se complicó, solamente quedaron dos o
tres pescadores”. “Ahora hay una población estable de 16
familias”.
Pesca artesanal
genera “muchísimo trabajo”
De acuerdo a
estimaciones realizadas “poco tiempo atrás” la pesca artesanal
ocupa a cerca de 500 personas en el balneario La Paloma, casi 10% de
la población de ese municipio, indicó el alcalde José Luis
Olivera. “Es un sector que genera muchísimo trabajo que no se ve:
son las personas que arman los palangres, quienes hacen y reparan los
trasmallos o quienes hacen el fileteado, que incorpora valor agregado
a la captura en la comercialización”. En la laguna de Rocha la
pesca “tiene una importancia fundamental en la economía local,
sobre todo en la cosecha del camarón”. “Estos pescadores han
aplicado otras estrategias con la captura de otras especies, pero,
según han dicho los especialistas, no es suficiente la biomasa
existente para sostener a todas las familias. Ahora hay otros
emprendimientos vinculados al turismo que están buscando darle otro
sustento, y son estrategias de desarrollo económico local
alternativas a la pesca”, valoró.
La vida en esa
angosta franja ubicada entre el mar y la laguna siempre fue difícil.
Lobato asegura que actualmente “tenemos más comodidades, pero
antes era más linda, creo, quizás porque yo era más chico”.
Desde hace varios años los pescadores no utilizan remos ni velas
para la navegación. Tienen botes con motores fuera de borda y
también cuentan con alguna camioneta o automóvil –bastante
trajinados todos los que están a la vista– para trasladarse hacia
otros lugares. “Se ha mejorado bastante en el sistema de vida, en
la manera de trabajar también. Hoy hay motores, equipos de lluvia,
botas, un montón de comodidades que antes no había, porque
entrábamos descalzos al agua”.
También
incorporaron pequeños paneles solares que les permiten cargar las
baterías de linternas, teléfonos celulares, y las computadoras y
tablets que utilizan los escolares y liceales que viven en el lugar y
se trasladan diariamente hacia La Paloma a estudiar en vehículos que
proporciona la comuna rochense.
El camarón del
Pepe | Pepe Lobato es uno de los pocos pescadores de la laguna de
Rocha que intenta vender directamente al consumidor. Los precios que
fija están por debajo de aquellos que se encuentran en las ferias o
en supermercados. “Los camarones los vendo a 250 pesos el kilo. Son
buenos, son langostinos; entran 31 en cada kilo. En Valizas son mucho
más chiquitos”, asegura. El kilo de pulpa de lenguado también lo
vende a 250 pesos. Los filets de corvina, lisa y pejerrey cuestan 160
el kilo. En tanto, el kilo de corvina “para hacer a las brasas”
lo comercializa a 120 pesos. Lobato prefiere “no hacer cuentas”
sobre el dinero que invierte en cada zafra, “porque si las hago
debería vender el kilo de camarón al doble” de lo actual.
Elsa, también
oriunda de esa laguna, es la compañera de Pepe. La pareja tuvo seis
hijos: cuatro varones, también pescadores, y dos mujeres cuyos
maridos trabajan en ese mismo sector. “La pesca siempre fue nuestra
forma de vida”, comenta. El desarrollo del oficio le ha permitido
aprender “mucho del lugar y apreciar la libertad”, que “es
total, para trabajar, para expresarse. Acá de repente dependemos de
un comprador de pescado, pero no de un patrón. Yo nunca tuve un
patrón, siempre trabajé con mi viejo, con mis hermanos, toda la
vida. También tengo la libertad de extender la vista y mirar
alrededor; se ve muy lejos y puede apreciarse la naturaleza”,
añade.
Actividad
desregulada
La zafra de camarón
ha “decaído muchísimo durante los últimos años”. La ausencia
de un organismo regulador –como fue Industrias Loberas y Pesqueras
del Estado (ILPE) durante los años 70 y 90– permite que los
intermediarios sean los encargados de fijar los precios. “ILPE
manejaba y era el concesionario de la laguna. Daba los permisos de
pesca y compraba toda la producción. En ese momento no había
especulación, estaban los precios regulados. Cuando cayó ILPE –con
la aplicación de la Ley de Empresas Públicas aprobada durante el
gobierno de Luis Alberto Lacalle (1990-1995)– las zafras de camarón
dejaron de ser zafras, para nosotros al menos, porque prácticamente
no es rentable pescarlo”.
Actualmente la
Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara) controla la
actividad pesquera, aunque no fiscaliza los precios de las capturas,
según Lobato. “Este año se deben haber sacado 30 toneladas de
camarones, pero al haber tantas personas pescando, se reparte. Es
demasiada la gente que viene a pescar desde otros lugares. Del pueblo
ya queda poca cosa. Llegan personas que durante el año tienen otros
oficios; hay personas que tienen permisos y los arriendan. El
pescador puede entrar con 10 trampas para el camarón, pero algunos
usan 20, 50 o 70. Es un descontrol”, subraya.
Lobato también
lamenta la cantidad de estacas que no fueron retiradas una vez
finalizadas las cosechas y han quedado clavadas en la laguna. “Eso
le hace mucho mal a la laguna, y nos hace mal a nosotros por el
sentimiento que provoca, porque hubo mucha gente que cuidó a la
laguna y hoy tenemos que admitir que gente venga de afuera a
destrozar. Hay reglamentos, hay leyes, pero no se cumplen porque no
hay autoridades para hacerlos cumplir”, establece.
A principios de este
siglo se formó una asociación de pescadores de las lagunas de los
departamentos de Rocha y Maldonado que firmó acuerdos con organismos
nacionales e internacionales para mejorar las condiciones de los
trabajadores. Pepe formó parte de esa agremiación. “Se pidió
ayuda para instalar la energía eléctrica, pero se trajeron paneles
solares, generadores a combustibles, y no son cosas que den
resultado. Acá no quedó nada. Nunca quedó plata para mejorar la
vida de los trabajadores. La plata se gastó en los sueldos de los
técnicos que trabajaban en esos proyectos”.
Lugar protegido
En 2010 la laguna de
Rocha “ingresó al Sistema de Áreas Protegidas. Eso implica estar
en ese circuito y que se deban tomar medidas de gestión y control
ambiental para la promoción del lugar y cumplir con una serie de
protocolos para promocionarla. El Municipio de La Paloma tiene
representación permanente en esa comisión y estamos tratando de
participar activamente en la gestión. Queremos llevar adelante una
larga reivindicación de los vecinos, que es la regulación del
asentamiento con las herramientas más pertinentes, como puede ser la
compra de esos solares donde habita esa veintena de familias”,
comentó el alcalde José Luis Olivera. El área que circunda los 72
kilómetros cuadrados que comprende al espejo de agua es privada; las
calles del fraccionamiento, las tierras ubicadas sobre la ribera,
donde viven esas familias, y la propia laguna, son dominios públicos.
El modelo de pesca
artesanal también asegura la conservación de las diversas especies
marinas, asevera. “Acá, entre toda la población sacaremos 30.000
kilos de corvina en un año, que es la cantidad que un barco mata en
un rato. Y acá somos 16 familias viviendo de esa cantidad de
pescado”.
Trabajo solitario
En la laguna de
Rocha la pesca se lleva a cabo “muy en solitario”. “Ahora no
hay mucha comunicación en el trabajo, aunque la hubo. La relación
entre los vecinos es buena, sin problemas de ninguna clase, pero
cuando se entra a la laguna cada uno es cada uno”.
Olga Lobato (57),
hermana de Pepe, y el Colorado Rodríguez (55), comparten sus vidas
desde hace años, pero ingresan con botes diferentes a la laguna. “Yo
soy nacida y criada acá. Estuve fuera muy poquito tiempo, pero
regresé porque para mí este lugar es todo, no hay ningún lugar
como este”, dice Olga. “Esto no es un pueblo, es un lugar de
trabajo. Y el trabajo que yo hago, como dependo de mí, lo hago con
gusto”. Al igual que acontece con su hermano y con su marido, Olga
no recuerda su primer día de pesca. “Con mis hermanos ayudábamos
a mi padre con las redes de cincha”, que hoy están prohibidas.
Hermano
orgulloso | A Pepe Lobato le divierte relatar las vivencias de su
hermana Olga. Cuenta que hace unos años la mujer domesticó a un
ternero y cabalgaba sobre él por la costa de la laguna de Rocha.
Olga siente fascinación por los caballos, y con ellos ha trabajado
como tropera en campos vecinos cuando la pesca ha mermado. Ella
también ha sido cazadora de chanchos jabalíes, asegura su hermano.
Olga no olvida la
escasez de recursos que marcó su infancia. “Había mucha necesidad
de cosas. Nosotros comíamos la fruta que salía en la playa:
naranjas, manzanas que caían desde los barcos que venían al puerto
de La Paloma. Una vez tiraron cajones completitos y sellados de
naranjas. Fue impresionante la cantidad de naranjas que salieron”.
Olga conoció La Paloma a los diez años, “cuando empecé a andar
sola a caballo”.
Madre de cuatro
hijos, “de grande” decidió tener bote propio. “Yo tengo
compañero, pero aparecen las diferencias: que uno quiere pescar para
un lado y otro para el otro, entonces empezamos a separar los
materiales. Él arma sus materiales y los va ubicando como él
quiere, yo a la manera mía. Hacemos un conjunto, pero variamos en el
tema del lugar. Él pesca con su chalana y sale a la hora que él
quiere, yo pesco a la hora que yo quiero, y así nos manejamos”.
Al caer la tarde,
Olga y el Colo preparan las linternas que colocarán en sus
respectivas trampas. El hombre se da cuenta de que le faltan un par
de luces y se las pide prestadas a su compañera. Ella escucha,
sonríe y las cede sin hacer problemas. “Miren: atrás de las luces
les puse una L, de Lobato; él les puso Colo”, dice a los
visitantes. El hombre coloca todas las linternas en un balde y camina
rumbo a su bote. Olga, divertida, observa partir a su compañero.
La mujer retoma la
conversación sin dejar de mirar hacia la laguna. “Yo siempre estoy
pensando en la pesca. Mis hijos son pescadores. Uno está en Valizas
y es comprador de pescado, aparte. Es guapísimo, le encanta la
pesca. Desde que tiene 12 años se ha dedicado solo a vender pescado
y a pescar. De chico llevaba pescado a lo López, a Montevideo, y
ahora anda solo”, relata, orgullosa.
Cuando comienza la
zafra del camarón los pescadores se lanzan “a ganarse los espacios
en la laguna”. “El primero que se avispe, que le dé la
inteligencia, tiene el mejor espacio. Esto es como el tránsito,
porque hay pequeñas barritas de arena en la laguna, [entonces] hay
calles principales y otras que están medio jodidas, porque el
camarón va moviéndose”.
El negocio del
camarón
Si bien es un manjar
para muchos que gustan de los productos del mar, el camarón no tiene
mucho peso en el panorama de la pesca uruguaya. En el último informe
público de la Dinara, el Boletín Estadístico Pesquero 2015, el
camarón no figura en ninguna de las estadísticas de captura en
nuestro país, salvo que esté incluido en la incómoda categoría
“otros”. El pez con menor captura artesanal en la lista es el
gatuzo, del que en 2015 se capturaron 176 toneladas. En el campo de
las exportaciones el camarón se encuentra dentro del grupo de los
crustáceos, que exportaron 458 toneladas durante 2015. No se
determina cuántas de esas toneladas corresponden al camarón y
cuántas a cangrejos, pero sí se consigna que ese año las
exportaciones de toda la categoría cayeron 33% en toneladas y 14% en
precio. En la lista específica de especies el camarón no tiene
renglón propio, pero sí lo tiene el cangrejo rojo, que exportó 458
toneladas. Por tanto, de estar bien hechos los números, podría
concluirse que no hubo exportaciones de camarón ese año (ya que se
exportaron 458 toneladas de crustáceos y todas fueron de cangrejo
rojo). Sin embargo el camarón sí tiene un renglón propio en las
importaciones. Se importaron en 2015 220 toneladas de camarón a un
precio promedio de 7.946 dólares la tonelada. Dentro de las especies
importadas el camarón representó sólo 5%, superando al mejillón
(2%) y al calamar (3%) pero bastante lejos del salmón (18%) y del
atún (27%).
Olga termina de
ordenar sus materiales, detiene el relato y emprende el camino hacia
el agua. Levanta el ancla y cincha del cabo del bote mientras camina
unos cien metros, hasta que la profundidad de la laguna le permite
bajar el motor y encenderlo. Sube a la chalana y navega hasta sus
trampas. Apaga el motor, sujeta el bote a una de las estacas y
desciende al fondo barroso. “Es llanito”, dice con el agua en la
cintura. Para Olga su trabajo no demanda “mucha fuerza física”,
aunque “ahora, con los años, se complica un poco”. “Hay que
enterrar las varas de las trampas para que no se arranquen con
facilidad. Pero el tema más complicado no es clavar la vara sino
arrancarla, porque queda apretada contra el fondo de la laguna. Yo
las arranco con el motor girando alrededor de ellas, pero da trabajo,
eso es lo peor. Yo pienso que cualquier persona lo puede hacer...”,
agrega. Olga cuenta que sus vecinas se dedican al fileteo y a la
limpieza del pescado, y otras se han especializado en la gastronomía
y atienden un pequeño restaurante a la orilla de la laguna.
Dentro de un mes
Olga cambiará: dejará las trampas y comenzará a utilizar las
redes, también dentro del espejo de agua. “Ahora estamos con el
camarón, pero no tengo problema con ningún tipo de pescado”. La
mujer también prueba su suerte en el mar. Allí, con cañas y
reeles, ha atrapado ejemplares impresionantes. “Saqué un lenguado
de 13 kilos, no me olvido más de ese pique”, y “chuchos grandes,
como de 30 kilos, y una corvina negra de 15 kilos”, enumera.
Los hermanos Lobato
no podrán elegir una fecha precisa para abandonar las mojaduras. “Yo
nunca me afilié a la caja de jubilaciones. Trabajé muchos años
para ILPE y vendí pescado a muchas personas. Si quisiera jubilarme
tendría que juntar testigos, pero debería ir al cementerio a
buscarlos. El día que esté muy jodido quizás me den una pensión.
Yo no sé cuándo voy a salir del agua y tampoco me acuerdo del
primer día que entré a la laguna”, remata Pepe.
Camarón regulado
La captura del
camarón está regulada por la Dinara, organismo que se encuentra en
la órbita del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. La
normativa vigente data de marzo del año pasado y establece, entre
otras cosas, los siguientes puntos: • Regula la captura del camarón
de la especie Penaeus paulensis, aunque el nombre correcto de la
especie que se comercializa, el camarón rosado, es Farfantepenaeus
paulensis. Sin embargo, como bien demuestra un estudio realizado en
la Laguna de Rocha sobre la zafra de 2014, en las trampas utilizadas
aparecen otras especies, como el camarón siete bigotes (Artemesia
longinaris), o camarones de especies del género Palaemonetes
(Palaemonetes sp), uno de los cuales, según consigna el trabajo, es
“posiblemente tóxico”, además de peces, moluscos y otros
crustáceos. • Fija en 10 gramos el peso mínimo individual de cada
camarón para captura, transporte y comercialización. • Permite
sólo 10 trampas para “pescadores de tierra o pescadores
artesanales que tengan como área de pesca el cuerpo de las lagunas
costeras salobres”, por tanto, es la normativa que aplica para la
Laguna de Rocha. • Establece que el tamaño de las mallas de los
artes de pesca, exigiendo que el mínimo entre nudos contiguos sea de
10 milímetros, o de 20 milímetros entre nudos opuestos con la malla
sin estirar. • Determina que para la captura de camarón el
permisario podrá usar sólo una red de arrastre de playa para
camarón, quedando prohibido el arrastre con ayuda de embarcaciones.
• Prohíbe pescar camarón en las bocas de las lagunas de Rocha,
así como en un corredor de 100 metros de ancho y 7 kilómetros de
largo, comenzando en la boca de la Barra con orientación Noreste. •
Indica que las otras especies acuáticas de peces y crustáceos
juveniles retenidas incidentalmente deberán ser liberadas vivas, así
como también las hembras con huevos de cangrejero azul y sirí.