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viernes, 12 de diciembre de 2014
sábado, 29 de noviembre de 2014
Epílogo Por Daniel Chasquetti
Zoom Politikon
Autor: Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
imagen del contenido Zoom Politikon
Epílogo
26.Nov.2014
El próximo domingo Uruguay utilizará por tercera vez el balotaje para elegir a su presidente. La trascendencia del evento contrasta con la anodina competencia registrada en noviembre entre ambos candidatos. Carente de emoción, innecesaria y sin gracia, son algunos de los calificativos usados por varios observadores para describir la lucha electoral en esta segunda vuelta. A tal punto esto es así que las noticias sobre la elección se volvieron marginales en la mayoría de los informativos de la grilla televisiva. ¿Cuáles son las razones para que la competencia haya tenido tan poca intensidad?
En principio, podríamos pensar en dos causas principales, una estructural y otra coyuntural. Por un lado, las segundas vueltas electorales suelen ser competencias despobladas de actores. Mientras en la primera ronda compiten varios partidos y en su interior muchas listas de candidatos que persiguen bancas en el Senado y en la Cámara de Representantes, en la segunda vuelta, participan únicamente las dos fórmulas presidenciales. Es cierto que los partidos intentan activar a sus electorados mediante actos y movilizaciones callejeras. Sin embargo, esos episodios han sido esporádicos y están muy lejos de alcanzar la densidad e intensidad de los registrados en la elección de octubre. Por otro lado, el resultado de la primera vuelta suele condicionar las características de la competencia en el balotaje y en esta oportunidad, el mismo ha tenido una contundencia pocas veces vista. La distancia entre el primero y el segundo es de diez y ocho puntos porcentuales del electorado, lo cual genera la idea de que la reversión del resultado es una tarea imposible. A su vez, la proximidad del Frente Amplio con la mayoría absoluta de los votos (menor a dos puntos porcentuales) induce a creer que Vázquez tiene asegurado su triunfo por la simple decantación estadística de los votantes de los restantes partidos. Por tanto, al hecho estructural de que el balotaje siempre genera menos movilización se suman las consecuencias que provoca un resultado categórico como el que tuvimos.
* * *
Aún así, los candidatos desarrollaron ciertas acciones con el fin de conseguir el voto ciudadano durante estas cinco semanas. La estrategia de Vázquez procuró congelar la situación generada el día después de la primera vuelta. El objetivo era que no hubiere novedades y ceteris paribus, el triunfo del Frente Amplio estaría asegurado. Para ello se destacó hasta el cansancio lo innecesario que supone realizar una segunda vuelta bajo esas condiciones y se evitó en todo momento que el candidato debatiera públicamente o hiciera referencias al discurso de su adversario (o sea, se intentó ignorarlo). Por esa razón, Vázquez tuvo poco contacto con los medios de comunicación y concentró sus esfuerzos en la realización de algunos eventos sobre políticas específicas y se concentró en una actividad capilar en puntos estratégicos del interior del país (recorridas y actos callejeros). Los spots publicitarios, muy cuidadosamente preparados, muestran a un Vázquez hablándole al espectador como si ya fuera presidente. Todo eso generó un efecto favorable al la noción de triunfo irreversible. Sobre esa estructura, Vázquez mostró sus dotes de buen político al realizar una serie de estocadas dirigidas a mitigar los apoyos de su adversario. Las reuniones con legisladores colorados (el 1º y 2º de la lista de diputados por Montevideo de Vamos Uruguay) y personalidades blancas, generaron la idea de que los respaldos de Lacalle Pou eran frágiles y volátiles. Al mismo tiempo, esas movidas catalizaron la crisis del Partido Colorado, originada desde luego por los magros resultados electorales y también fogoneada por el descontento de muchos dirigentes con la conducción de su líder. Paradojalmente, el 26 de octubre a la noche, Bordaberry prometió destruir a Vázquez (“hacerlo mierda”, dijo), pero todo terminó siendo al revés: Vázquez acorraló a Bordaberry y empujó a su partido y a su sector Vamos Uruguay a una crisis que no sabemos cuándo ni cómo terminará.
La estrategia de Lacalle Pou fue improvisada porque su comando de campaña no esperaba un resultado como el que mostró la elección de octubre. Se intentó agregar a su conocida orientación –por la positiva- una fuerte dosis de crítica a su oponente –por la negativa-. La carga mayor las sobrellevó Larrañaga, quien arremetió con inusitada energía contra el programa del Frente Amplio, la actual administración, y sobre todo, contra “el Uruguay que se nos viene”. A esto se agregó la intención de imponer temas en la agenda pública. Primero fue el concepto de que “un gobierno dividido es bueno para la democracia”, y más tarde opiniones sobre diferentes asuntos vinculados con la política impositiva, la política exterior o el sistema de salud. Mientras la primera iniciativa volvió a chocar –al igual que hace cinco años- con el sentido común de la ciudadanía, las siguientes se toparon con la actitud de indiferencia de Vázquez y del conjunto del Frente Amplio.
* * *
Con un escenario de baja intensidad en la competencia y preferencias ciudadanas muy sólidamente estructuradas, el resultado del domingo resulta bastante previsible. Así como la elección de octubre fue parecida a la de 2009, este balotaje debería tener un resultado muy similar al observado un lustro atrás. En aquella oportunidad, Mujica consiguió casi nueve puntos de ventaja sobre Lacalle padre (52,4% a 43,5%), por lo que podríamos suponer que esa diferencia debería repetirse el próximo domingo. Sin embargo, existen algunos indicios que permiten imaginar una diferencia mayor. Si se considera el número de actores políticos que manifestaron su voluntad de votar en blanco (principales dirigentes del Partido Independiente y Asamblea Popular, el diputado colorado Fernando Amado, etc.) y la eficiente campaña de Vázquez en estas semanas (todo permaneció congelado), podríamos pensar que la ventaja será mayor a los diez puntos porcentuales.
Por tanto, el domingo las urnas le otorgarán a Vázquez una gran autoridad política. Será el cuarto presidente que logra dos veces el cargo, proeza solo alcanzada por Fructuoso Rivera, José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti. A su vez, el Frente Amplio ingresará en su tercer período de gobierno con mayorías en ambas cámaras, situación nunca antes lograda con elecciones limpias y competitivas. La responsabilidad de ambos, el candidato electo y el partido, será sustantiva. Ante el país, porque espera soluciones para muchos asuntos aún no resueltos, ante sus votantes, porque muchos renovaron su crédito sin estar absolutamente convencidos de su opción (escogieron el mal menor), y ante la oposición, porque ella espera una actitud de grandeza del parte del nuevo presidente, que lo aleje del gobierno exclusivista de partido y lo acerque a formas plurales de decisión. En suma, Vázquez y el Frente Amplio deberán estar a la altura de lo que el país, sus votantes y la oposición les reclaman, porque así es la democracia y así se la construye.
Autor: Doctor en Ciencia Política.
Profesor del Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
imagen del contenido Zoom Politikon
Epílogo
26.Nov.2014
El próximo domingo Uruguay utilizará por tercera vez el balotaje para elegir a su presidente. La trascendencia del evento contrasta con la anodina competencia registrada en noviembre entre ambos candidatos. Carente de emoción, innecesaria y sin gracia, son algunos de los calificativos usados por varios observadores para describir la lucha electoral en esta segunda vuelta. A tal punto esto es así que las noticias sobre la elección se volvieron marginales en la mayoría de los informativos de la grilla televisiva. ¿Cuáles son las razones para que la competencia haya tenido tan poca intensidad?
En principio, podríamos pensar en dos causas principales, una estructural y otra coyuntural. Por un lado, las segundas vueltas electorales suelen ser competencias despobladas de actores. Mientras en la primera ronda compiten varios partidos y en su interior muchas listas de candidatos que persiguen bancas en el Senado y en la Cámara de Representantes, en la segunda vuelta, participan únicamente las dos fórmulas presidenciales. Es cierto que los partidos intentan activar a sus electorados mediante actos y movilizaciones callejeras. Sin embargo, esos episodios han sido esporádicos y están muy lejos de alcanzar la densidad e intensidad de los registrados en la elección de octubre. Por otro lado, el resultado de la primera vuelta suele condicionar las características de la competencia en el balotaje y en esta oportunidad, el mismo ha tenido una contundencia pocas veces vista. La distancia entre el primero y el segundo es de diez y ocho puntos porcentuales del electorado, lo cual genera la idea de que la reversión del resultado es una tarea imposible. A su vez, la proximidad del Frente Amplio con la mayoría absoluta de los votos (menor a dos puntos porcentuales) induce a creer que Vázquez tiene asegurado su triunfo por la simple decantación estadística de los votantes de los restantes partidos. Por tanto, al hecho estructural de que el balotaje siempre genera menos movilización se suman las consecuencias que provoca un resultado categórico como el que tuvimos.
* * *
Aún así, los candidatos desarrollaron ciertas acciones con el fin de conseguir el voto ciudadano durante estas cinco semanas. La estrategia de Vázquez procuró congelar la situación generada el día después de la primera vuelta. El objetivo era que no hubiere novedades y ceteris paribus, el triunfo del Frente Amplio estaría asegurado. Para ello se destacó hasta el cansancio lo innecesario que supone realizar una segunda vuelta bajo esas condiciones y se evitó en todo momento que el candidato debatiera públicamente o hiciera referencias al discurso de su adversario (o sea, se intentó ignorarlo). Por esa razón, Vázquez tuvo poco contacto con los medios de comunicación y concentró sus esfuerzos en la realización de algunos eventos sobre políticas específicas y se concentró en una actividad capilar en puntos estratégicos del interior del país (recorridas y actos callejeros). Los spots publicitarios, muy cuidadosamente preparados, muestran a un Vázquez hablándole al espectador como si ya fuera presidente. Todo eso generó un efecto favorable al la noción de triunfo irreversible. Sobre esa estructura, Vázquez mostró sus dotes de buen político al realizar una serie de estocadas dirigidas a mitigar los apoyos de su adversario. Las reuniones con legisladores colorados (el 1º y 2º de la lista de diputados por Montevideo de Vamos Uruguay) y personalidades blancas, generaron la idea de que los respaldos de Lacalle Pou eran frágiles y volátiles. Al mismo tiempo, esas movidas catalizaron la crisis del Partido Colorado, originada desde luego por los magros resultados electorales y también fogoneada por el descontento de muchos dirigentes con la conducción de su líder. Paradojalmente, el 26 de octubre a la noche, Bordaberry prometió destruir a Vázquez (“hacerlo mierda”, dijo), pero todo terminó siendo al revés: Vázquez acorraló a Bordaberry y empujó a su partido y a su sector Vamos Uruguay a una crisis que no sabemos cuándo ni cómo terminará.
La estrategia de Lacalle Pou fue improvisada porque su comando de campaña no esperaba un resultado como el que mostró la elección de octubre. Se intentó agregar a su conocida orientación –por la positiva- una fuerte dosis de crítica a su oponente –por la negativa-. La carga mayor las sobrellevó Larrañaga, quien arremetió con inusitada energía contra el programa del Frente Amplio, la actual administración, y sobre todo, contra “el Uruguay que se nos viene”. A esto se agregó la intención de imponer temas en la agenda pública. Primero fue el concepto de que “un gobierno dividido es bueno para la democracia”, y más tarde opiniones sobre diferentes asuntos vinculados con la política impositiva, la política exterior o el sistema de salud. Mientras la primera iniciativa volvió a chocar –al igual que hace cinco años- con el sentido común de la ciudadanía, las siguientes se toparon con la actitud de indiferencia de Vázquez y del conjunto del Frente Amplio.
* * *
Con un escenario de baja intensidad en la competencia y preferencias ciudadanas muy sólidamente estructuradas, el resultado del domingo resulta bastante previsible. Así como la elección de octubre fue parecida a la de 2009, este balotaje debería tener un resultado muy similar al observado un lustro atrás. En aquella oportunidad, Mujica consiguió casi nueve puntos de ventaja sobre Lacalle padre (52,4% a 43,5%), por lo que podríamos suponer que esa diferencia debería repetirse el próximo domingo. Sin embargo, existen algunos indicios que permiten imaginar una diferencia mayor. Si se considera el número de actores políticos que manifestaron su voluntad de votar en blanco (principales dirigentes del Partido Independiente y Asamblea Popular, el diputado colorado Fernando Amado, etc.) y la eficiente campaña de Vázquez en estas semanas (todo permaneció congelado), podríamos pensar que la ventaja será mayor a los diez puntos porcentuales.
Por tanto, el domingo las urnas le otorgarán a Vázquez una gran autoridad política. Será el cuarto presidente que logra dos veces el cargo, proeza solo alcanzada por Fructuoso Rivera, José Batlle y Ordóñez y Julio María Sanguinetti. A su vez, el Frente Amplio ingresará en su tercer período de gobierno con mayorías en ambas cámaras, situación nunca antes lograda con elecciones limpias y competitivas. La responsabilidad de ambos, el candidato electo y el partido, será sustantiva. Ante el país, porque espera soluciones para muchos asuntos aún no resueltos, ante sus votantes, porque muchos renovaron su crédito sin estar absolutamente convencidos de su opción (escogieron el mal menor), y ante la oposición, porque ella espera una actitud de grandeza del parte del nuevo presidente, que lo aleje del gobierno exclusivista de partido y lo acerque a formas plurales de decisión. En suma, Vázquez y el Frente Amplio deberán estar a la altura de lo que el país, sus votantes y la oposición les reclaman, porque así es la democracia y así se la construye.
jueves, 21 de agosto de 2014
El Frente Amplio y la derrota de la Concertación en Chile
Zoom Politikon
Daniel Chasquetti
20.Ago.2014
Hace un tiempo me topé en Chile con el libro del sociólogo Eugenio Tironi, "Radiografía de una derrota" que
analiza las causas de la derrota de la Concertación en Chile, en enero
de 2010, tras dos décadas de gobierno exitoso. El rumbo que ha asumido
la campaña electoral en Uruguay este año me ha hecho volver sobre ese
texto con la intención de señalar que lo sucedido en Chile hace cuatro
años muy bien puede repetirse en nuestro país dadas las semejanzas
estructurales que presentan los acontecimientos en ambos países.
Así como en Chile, la Concertación
contaba con una presidenta popular, Michele Bachelet, y resultados
económicos positivos, en Uruguay ocurre más o menos lo mismo: el Frente
Amplio tiene un presidente con gran aprobación y los resultados
económicos y sociales de la administración son igualmente exitosos.
Mientras en Chile, la Concertación designó como candidato a Eduardo
Frei, que había ejercido la presidencia entre 1994 y 1998, y que para
ese entonces contaba con 68 años; en Uruguay, el Frente Amplio eligió a
Vázquez que ejerció la presidencia entre 2005 y 2010, y que cuenta con
74 años de edad. En tanto el rival de Frei era el derechista Sebastián
Piñera quien desarrolló una inusual campaña
basada en las ideas de renovación y cambio; el rival de Vázquez es
Lacalle Pou, que también lleva adelante una peculiar campaña basada en
las mismas ideas. O sea, pese a las diferencias notables que tienen
ambos sistemas políticos, las campañas electorales presentan algunos
rasgos llamativamente similares. Vale destacar que el resultado final en
Chile fue el que todos conocemos: Piñera ganó la elección en segunda
vuelta generando así la primera alternancia en el gobierno desde la
recuperación de la democracia en 1990.
El texto de Tironi
señala cinco razones de la derrota de la Concertación: i) la incapacidad
de su dirigencia en reconocer que Bachelet introdujo un estilo de
liderazgo nuevo y diferente, y que cualquier continuador debía partir de
ese estándar; ii) la designación como candidato de un ex presidente,
que lucía cansado y sin energía; iii) una campaña errática y pobre en el
manejo de la agenda; iv) la irrupción de un tercer candidato en
discordia, que dividió votos y que con su discurso renovador favoreció
la destrucción mediática de Frei; y v) una presidenta que hizo poco por
el candidato oficialista, pues su silencio permanente avaló las críticas
de los restantes candidatos.
La explicación del
resultado en Chile permite observar el proceso electoral uruguayo desde
otro ángulo y preguntarnos si en la presente campaña del Frente Amplio
no están ocurriendo fenómenos parecidos. A primera vista y por pura
intuición, me inclino a señalar que hay dos factores muy similares, un
tercero que podría asemejarse, y otros dos que no guardan ninguna
relación con el caso uruguayo.
En primer lugar los
factores casi idénticos. Como muchos analistas señalan, la campaña del
Frente Amplio ha sido errática y sin capacidad de controlar la agenda.
El discurso del candidato se ha ido modificando de acuerdo a lo que
dicen sus rivales, los énfasis programáticos fueron variando, e incluso,
el slogan principal de la campaña (vamos bien) debió ser sustituido por
otro un poco menos condescendiente (Uruguay no se detiene) dados los
magros resultados de las primarias de junio. Al mismo tiempo, algunos
analistas sostienen que Tabaré Vázquez luce cansado, repetitivo y sin
capacidad para despertar fervor entre sus seguidores. El candidato
estaría utilizando un arsenal discursivo que fue muy útil hace una
década para ganar la elección pero que en el presente carece de impacto y
glamour.
El otro factor que
podría asemejarse es el del “tercer candidato en discordia”. Si bien en
Uruguay no existe un candidato disidente del oficialismo (la legislación
electoral no lo permite) que contribuya a dividir votos, en las
elecciones primarias surgió Constanza Moreira cuyo discurso cumplió el
mismo rol que el desarrollado por Marcos Enriquez Ominami en Chile (1).
La precandidata frentista formuló críticas durísimas al establishment de
la izquierda y desarrolló algunos argumentos favorables a la renovación
que, a mi juicio, calaron hondo en una parte del electorado frentista.
Es probable que muchos de los juicios vertidos públicamente por Moreira
hayan convencido al equipo de Lacalle Pou de que el rumbo escogido para
su campaña era el correcto. Sin embargo, no podemos considerar que
Moreira haya contribuido a destruir la imagen de Vázquez como parece
haber acontecido en Chile, pues su prédica y su conducta han sido
bastante menos beligerantes que las mostradas por Ominami respecto a
Frei. No obstante, su prédica parece haber hecho mella en la campaña
electoral, generando dudas entre los frentistas y certezas en los
seguidores de los candidatos rivales.
Finalmente, no está
claro si el cambio que introdujo Mujica en la forma de ejercer el
liderazgo presidencial sea tan determinante para los uruguayos como
ocurrió en Chile con la innovación que representó el Bachelet style.
Es cierto que nuestro actual presidente barrió con muchos formalismos
de ese alto cargo y que su estilo se alejó drásticamente del prototipo
sobrio de anteriores presidentes. Sin embargo, como muestran algunas
encuestas, esa forma de ejercer el cargo divide aguas entre los
uruguayos y por ahora no sabemos cuánto puede influir en la evaluación
que los ciudadanos realicen de los actuales candidatos. Está claro, que
desde esa perspectiva, Lacalle se asemja más a Mujica, en cuanto al
desenfado y desacartonamiento, que el propio Tabaré Vázquez. Tampoco
encontramos coincidencia en la ausencia de apoyo del presidente al
candidato del partido oficialista, pues a diferencia de lo ocurrido en
Chile, Mujica se ha mostrado activo en la materia, respondiendo críticas
y atacando frontalmente con su natural desparpajo.
Por tanto, si algo
enseña la comparación entre los procesos electorales de Chile 2010 y
Uruguay 2014, es la importancia y relevancia que tienen la campaña
electoral de cada uno de los partidos y los atributos personales de cada
candidato. Es cierto que esto funciona sobre una base electoral más o
menos estable, tanto en Chile como en Uruguay, pero como demostraré en
la próxima columna, estos aspectos pueden hacer una diferencia en un
marco de paridad electoral.
Hoy en día, no sabemos
si Vázquez será un futuro Frei. Sí sabemos que algunos de los puntos
débiles que el Frente Amplio presenta en esta campaña son suficientes
como para perder la elección. Hay decisiones que no se pueden revertir
(la elección del candidato) pero hay aspectos vinculados a la
comunicación y el manejo de la agenda, que pueden ser modificados si se
logra combinar autocrítica con sensibilidad. Seguir o no la trayectoria
de la Concertación sigue dependiendo del propio Frente Amplio y sobre
todo, del candidato y su entorno.
-------
(1) La designación de Frei generó disidencias en la coalición de
gobierno lo cual propició la candidatura independiente del joven
diputado socialista, Marcos Enriquez Ominami.
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