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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Los usuarios de drogas sintéticas buscan “el placer del cuerpo”; los de pasta base, en cambio, “de la cabeza”, según especialista





Eleuterio Umpiérrez, durante la mesa redonda Usos de drogas de síntesis en distintos escenarios, ayer, en la Facultad de Ciencias Sociales. Foto: Andrés Cuenca


la diaria

“Compraron la estampilla, la iban a tomar de a dos. Uno fue a buscar agua y el otro no lo esperó y se lo tomó. Tuvo calor, frío, calor, frío; se sacó la ropa y en determinado momento tuvo una sensación extracorporal y pensó que se había muerto. Se fue a tirar por el balcón y había un mosquitero de metal. Rebotó, cayó de nuca y quedó inconsciente en el piso. Así lo encontró el amigo y así lo llevó a la emergencia”.

Y así contó Eleuterio Umpiérrez, especialista diplomado en Política de Drogas por la Facultad de Química de la Universidad de la República (Udelar), un caso “típico” que hubo en Uruguay de consumidores que compraron lo que pensaban que era LSD, pero en realidad era 25I-NBOMe, una droga psicológica derivada de las feniletilaminas sustituidas.

La historia surgió en el marco de la mesa redonda “Usos de drogas de síntesis en distintos escenarios” que tuvo lugar ayer de tarde en la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar). Umpiérrez señaló que las drogas de síntesis se ordenan en nueve categorías según su estructura química, y que la filosofía de quienes las producen es tomar una estructura conocida y modificarla. La forma de saber si ese nuevo producto “funciona” está en la experiencia de los usuarios, que son los “conejillos de indias”. El académico señaló que en las modificaciones siempre se busca lograr una molécula “más potente” que la anterior, y eso implica un “reto” en la forma en que se vende, por eso aparecen estimulantes y alucinógenos que vienen en lo que se llama “tripa”, ya que “no tiene sentido hacer una pastilla para un microgramo”.

Umpiérrez señaló que disponer una sustancia arriba de un papel y esperar a que se seque genera problemas de homogeneidad. Además, explicó que como las moléculas no son estables, actualizar la lista de sustancias prohibidas es “un reto”. “Los que las fabrican dejan de producir porque pasan a ser controladas y sacan nuevas moléculas, entonces, vamos corriendo de atrás. Si a eso le agregamos que a veces actualizar las listas implica un año o dos años de trámite, cuando la fiscalización quiere llegar, las moléculas ya dejaron de venderse, porque [los fabricantes] ya saben cuándo van a entrar en vigor en las listas”, ilustró. Luego detalló que esto lleva a otro problema: que los consumidores no se “aprenden” todos los nombres de las sustancias que hay, entonces se las venden como símil.

Luego Umpiérrez indicó que en 2016, de las 770 sustancias que había en el mercado mundial, 33% correspondía a cannabinoides sintéticos, 35% a sedativos-hipnóticos y 16% a “alucinógenos clásicos”. El especialista señaló que con la implementación de la Ley de Regulación del Cannabis (19.172) “todos suponían” que los cannabinoides sintéticos no iban a llegar a Uruguay, dado que el cannabis iba a estar accesible; sin embargo, en el país hay de ese tipo de sustancias. Acotó que es probable que sea por la gente que experimenta y quiere “probar cosas nuevas”.

Además, Umpiérrez dijo que hay sustancias que tienen múltiples orígenes, por lo que no siempre hay que pensar “en un fabricante en Holanda”, ya que a veces los productores “pueden estar mucho más cerca de nosotros, utilizando cosas que no son controladas”. Ejemplificó con un “éxtasis” que se vende, que contiene cafeína; esto implica que los fabricantes “compraron cristales, molieron Cafiaspirina, la compactaron y sacaron comprimidos”.

Por último, el químico, que es responsable del área Drogas y Doping de la Facultad de Química, se refirió a los retos que se enfrentan con las drogas sintéticas. Dijo que cuando hay casos de gente intoxicada en el CTI, si el consumo de la sustancia fue reciente, existen chances de encontrar la “droga madre” en el cuerpo, pero si no, lo deben establecer por los metabolitos. “Y es una fase complicada, porque ninguna de estas sustancias sería probable usarla en seres humanos. No hay comité de ética que apruebe probar en humanos una sustancia desconocida de la que no se sabe cuáles son los efectos, entonces, a nivel mundial se empezó a trabajar con ratones, pero los ratones no generan los metabolitos como los humanos”, explicó. Además, señaló que en el mundo hay dos bibliotecas sobre la formar de armar la lista de sustancias prohibidas. Están los que ponen de a una sustancia y los que dicen, por ejemplo: “Todas las catinonas están prohibidas”, sin importar qué sustituyente tengan. “Hay países que están buscando prohibir la acción farmacológica, entonces, el problema es que después hay que probarlo. Pero si tengo un polvito blanco y sospecho que es alucinógeno, ¿dónde lo pruebo? Un ratón no me va a decir que está alucinando”, concluyó.

Trucos de placer

Otro de los exponentes sobre el tema fue Marcelo Rossal, también diplomado en Política de Drogas pero por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), quien resaltó la “importancia de conocer por qué las personas hacen las cosas y el sentido de las prácticas”. Agregó que de eso se trató la investigación que varios académicos llevaron a cabo y cuyos resultados se publicaron en el libro Viajes sintéticos, estudios sobre uso de drogas de síntesis en el Uruguay contemporáneo (compilado por Rossal y Héctor Suárez). Explicó que para “comprender el sentido de las prácticas de los usuarios” hicieron trabajos etnográficos, es decir, estudios cualitativos, mediante entrevistas personales y asistencia a fiestas en las que se consumen las drogas sintéticas, que forman una “red de usuarios”.

Contó que antes habían trabajado con usuarios de pasta base, que son “los sujetos más estigmatizados de la sociedad uruguaya” y que “sufren toda la carga estructural y el peso de la desigualdad en sus propios cuerpos”, y señaló que, a diferencia de estos, las personas con las que trataron en el estudio sobre drogas sintéticas “son muy parecidas a nosotros”. “Estudiantes universitarios, profesionales, personas que tiene pleno empleo, como informáticos, o estudiantes de medicina, que tiene conocimientos más o menos específicos sobre la sustancia, y que en general tienen prácticas de cuidado del cuerpo, o sea que buscan el placer pero no dañarse por eso”, indicó Rossal.

El especialista subrayó que en el estudio encontraron gente “con alto capital cultural, redes sociales bien establecidas y sin problemas vinculados a la escala más perjudicada de la escala social”, sino que a veces se encontraron con lo contrario, “personas de las clases más privilegiadas”. “Algunas personas tenían prácticas ocasionales de uso de drogas de síntesis, y otras tenían prácticas más sistemáticas, consumían pastis todos los fines de semana. Y otras lo hacían casi como un ritual, consumían un cartón de LSD en un lugar del interior del país”, señaló Rossal, y agregó que esas prácticas de consumo, por ejemplo, en el caso de las pastillas, eran “orientadas al placer del cuerpo”, “bailar” o “ingresar en el flow”, como les dijo un DJ. Por lo tanto, para “la juventud extendida de las clases medias, pasarla bien es algo importante en la vida”. El académico señaló que eso resulta “curioso” porque en los usuarios de pasta base procuraban un placer “de cabeza”.

Por último, Rossal subrayó que como los consumidores de drogas sintéticas son personas que quieren “procurarse placer”; si se aborda el tema por el lado del “riesgo” o del “discurso de la criminalización”, se van a “generar problemas donde no los hay”. “Pero si pensamos en cómo involucrarnos con personas con las que no hay una gran distancia social, desde el punto de vista de que son sujetos que procuran placer y no tener mayores problemas, podemos encontrar canales para situaciones colaborativas”, señaló. Además, Rossal indicó que una política de drogas como las de Argentina, de eliminar las fiestas electrónicas porque allí se venden sustancias, es una “criminalización” que crea “nuevos escenarios”, por lo tanto, “no parece una buena política de Estado”.

Al final, Mauricio Sepúlveda, orador invitado de la Universidad de Chile, dijo que no se puede seguir pensando en una política de drogas “como totalidad”, sino en “ciertas parcialidades”. “Porque si aplicamos el mismo modelo a las drogas sintéticas, vamos a seguir jugando al Correcaminos, porque van a seguir inventando nuevas sustancias y nosotros vamos a seguir siendo los conejillos de indias”, indicó el especialista chileno, que invitó a ”repensar” el prohibicionismo de las drogas sintéticas. “Si sabemos los estudios de neurotoxicidad de las principales sustancias, ¿por qué no podemos pensar en trabajar elementos no prohibicionistas con las sustancias clásicas que ya hemos experimentado? ¿Por qué tenemos que seguir sujetos a la nueva creación de mercados que son efectos de la prohibición?”, finalizó Sepúlveda.