Eleuterio Umpiérrez,
durante la mesa redonda Usos de drogas de síntesis en distintos
escenarios, ayer, en la Facultad de Ciencias Sociales. Foto: Andrés
Cuenca
la diaria
“Compraron la
estampilla, la iban a tomar de a dos. Uno fue a buscar agua y el otro
no lo esperó y se lo tomó. Tuvo calor, frío, calor, frío; se sacó
la ropa y en determinado momento tuvo una sensación extracorporal y
pensó que se había muerto. Se fue a tirar por el balcón y había
un mosquitero de metal. Rebotó, cayó de nuca y quedó inconsciente
en el piso. Así lo encontró el amigo y así lo llevó a la
emergencia”.
Y así contó
Eleuterio Umpiérrez, especialista diplomado en Política de Drogas
por la Facultad de Química de la Universidad de la República
(Udelar), un caso “típico” que hubo en Uruguay de consumidores
que compraron lo que pensaban que era LSD, pero en realidad era
25I-NBOMe, una droga psicológica derivada de las feniletilaminas
sustituidas.
La historia surgió
en el marco de la mesa redonda “Usos de drogas de síntesis en
distintos escenarios” que tuvo lugar ayer de tarde en la Facultad
de Ciencias Sociales (Udelar). Umpiérrez señaló que las drogas de
síntesis se ordenan en nueve categorías según su estructura
química, y que la filosofía de quienes las producen es tomar una
estructura conocida y modificarla. La forma de saber si ese nuevo
producto “funciona” está en la experiencia de los usuarios, que
son los “conejillos de indias”. El académico señaló que en las
modificaciones siempre se busca lograr una molécula “más potente”
que la anterior, y eso implica un “reto” en la forma en que se
vende, por eso aparecen estimulantes y alucinógenos que vienen en lo
que se llama “tripa”, ya que “no tiene sentido hacer una
pastilla para un microgramo”.
Umpiérrez señaló
que disponer una sustancia arriba de un papel y esperar a que se
seque genera problemas de homogeneidad. Además, explicó que como
las moléculas no son estables, actualizar la lista de sustancias
prohibidas es “un reto”. “Los que las fabrican dejan de
producir porque pasan a ser controladas y sacan nuevas moléculas,
entonces, vamos corriendo de atrás. Si a eso le agregamos que a
veces actualizar las listas implica un año o dos años de trámite,
cuando la fiscalización quiere llegar, las moléculas ya dejaron de
venderse, porque [los fabricantes] ya saben cuándo van a entrar en
vigor en las listas”, ilustró. Luego detalló que esto lleva a
otro problema: que los consumidores no se “aprenden” todos los
nombres de las sustancias que hay, entonces se las venden como símil.
Luego Umpiérrez
indicó que en 2016, de las 770 sustancias que había en el mercado
mundial, 33% correspondía a cannabinoides sintéticos, 35% a
sedativos-hipnóticos y 16% a “alucinógenos clásicos”. El
especialista señaló que con la implementación de la Ley de
Regulación del Cannabis (19.172) “todos suponían” que los
cannabinoides sintéticos no iban a llegar a Uruguay, dado que el
cannabis iba a estar accesible; sin embargo, en el país hay de ese
tipo de sustancias. Acotó que es probable que sea por la gente que
experimenta y quiere “probar cosas nuevas”.
Además, Umpiérrez
dijo que hay sustancias que tienen múltiples orígenes, por lo que
no siempre hay que pensar “en un fabricante en Holanda”, ya que a
veces los productores “pueden estar mucho más cerca de nosotros,
utilizando cosas que no son controladas”. Ejemplificó con un
“éxtasis” que se vende, que contiene cafeína; esto implica que
los fabricantes “compraron cristales, molieron Cafiaspirina, la
compactaron y sacaron comprimidos”.
Por último, el
químico, que es responsable del área Drogas y Doping de la Facultad
de Química, se refirió a los retos que se enfrentan con las drogas
sintéticas. Dijo que cuando hay casos de gente intoxicada en el CTI,
si el consumo de la sustancia fue reciente, existen chances de
encontrar la “droga madre” en el cuerpo, pero si no, lo deben
establecer por los metabolitos. “Y es una fase complicada, porque
ninguna de estas sustancias sería probable usarla en seres humanos.
No hay comité de ética que apruebe probar en humanos una sustancia
desconocida de la que no se sabe cuáles son los efectos, entonces, a
nivel mundial se empezó a trabajar con ratones, pero los ratones no
generan los metabolitos como los humanos”, explicó. Además,
señaló que en el mundo hay dos bibliotecas sobre la formar de armar
la lista de sustancias prohibidas. Están los que ponen de a una
sustancia y los que dicen, por ejemplo: “Todas las catinonas están
prohibidas”, sin importar qué sustituyente tengan. “Hay países
que están buscando prohibir la acción farmacológica, entonces, el
problema es que después hay que probarlo. Pero si tengo un polvito
blanco y sospecho que es alucinógeno, ¿dónde lo pruebo? Un ratón
no me va a decir que está alucinando”, concluyó.
Trucos de placer
Otro de los
exponentes sobre el tema fue Marcelo Rossal, también diplomado en
Política de Drogas pero por la Facultad de Humanidades y Ciencias de
la Educación (Udelar), quien resaltó la “importancia de conocer
por qué las personas hacen las cosas y el sentido de las prácticas”.
Agregó que de eso se trató la investigación que varios académicos
llevaron a cabo y cuyos resultados se publicaron en el libro Viajes
sintéticos, estudios sobre uso de drogas de síntesis en el Uruguay
contemporáneo (compilado por Rossal y Héctor Suárez). Explicó que
para “comprender el sentido de las prácticas de los usuarios”
hicieron trabajos etnográficos, es decir, estudios cualitativos,
mediante entrevistas personales y asistencia a fiestas en las que se
consumen las drogas sintéticas, que forman una “red de usuarios”.
Contó que antes
habían trabajado con usuarios de pasta base, que son “los sujetos
más estigmatizados de la sociedad uruguaya” y que “sufren toda
la carga estructural y el peso de la desigualdad en sus propios
cuerpos”, y señaló que, a diferencia de estos, las personas con
las que trataron en el estudio sobre drogas sintéticas “son muy
parecidas a nosotros”. “Estudiantes universitarios,
profesionales, personas que tiene pleno empleo, como informáticos, o
estudiantes de medicina, que tiene conocimientos más o menos
específicos sobre la sustancia, y que en general tienen prácticas
de cuidado del cuerpo, o sea que buscan el placer pero no dañarse
por eso”, indicó Rossal.
El especialista
subrayó que en el estudio encontraron gente “con alto capital
cultural, redes sociales bien establecidas y sin problemas vinculados
a la escala más perjudicada de la escala social”, sino que a veces
se encontraron con lo contrario, “personas de las clases más
privilegiadas”. “Algunas personas tenían prácticas ocasionales
de uso de drogas de síntesis, y otras tenían prácticas más
sistemáticas, consumían pastis todos los fines de semana. Y otras
lo hacían casi como un ritual, consumían un cartón de LSD en un
lugar del interior del país”, señaló Rossal, y agregó que esas
prácticas de consumo, por ejemplo, en el caso de las pastillas, eran
“orientadas al placer del cuerpo”, “bailar” o “ingresar en
el flow”, como les dijo un DJ. Por lo tanto, para “la juventud
extendida de las clases medias, pasarla bien es algo importante en la
vida”. El académico señaló que eso resulta “curioso” porque
en los usuarios de pasta base procuraban un placer “de cabeza”.
Por último, Rossal
subrayó que como los consumidores de drogas sintéticas son personas
que quieren “procurarse placer”; si se aborda el tema por el lado
del “riesgo” o del “discurso de la criminalización”, se van
a “generar problemas donde no los hay”. “Pero si pensamos en
cómo involucrarnos con personas con las que no hay una gran
distancia social, desde el punto de vista de que son sujetos que
procuran placer y no tener mayores problemas, podemos encontrar
canales para situaciones colaborativas”, señaló. Además, Rossal
indicó que una política de drogas como las de Argentina, de
eliminar las fiestas electrónicas porque allí se venden sustancias,
es una “criminalización” que crea “nuevos escenarios”, por
lo tanto, “no parece una buena política de Estado”.
Al final, Mauricio
Sepúlveda, orador invitado de la Universidad de Chile, dijo que no
se puede seguir pensando en una política de drogas “como
totalidad”, sino en “ciertas parcialidades”. “Porque si
aplicamos el mismo modelo a las drogas sintéticas, vamos a seguir
jugando al Correcaminos, porque van a seguir inventando nuevas
sustancias y nosotros vamos a seguir siendo los conejillos de
indias”, indicó el especialista chileno, que invitó a ”repensar”
el prohibicionismo de las drogas sintéticas. “Si sabemos los
estudios de neurotoxicidad de las principales sustancias, ¿por qué
no podemos pensar en trabajar elementos no prohibicionistas con las
sustancias clásicas que ya hemos experimentado? ¿Por qué tenemos
que seguir sujetos a la nueva creación de mercados que son efectos
de la prohibición?”, finalizó Sepúlveda.