La
República
Sabido
es que, en el marco de una gira encabezada por el Gobierno Nacional,
el departamento de Rocha ha estrechado vínculos con algunas regiones
de China. Estos vínculos o “hermanamientos” se desarrollan sobre
diversas bases, marcados por las reglas de la diplomacia. Esas bases
implican el intercambio cultural, los vínculos institucionales,
mesas de temas comunes, promoción de nuestro país, departamento, y
más. En definitiva, no se trata de nada nuevo ni fuera de los
protocolos habituales de las relaciones internacionales del siglo
XXI. Mucho menos raro es para un departamento que durante las
administraciones blanqui-coloradas (1985-2005) conoció la debacle
mientras recibíamos en una fiesta al conocido presentador “Don
Francisco”, ofreciéndole hasta pompas cívicas; o que en la peor
crisis que conoció Rocha entre 2000 y 2005 oíamos esperanzados la
“noticia” de que había por allí “inversores noruegos”
interesados en nuestro departamento que traerían la salvación. La
cabeza política del “cuento noruego” fue el Dr. Riet Correa,
quien hace unos días se fotografió con su nuevo líder nacional,
Luis Lacalle Pou. Es decir, las relaciones con China no son ni la
increíble parafernalia montada para recibir a “Don Francisco” ni
los “mesías” noruegos que no llegaron. Se trata de una de las
tantas posibilidades de marcos de relacionamiento entre las diversas
naciones del mundo, de las cuales Uruguay depende en buena medida por
las limitaciones estructurales de nuestra realidad geopolítica y
económica.
En
medio de estos “hermanamientos” apareció, entre varios temas, la
posibilidad de estrechar vínculos comerciales, propiciando un
desarrollo acorde con las condiciones de Uruguay y el departamento.
Uruguay, mal que les pese a varios, es un país serio y China es un
país inteligente para moverse en el mundo. La pesca es uno de esos
vínculos y también la posibilidad de desarrollar de forma más
dinámica los dispositivos portuarios con los que contamos. Claro,
Rocha no es homogéneo socialmente. Mucho menos lo ha sido desde que
alguien impuso la supuesta contradicción “natural-productivo”.
Eso se debe a los sitios desde los que formamos opinión en este
rincón del país, donde todos nos conocemos. Quiero decir que no
debe haber lugar más proclive a las polémicas sobre estos temas que
Rocha. Desde un puente hasta normas de ordenamiento, pasando por la
habilitación de un boliche en la costa, el venado de campo, los
puertos, las rutas, la madera, los barcos, todo es motivo de grietas
en la opinión pública. Y allá tiene que salir el Gobierno a frenar
bolas de nieve, muchas veces deliberadas, que lejos de informar y
formar a la ciudadanía la envenenan, impidiendo llegar al centro de
las cosas tal cual son. De ese modo, desde algunos lugares empiezan a
emitirse los adjetivos hacia el Gobierno: “depredadores”,
“irresponsables”, “vendepatrias”, “acomodaticios”, y
todos los que imaginen. Claro, es que Rocha se debate entre intereses
y perspectivas diferentes, en las contradicciones propias de los
componentes sociales que habitan nuestra generosa tierra. Los hechos
del “hermanamiento” con China y las “posibles” formas de
inversión pesquera (de lo que todavía no hay nada concreto) han
abierto nuevamente esos escenarios de contradicción. Nadie puede
creer y querer que Rocha se destruya, que aquello que nos da una
visión estratégica de nuestro desarrollo y que hemos construido
entre todos lo echemos a la basura porque sí. Pero eso poco importa
a algunos. Claro, en Rocha coexisten mentalidades diferentes, y la
costa y sus dilemas son la arena donde ello se expresa, aunque está
claro que unos hacen más ruido y tienen más eco que otros. Rocha,
como el país, necesita diversificar su producción, en armonía con
nuestras líneas estratégicas, ampliando los horizontes de mucha
gente que hoy necesita oportunidades. Es que aquí hay gente que
pretende un ambientalismo que no discuta la civilización
capitalista, un ambientalismo que habla poco de economía, de cómo
nuestra civilización global capitalista trae consigo elementos
positivos para la vida humana, pero también -desde que el ser humano
produjo algo en este mundo- trae perjuicios difíciles de frenar si
no se cambia la matriz general del sistema.
En
algunas zonas de la costa nuestra las contradicciones se expresan
entre el intelectualismo ambientalista de una, podríamos llamarle,
“clase media ilustrada” cuya visión de la costa es meramente
contemplativa, generalmente instalada aquí por una elección de vida
o por oportunidades de trabajo generalmente calificado-intelectual, y
por otro lado una gran masa de población que vive los azotes de la
inestabilidad laboral, la precarización, la falta de empleos
directos y rutinarios, que lucha por ingresar a los canales
económicos y hacerse parte del ciclo productivo. No hay tipos puros,
por lo cual, ante temas como una inversión pesquera posible, ambos
polos pueden manejar elementos atendibles. El asunto es que la
“forma” en que los primeros “combaten” estos proyectos
generalmente es desproporcionada respecto de lo real, lo que está
sobre la mesa, y nunca faltan los que encuentran ventanas por donde
colarse a golpear al Gobierno y, justo es decirlo, tampoco faltan del
otro lado los que plantean “empleo a cualquier costo”. El asunto
nos vuelve sobre las bases de una discusión profunda. ¿Qué nos
queda? ¿La agenda amplificada de las ONG augurando apocalipsis? ¿El
desaliento respecto de brindar hoy respuestas a los que necesitan que
la economía los alcance? No procuro responder estas preguntas de
raíces profundas, pero busco comprender los campos generados ante
éste y otros temas en los cuales se obtendrá una opinión de
acuerdo al sitio desde donde se emite, sus intereses, sus
valoraciones y aspiraciones. Recuerdo en una de las audiencias
públicas en Rocha sobre el Puente de Garzón, un señor barbado en
defensa del puente que argumentaba en ese sentido, ya que el puente
traería ventajas en la rapidez de las comunicaciones, eventuales
ambulancias, traslado a sitios de estudio, etcétera, y por otra
parte una Señora aparentemente extranjera sostener que, según ella
y su grupo, era mejor mantener una balsa oxidada. Esta es una
muestra de esas contradicciones.
En
un sitio pequeño y donde todos nos conocemos, el asunto radica en
los tonos, las formas y los móviles que nos llevan a opinar, o a
organizar el activismo. Somos en definitiva siempre, mal que nos
pese, hijos de nuestras circunstancias.