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miércoles, 20 de agosto de 2014

COLUMNA ADOLFO GARCÉ ¿Hacia el fin de la era progresista?

Cada vez es más evidente que el tercer mandato consecutivo del Frente Amplio (FA) está en peligro

                                                                         Salvatore

 Adolfo Garcé  El Observador

Cada vez es más evidente que el tercer mandato consecutivo del Frente Amplio (FA) está en peligro. Hace un año el favoritismo del partido de gobierno era abrumador. Después de las sorpresas del 1º de junio quedó claro que el partido de gobierno podía perder. Cada día que pasa es más evidente que la era progresista podría tener un final abrupto. Me quiero detener a analizar posibles razones de este inesperado cambio de clima.

El primer factor a tomar en cuenta es el desgaste del gobierno (el mentado “costo de gobernar”). Una década en el poder es mucho tiempo. Produce fatiga en gobernantes y gobernados. La fricción que se genera cuando se mueve el statu quo desgasta. Los Consejos de Salarios, el IRPF y la reforma de la salud, durante la presidencia de Vázquez; el matrimonio igualitario, la interrupción voluntaria del embarazo o la ley sobre marihuana, durante la de Mujica, generaron ruido, encendieron la polémica, despertaron la crítica.

Desgasta mover el statu quo. Pero también desgasta no hacerlo. La dinámica de la economía hizo posible que, después de muchas décadas, desapareciera el tema del desempleo de la lista de las principales demandas ciudadanas insatisfechas. Sin embargo, muy rápidamente quedó claro que había otros temas (como la inseguridad o la educación) que también irritaban (y mucho) a la opinión pública.

El segundo factor a tomar en cuenta para entender el cambio de clima es el desempeño del candidato frenteamplista. Desde que en enero de este año comenzó su campaña electoral, ha puesto más énfasis en defender los logros del FA que en intentar sintonizar con las expectativas frustradas. Después de muchas décadas de “sensación térmica” de estancamiento o retroceso, en Uruguay se respira un clima de optimismo. En ese contexto, la gente construye proyectos y mira hacia adelante. Mientras tanto, Vázquez mira para atrás.

Desde la noche del 1º de junio, el FA viene intentando poner énfasis en sus nuevos planes (los tiene y están lejos de ser triviales). Todo indica que durante lo que queda de la campaña, la fórmula presidencial hará un esfuerzo especial por comunicar que el partido de gobierno todavía tiene una agenda pertinente para proponerle al país. El gran desafío del FA es prometer más cambio y menos continuidad. Sin embargo, inexorablemente, la reelección de Vázquez suena a restauración.

El tercer factor es que la izquierda ha perdido punch. En una campaña esto es muy grave. Hace cinco años atrás, como ahora, el principal rival del FA era el Partido Nacional (PN). Después de la primaria, una vez que cerraron la fórmula Mujica-Astori y se decidieron a ganar la elección, lograron muy rápidamente demoler la imagen del expresidente Luis Alberto Lacalle. Se dirá que el candidato nacionalista cometió errores. Es posible. En todo caso, fue impactante ver la velocidad y la contundencia con la que la izquierda los ponía en evidencia. Esa misma “fuerza política” hoy luce lenta y sin imaginación. Luis Lacalle Pou, evidentemente, tiene mucho que ver con este desconcierto.

No hay manera de explicar por qué cambió tanto el escenario electoral en tan poco tiempo sin la irrupción de Lacalle Pou. Mientras al FA lo invaden las dudas, el PN derrocha convicción. Gracias a su candidato, los blancos se adueñaron de la alegría y “privatizaron” la emoción.

A diferencia del FA, que no sabe cómo manejar el nuevo escenario, el PN tiene un libreto muy claro. Lacalle Pou va moviendo las piezas una por una como si fuera un jugador experimentado. Muchas de sus definiciones han enviado señales muy importantes. Menciono algunas. Primera señal: la jerarquización del Ministerio de Educación, el “más importante” según Lacalle Pou. Segunda: la incorporación de Larrañaga a la fórmula presidencial. Además de todo lo más obvio (suma experiencia, arraigo en el interior, “tonos” wilsonistas), proyectó al propio Lacalle Pou como un líder capacitado para manejar situaciones críticas. Tercera señal: Azucena Arbeleche en el Ministerio de Economía. Este gesto también es muy importante. Es realmente innovador apelar a una mujer joven para ocupar un cargo que, desde 1985, los uruguayos reconocen como uno de los más importantes del gobierno. Además, en la medida en que formó parte del equipo económico del astorismo será muy difícil para el FA acusarla de ser partidaria del “neoliberalismo”.

Los blancos tienen dos grandes desafíos todavía. En primer lugar, seguir demostrando que pueden “gobernar bien y gobernar ahora”. Parecía imposible hace solamente unos meses. La transformación de la imagen Lacalle Pou de diputado poco conocido a presidenciable creíble ha sido hasta ahora muy rápida y exitosa. Le queda tiempo y cartas para jugar. Por ejemplo, casi no apeló al clásico recurso de los viajes al exterior. En segundo lugar, tiene que construir puentes que aseguren que todos los electores colorados, llegada la instancia del balotaje, voten por el candidato del PN. También para esto está a tiempo.

La campaña sigue girando en torno a Lacalle Pou y sus piruetas políticas. No es una conspiración de los medios. Como Tabaré Vázquez en 1994, como Jorge Larrañaga 10 años después, como Pedro Bordaberry hasta hace muy poco, como José Mujica desde que apareció montado en su Vespa, el candidato del PN, en este momento, encarna lo nuevo y, por eso mismo, atrapa inexorablemente el interés del público y de los comunicadores.

Adolfo Garcé- Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar- adolfogarce@gmail.com