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sábado, 28 de febrero de 2015

EL DIFÍCIL OFICIO DE VIVIR. Laura Inés Martínez Coronel


 


“Soportar la vida es más difícil que morir”

Vladimir Mayakovski.

El hambre, el ruido sordo en el estómago helado, las llamaradas de fuego en el bosque lejano, un hombre que se diluyó en el humo. La gente no debe matarse, debe amar la vida, no ser egoísta, el dolor tiene que tener atisbos de “racionalidad”.
Veo una noticia sobre un sucidio.Un hombre en llamas en el lugar donde nací. Comentarios debajo del triste suceso en letras de molde. “Qué egoísta” escriben con impiedad.
El dolor te devora, escurridiza bestia informe en completo disimulo torturada de indiferencia, eso es el hombre. Quién sabe en qué momento de honda pena estalla sobre su piel el río de piedras homicidas. Muere, pero lo matan, parece que lo hizo solo, no es tan así. La sociedad puede matar, el desamor, la incomprensión, el feroz desasosiego, un cansancio sin nombre. Algunos sacan deducciones, escriben una carta, y quien sabe su último gesto sea una canción.

El nada sencillo oficio de vivir en un pueblo desauxiliado que es muchas esquinas del mundo, una mano que se vuelve puño y golpea insistentemente la puerta de una cárcel devorada de cerrojos, el fantasma de piedra que sacude la felpa de su saco viejo en cualquier patio, el último aeropuerto donde todos descienden ante la otredad infinita del desencanto.
Paredes, escaleras mecánicas, ruidos, zapatos que parecen no llevar pies, diminutos aparatos interconectados que no tienen rostro, máscaras que no necesitan ningún carnaval.
En la feroz despiadada circunstancia de lo efímero existe un temor de eternidad subyacente para el que vive rodeado de dolor. Las mutilaciones severas no suelen verse, a veces una fotografía desvaída muestra pena. “¿Estás triste? No puedes estar triste”. El tema es algo más complicado, no se quiere estar triste, sucede, como una cama llena de cuchillos ardientes  que circundan una persona en posición fetal temblando.
Veo otra noticia, casi al mismo tiempo. La bandada de dados del imposible azar. Una cifra bastante dura sobre la cantidad de suicidios a los que conduce el desempleo. También hace unos meses saqué una foto de una casa muy precaria, con techo de cartón y bolsas negras, de esas que se utilizan para poner basura en los edificios. Allí había niños y una mujer profundamente delgada mirando al vacío, condenada al plato envenenado que si bien puede saciar el hambre también mata. La foto era para acompañar un informe sobre la cantidad de enfermedades siquiátricas ocasionadas por la pobreza.

No todos los enfermos psiquiátricos son los “dulces monstruos abominablemente bellos” que tememos encontrarnos debajo de la cama, semejantes a los multiplicados temores a los que huimos y aparecen traidores detrás de  ventanas blindadas que se abren de golpe ante un extraño viento que ni siquiera logramos ver, no todos son personajes de cuento ni tampoco fantasmas que caminan por corredores esperando la visita que nunca llegará.
Muchos son seres humanos simples que viven en esta sociedad dónde son raras las personas sin llagas, en las ruinas de los muchos derrumbes lo que sobra es el polvo molesto que se pega a la desnudez tan metafórica cómo temible de nuestro andar vagabundo y sin ninguna duda hay miles de seres condenados a la tristeza por razones completamente objetivas, sin pan, sin trabajo. Lo único que tienen en exceso es la  desesperanza.

Nadie tiene por opción la infelicidad. No creo que un suicida se mate por egoísmo, olvidando la orfandad de los supuestos afectos, no creo en eso, no hay libro que me convenza de un disparate tan grande.
Entro en el foro donde no se quien dice cosas de ese estilo, alguien me corrige una estadística y pienso cuán extraños somos, importan más las cifras sujetas a cambio todos los días, si se elige el puente o el aljibe, que el problema de fondo, el gran desgarro. Parece que hay una especie de show exhibicionista de la catástrofe diaria y pocos ámbitos dónde decir ternura. Seguimos muchos en el camino de las sumas y las restas, de ahí a la conferencia pulpitaria sobre cómo sobrevivir a la próxima tempestad con un paraguas deshecho. Lo imprevisible es seguramente la certeza más grande.
Pienso, “se ha matado por no poder soportar la vida”. Problemas económicos, falta de afecto, tal vez una enfermedad, el desamor agigantado, la pavorosa incertidumbre, el pobre, a veces imposible manejo de la realidad circundante.

El “big brother” del espanto siempre escupe sangre. Me retiro a tiempo, antes de que las barbaries se reproduzcan y para colmo con faltas de ortografía severas y errores de concepto insoportables, y lo peor, pero lo reventadamente peor de todo con juicios de valor  decididamente inaceptables.
¿Qué puede hacerse ante el sufrimiento humano que desborda todas las cátedras posibles, no responde ni siquiera al abrazo tímido de un prójimo distraído que todavía sabe a medias el oficio del amor?

Detenida ante el paredón de la inutilidad más grande, me voy al lugar dónde el corazón en descompaso me ha de llevar a los sitios de siempre, con sus desordenes eléctricos que parecen partir de una cabeza muy de cuestionarse todo, tal vez a un gen medio traicionero obediente a la  arritmia del dolor cotidiano.
La gente muere de tristeza, no es una poesía, no es canción con quena, es la realidad. Aquella canción de Vinicius viene a mi cabeza “Un hombre llamado Alfredo”. Si, “el vecino de al lado se murió de soledad.”

Recuerdo a un amigo que vino del exilio con sus enormes ojos azules y una delgadez asombrosa. Una tarde mientras escuchábamos a Maria Creuza se puso a llorar.Dijo”ah si yo tuviera una compañera, un trabajo, pero solo mi madre me salva y ya tengo cuarenta años. Si tuviera quien me escuchara, todo sería mejor. Los problemas serian iguales pero llegaría a casa y los conversaría con alguien”. Poco tiempo después su madre enfermó y murió. Fue algo rápido, inesperado y triste, como muchas historias humanas. Un día una amiga me contó que estaba preso. Poco tiempo después que lo habían hospitalizado. Lo último que me comunicaron fue su muerte. Fue desapareciendo del mundo y se fue de el con la misma indiferencia con la cual había sido tratado. Nunca le encontraron enfermedades físicas, pero mirando la pared vacía se convirtió en un muerto sin  nombre. Su familia tardó mucho en encontrarlo y ni se si eso a lo que llamo “familia” lo era de verdad. Está por ahí, en algún ataúd de olvido, vuelto polvo.
Un suicida no es un egoísta. Está poderosamente lastimado. Quizás deberíamos mirarnos cuando llevamos a otros a ocupar los túneles del olvido cubiertos por la desesperación en vez de taparnos la cara cuando corren por los patios de la ausencia cubiertos en llamas y nos da como mucho un acceso de tos.

Laura Inés Martínez Coronel-publicado en "Caras y Caretas".Viernes 20 de Febrero.

sábado, 10 de enero de 2015

Año nuevo. Laura Inés Martínez Coronel


 carasycaretas

Esta mañana la ciudad amaneció acribillada por una campana con un calor de moscas en enjambre de tormenta. Vi en algún lugar una frase simple, escuela “new age”, decía algo así “Todos los días puede ser el comienzo de algo hermoso”. Si, seguro, pero por dentro y con total empatía con las circunstancias leí “todos los días explotarán granadas en su nombre”. De poesía no tenía mucho, vi mutilados, gente cargando muertos con cabelleras heladas que se rompían en vertientes de sangre por el aire.
La primavera negra de Henry Miller mantenía su encomillado como en la guerra de 1990, aquel verano infernal, indecible, debajo de una higuera que apagaba las lámparas. Sinuosa, tal aquella serpiente joven que buscaba renacer sin poder descifrar cabezas de otros, nuevamente me perdí.
Un puente de luces amenazante  decía que regresara a casa, y una exposición de pinturas en el césped convocaba los pies descalzos de la agonía imposible. Pronto escuché sobre el caminar hacia otro patio de alguien que reía. Cada vez que intento despeinar la mañana se me cruza la muerte.
II
No soy pesimista, aposté a la vida siempre con mucha arteria sonora, fui una matriz próspera de dulce hospedaje, escribí y escribo, como un río que fluye guardando muy poco de lo que el lenguaje hace por mí, visito las ciudades por la noche llenas de gente que canta y piensa y después del exilio obligado me tomo trenes cuando sueño, vagones de belleza intransferible llenos de música.
Realmente creo poderosamente en la vida, a veces hasta en el amor como una adolescente que confunde sus pulsiones eróticas con largos vestidos de ardorosa cenicienta transgresora, creo que la muerte es mentira y “me sé todos los cuentos”. Pero es inevitable, no me parece oficio sagrado tocar violines en los derrumbes.
Para elegir la música que me puede ayudar a vivir, un disco de Cohen, escucho “The future” varias veces, veo el asesinato de todo lo vivo hoy, estoy en el futuro y el “hombre blanco baila, baila…”
Y el poema de Bob Dylan ,la fuerte lluvia claro..” he estado diez mil millas debajo de la boca de un tumba”.
III
Los muertos de Ayotzinapa, los muertos de Francia, las guerras de todo el mundo “en el bendito nombre de dios y el diablo”, los niños perdidos para siempre en el bosque, Caperucita Roja y Lola, (asociación para la muerte ilícita, fatal coherencia de la incoherencia toda), mi hija dándome un beso de despedida con su mirada cíclope, mientras muestra que nos hemos entendido por un momento, que avanzamos en el mapa del conflicto donde por lógica desaparecerá como la situación merece, la otra se sienta un poco más lejos, sonríe dulcemente y dice “te quiero, mucho,mucho, muuuuchoooo”.
Ay pequeña niña también entrarás en pocos años con la mirada de tu hermana a veinte días de su cumpleaños número quince, fastidiada con el acné aunque sea escaso y tapándote los ojos con el cabello a modo de protesta ocultando el rostro desconfiada ante un mundo que parece haberse vuelto una amenaza, me darás un beso con sabor a miel y cuchillos. Esa historia se repite, siempre.
El asunto es que temo que siempre el mundo fue una amenaza. A veces cuando leo los clásicos y me pongo muy cerca del abismo haciendo preguntas al oráculo de Delfos las tres brujas de Macbeth me cortan el camino y los molinos de Quijote me hacen caer con los escudos de cartón sobre la aspereza de las ortigas milenarias.
Seguro, hay felicidad también, y me gusta creer en la justicia, -esto se me hace más difícil, pero en el fondo creo, joder- visito las cárceles de la desesperanza con tantos candados como ojos, son muchos los ojos, eso les pasa a los hijos de la mosca y otros cetáceos que mutan en personas trashumantes.
IV
Todos los días sueño que por un camino vienen hacia mí los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, he estado removiendo tumbas, los cráneos siguen recordándome al poema de los comensales,aquel fantásticamente sombrío, de Prévert, la entrada de la madre con la niña muerta, la cabeza que cae entre los asistentes al banquete de la peor monarquía, ante la indiferencia de los rompecabezas de los pobres del universo todo. El cadáver triste sin ningún nombre, la fosa despidiendo sus olores perseguida por buitres, la cabeza, la pequeña luz de aquella vela que se destruye, y una sombra que desentierra su alma.
No tengo como dar cuerda al reloj cortazariano si no sigo sus exactísimas instrucciones llenas de poquísimas certezas. En el momento en el cual grito estalla el dolor de muchas rosas.
Un niño lee “El Principito” en Braille, otra de mis hijas consulta en una oscura policlínica, acompaña a “un paciente” dice, ella está enferma también, no sabe que hacer, llama, no me obedecerá, la escucho, cuelga “lo llamaron, debo irme”. Habla que su cabeza estalla hace diez días, que no puede ser, los calmantes ineficaces “y ahora que pasará con el trigémino?”.
Qué podría haber hecho mi madre conmigo, en el lugar exacto del piano derrumbado? A la memoria me viene una frase, la he leído en una novela de Krauss, pero podía ser escuchada en el almacén. “Podría haberme querido menos”.
He visto un hombre apoyado en un andamio queriendo construir un puente en medio de una inundación y me he encogido de hombros.
Ayer leí algo nada extraño, no menos triste, “dejen de hablar de cómo vestía la niña argentina, dejen de decir cuántos quilómetros anduvo, dejen de hablar de las fosas clandestinas, de las huelgas de hambre y de los muertos de Francia. Eso no me importa, soy uruguayo”
Las niñas han tomado un ómnibus bajo la lluvia, hay dolor en el mundo, y también indiferencia.
V
Tengo los pies sobre maderos en un grave naufragio, la madera es vieja, llena de clavos urdimbre de la peor metáfora, es madera en descomposición, pronto ha de quebrarse. Por debajo de mi pasa un río de agua cenagosa, tengo que saltar, el peligro de caer es grande, puedo asfixiarme allí entre camalotes de humo residual del incendio más feroz. Pasa una amiga por la frente de mis recuerdos. “Que haces ahí?’ Que haces a inicios de este año? Que vas a hacer el año entero?”
“Esperaré, esperaré.” Respondo.
Dice que se lo explique. “Es así, de un lado está la vida, del otro está la muerte, tengo un pie en cada lado del madero, esperaré. Hay años así, espero”
“Entiendo”. Dice. Es verdad, entiende. Hay faros para los náufragos y como cantaba Cazuza, “No te demores, te estoy esperando, no demores”. Entonces salto, escribo, denuncio, amo, muero, nazco y me enciendo.

sábado, 3 de enero de 2015

El ESTIGMA Por Laura Inés Martínez Coronel





Ella solía recostarse al árbol con una mirada tan bella como sombría. Imaginaba el sol en el océano agudo del bronce. En su cabeza de diminutas golondrinas temblaba la voracidad de la luz. Estaba sola, dormida aunque los ojos se abrían gigantes, horas en los trapecios con vocación de equilibrista.

La escuela era un bosque de diminutos placeres imposibles. Difícil estar con los niños que jugaban corriendo por el patio, subiendo a las ramas de colores, elevándose por encima de los pequeños zapatos, la pelota estaba demasiado lejos, inalcanzable, las muñecas también, perdían sus cabelleras empapadas de ojos enredadas en los alambres de púa.

Rescatar muñecas de trapo podía ser un oficio poderoso, pero aunque era delicada para tratar de evitar graves cicatrices, de un modo que no podía explicar se caían de sus manos y quedaban como garabatos extraños desparramados en una hoja ciega.

A veces los niños jugaban a matar. El mundo enseña a jugar con los rituales de la luna y de la sangre. Lo hacían con varios instrumentos, las palomas caían ensangrentadas. Dolía demasiado.

-A la sala niña, a la sala-decía la maestra y ella con mucha dificultad lograba mezclarse con su nombre.

Allí quedaba, en el umbral de las preguntas sin respuesta, las letras se agolpaban a su alrededor como guirnaldas silenciosas, parecían colgar de la pared, fantástico pero inaccesible universo de las palabras.


II

-No puede defenderse, no entiende, no sabe, no habla, cae, se desliza, es un molusco, una flor, tiene que tratarla-

_ ¿Defenderse de qué?-

_De la esperanza-


-La entiendo tan poco. Nació envuelta en una segunda piel que cayó muy pronto. Aquel dolor extraño, ver un orificio en su espalda. Quien va a saber que hacer si nada es seguro, si nada te explican, si lloran y no se entiende la lágrima cuyo sabor es también extraño. Era frágil, estaba herida de muerte desde el momento en que nació, parecía un animalito azul, un pequeño pez confundido. Poco podíamos hacer. Que no caminaría, dijeron. Que no hablaría, recuerdo. Nunca olvidaré tanta agonía. Maestra, sucedió algo aún más raro. Ella había nacido así, con los ojos enormes, el cabello escaso, la espalda me miraba, era todo impredecible salvo las ambulancias, cunas térmicas, enfermeras, ascensores.-

_Su capacidad es diferente-

-Capacidades diferentes tenemos todos. Sé hacer panes pero no conozco el nombre de las estrellas.-

-Pero Marcia es especial. Sus capacidades diferentes durarán toda la vida-

-Maestra. No sé lo que hice. A veces por la tarde me perdía en una cueva llena de sal. Dicen que envenenaban manzanos. Tal vez fue eso. Su padre me golpeaba contra la pared gritando que mi sangre estaba envenenada. Luego no lo vi nunca más-


III

Cuando Marcia canta lo hace bajo, tiene una armónica. Le gusta tocarla sentada debajo del sauce y ríe, le agradan los caballos, juntar piezas de colores y pegarlas sobre lienzos. Arma rompecabezas conoce todos los nombres de las estrellas.

Ha aprendido a comer con las dos manos, habla en un idioma de relámpagos geográficos. Es amable y conversa con orugas, las observa, se convierten en mariposas, vuelan.

Algunas tienen las alas quebradas. Vuelan, en la asimetría perfecta de la diferencia.

Su madre la lleva en brazos hasta la silla de ruedas. La usa poco. Ahora tiene los bastones y puede aventurarse en los tibios escondrijos por donde los insectos resplandecen.

En un tiempo todos estábamos escondidos en praderas. La hermosura oculta el sinuoso camino hacia la grieta marítima que nace de la espera.

Paciencia. Todo es un largo ejercicio de paciencia.


IV

He aprendido a jugar con los dados esta mañana. Los pongo entre las manos, agito y luego los tiro. Alguna vez sale un número, otra vez otro. A veces gano, otras pierdo. Nunca sé el resultado final, solo lanzo los dados. La maestra me dijo que la vida es eso. Estoy feliz, puedo perder ganando.

Toda la tarde hemos hecho pájaros de papel negro y blanco. Ahora logro que se agiten en el aire, alguien pasó por mí, dijo-qué bonito-

Le di todos los pájaros.

Por mi cabeza pasan sueños como historias. Las sillas muerden la piel, hacen estragos, las mesas se suben a la capilla de la ciudad, los vecinos llevan velas y rezan, la virgen está triste, la llevan entre muchos, alta y cabizbaja, la virgen apagada de los que nacemos solitarios.

Dicen que rezan por mí. Es bueno agradecer, rezo por ellos mientras ordeno piedras de oro en el espacio.

Mi madre no conoce el nombre de todas las estrellas. Yo sí. Con la armónica les cantaré a las constelaciones. Un día tendré un lugar en el espacio.

He visto llaves y puertas. No puedo abrirlas todas. Nadie puede. Conozco desiertos, puentes, ríos y praderas calladas por las cuales he salido a correr. La vida es un perro de caza y un espejo, mi doble piel, una muralla y aquel ojo gigante que nació con un párpado en mi espalda.

Nadie se parece a nadie. Somos únicos.


V

Cuando Marcia nació fue un diagnóstico. Meningocele.

Una palabra que hacia ruido, parecida a otras palabras, una palabra solamente.

Cuando Marcia nació era una pequeña niña asombrada, una mujer con los brazos abiertos al sueño y al amor, sufría como muchos, y luego supo reírse a carcajadas.

Caminó un poco después, no entendió nunca que tan rara es la gente que da vuelta la mirada con un gesto oscuro ausente de música y señala.

Fue a la escuela y estaba sola casi siempre. Cómo muchas personas que no comprenden la vida y huyen desordenadamente en un mundo poco hospitalario que siente especial atracción por las manadas, los uniformes, el almanaque ordenado por días, líneas rectas y cajas cuadradas.

Se volvió grande, con la misma dificultad que crece cada persona cuyo destino es estar vivo entre pecados inmortales con la completa seguridad de una mortalidad incuestionable.

Se abrió paso luchando, a veces tuvo que dar algunos golpes, como otros en los largos pasadizos de la ignominia y la incomprensión.

Aprendió a escribir, leer, ordenar en estantes lo posible.


VI

Ahora, después de algunos años levanta los trozos del espejo y los pega delicadamente. No recuerda quien lo destruyó. Tiene paciencia, la principal condición para vivir, la imprescindible, y pega trozo a trozo hasta mirarse para decir el nombre que le pertenece

Marcia.

Abandona la cárcel del estigma adónde la pusieron otros. Ella es simplemente una mujer que camina un poco más despacio y sin ninguna prisa limpia sus heridas como lo hacía con las palomas de la infancia, con un gesto de completo desconcierto ante la impiedad a la que nunca ha logrado acostumbrarse, a pesar de haber nacido con tres ojos en el cuerpo, todos grandemente abiertos por si acaso.


Publicado en "Caras y Caretas" viernes 26 de diciembre.