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martes, 2 de septiembre de 2014

Mujeres Gritonas Lilly Morgan Vilaró

 Primer premio del concurso “Mujeres del campo, río y mar”


Eran las seis de la mañana y ya casi había terminado de levantar y lavar las cosas del desayuno, cuando Laurita se acordó de lo que no se había acordado de decirle a su marido mientras compartían la mesa.
Asomó un poco la cabeza por la ventana de la cocina y gritó: -“¡Rosendo…! No te olvides que hoy tenemos que ir al pueblo a comprar las cosas del colegio para los gurises!”-. El grito saltó por la ventana, rodó por sobre los canteros de los malvones, pegó la vuelta a la casa y llegó, amontonando a las palabras que se fueron chocando y encimando una sobre otra, hasta el galpón, en donde Rosendo terminaba de ensillar al oscuro mala cara, que ese día, por alguna razón, tenía más mala cara que de costumbre.
El hombre se hizo el distraído, dándole tiempo a la frase a recomponerse y ponerse en el orden establecido como para que se entendiese el mensaje de la mujer y no fuesen solo un montón de palabras desparramadas por el piso. Luego, apartando a las gallinas que corrían apresuradas a ver si quedaba alguna migaja de letra suelta que se podrían comer, tomó al caballo de las riendas , salió del galpón y a paso lento se dirigió para el lado de la tranquera mientras pensaba que abrir esa ventana en la cocina, justo para ese lado, había sido una pésima idea.
Laurita lo vio pasar a su marido frente a sus narices, lo dejó alejarse unos diez metros y volvió a gritar. –“¡Rosendo!”- Y como era su costumbre y solo porque le gustaba como sonaba, ponía énfasis en la e del Rosendo. –“¡Roseeendo! ¿Escuchaste lo que te dije?”- gritó y lo hizo como si su marido estuviese todavía en el galpón y no allí nomás, tan cerca que le podía tirar la tostada quemada que ninguno de los dos quiso comer, por la cabeza.
Como única señal de consentimiento, Rosendo levantó una mano y desapareció detrás de los molles que flanqueaban a la tranquera.
La mujer suspiró y se fue a despertar a los gurises para que tomasen el desayuno. Pero mirando la hora, decidió que los dejaría dormir un rato más. Ya se vendrían los madrugones para ir a la escuela. Por lo tanto cambió el rumbo y marchó hacia el gallinero para alimentar a las gallinas y levantar los huevos que religiosamente ponían a diario sus protegidas plumíferas, que así le agradecían el hecho de saber que por orden estricta de la humana, ninguna de ellas terminaría en una olla rodeada de papas y zanahorias. Esa imposición de Laurita había sido larga e infructuosamente resistida y discutida por Rosendo. A quien le gustaba comer, al menos una vez a la semana, un buen guiso de gallina. Pero su mujer se había plantado firme en sus escasos un metro y cincuenta y cuatro centímetros de estatura, amenazándolo con echarlo de su campo, su casa, su gallinero. Y todos esos “sus” eran concretos y literales. El campo era herencia familiar de Laurita y ella no dejaba jamás de esgrimir ese pequeño detalle a la hora de discutir que se hacía y que no se hacía, en la chacra. Y lo hacía a los gritos, sobresaltando a cuanto bicho anduviese cercano a la casa y hasta a las garzas y teros que vivían en el bañado del fondo. Porque Laurita había pulido, lijado y afinado su don de hablar gritando a tal punto, que ya casi podía considerarse un estilo propio y digno de patentar.
Desde que descubriese a sus doce años que nunca llegaría a tener una altura que sobrepasase, con suerte, el metro con cincuenta, pero sobretodo que ser una mujer nacida en un medio rural, significaba estar un escalón más abajo que los varones, Laurita entendió que lo que le faltaba en centímetros y en genitales adecuados para el entorno, debería compensarlo con potencia en la voz si quería ser vista y escuchada en un mundo que tendería a ignorarla. Gritó en su casa para hacerse escuchar y respetar por sus hermanos. Gritó en la escuela para defenderse de los patoteros y patoteras que intentaron molestarla. Gritó para que las maestras supieran que ella era bajita de carcasa, pero que adentro había una mente digna de una científica europea. Y lo probó graduándose con las mejores notas de la clase y de la escuela primaria. Pero al liceo no fue, a pesar de sus gritos y llantos, porque tuvo que quedarse en casa ayudando a su madre. Que también gritó un poco en su favor, pero no lo suficiente.
Cuando conoció a Rosendo, gritó para que este la viese y se acercase lo suficiente para darse cuenta que esa niñita bonita que él había tomado por la hermanita menor de algunas de las chicas del baile en el pueblo, era una adolescente de diecisiete años, desparramando hormonas como si se estuviese por acabar el mundo. Y se casó con él y cumplió con su mandato rural: casarse, tener hijos y atender a su marido. Pero siempre gritando para conseguir las cosas.
Así fue pues, que Rosendo se había tenido que acostumbrar a que si quería comer guiso de gallina, había que comprarse una en la carnicería del pueblo. Y traerla a escondidas para que no la viesen las gallinas de Laurita. Para que no se impresionasen y del shock dejaran de poner huevos o de criar a sus pollitos.
Y ahora, con el sol desperezándose en el horizonte y mientras alimentaba a sus adoradas hijas del corazón, Laurita tenía claro que iba a tener que utilizar el arte de gritar para convencer a Rosendo que su hija Celina siguiese yendo a la escuela. Y empezara liceo. Porque Rosendo, fiel a las costumbres rurales, pensaba que no valía la pena. Que con terminar la primaria era suficiente. Total, Celina encontraría novio enseguida y para antes de los dieciocho años, estaría casada y pariendo hijos. Ayudando a su marido en el campo. Como lo había hecho ella, le decía y tan mal no le había ido. Y ella hacía un esfuerzo supremo para que ese grito, el secreto, el que era un alarido, no saliese de su garganta y como un tsunami barriese con todo lo que encontrase en su camino. Incluyendo a Rosendo.
Laurita terminó de darle de comer a las gallinas y se quedó mirando como el sol perseguía a la niebla matinal hasta que esta, agotada, aceptaba su derrota y corría a refugiarse en la cañada.
Fue hasta el corral de Hortensia, la lechera y la dejó salir a la pradera de trébol. Y con un grito que provocó que la vieja vaca saliese corriendo como si fuese una ternera, le dijo que su hija Celina iba a ir al liceo y si quería, después seguiría una carrera universitaria. Y luego decidiría si quería casarse, tener hijos y ejercer o no su profesión. Porque ella, su madre, tenía el as en la manga que su madre no tuvo: la chacra era suya. Y eso, en el entorno rural, la hacía valer casi tanto como un hombre. Y así como las gallinas no se comían, su hija tendría la oportunidad de estudiar y elegir qué quería hacer con su la vida.
Laurita suspiró profundo y volvió para la casa a despertar a los gurises, ordenar, limpiar los cuartos y empezar a preparar el almuerzo. Y empezó a pulir su mejor grito para cuando llegase Rosendo. Para que Celina no tuviese nunca la necesidad de gritar.

Lilly Morgan


Lilly Morgan Vilaró ganó concurso nacional de cuentos



“Mujeres del campo, río y mar”

Este jueves 28 de agosto, en el Salón de Actos “José Artigas” del Edificio José Artigas – Palacio Estévez, se entregaron los premios a las ganadoras del concurso nacional de cuentos “Mujeres del campo, río y mar”, edición 2014.
Organizado por la Comisión de Género del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) y el Instituto Nacional de las Mujeres del Ministerio de Desarrollo Social (Inmujeres/Mides), con el auspicio de Antel, Administración Nacional de Puertos (ANP) e Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) y con el apoyo del Plan Agropecuario, la primera edición del concurso tuvo una amplia convocatoria. 

 
Se presentaron 644 mujeres de todos los departamentos del país, quienes contaron historias muy emotivas, en algunos casos historias verdaderas recuperadas a través del relato oral replicado por varias generaciones; en otros, contando vivencias personales o ajenas, con pasajes de ficción, siempre relatando las vidas de mujeres que trabajan y viven en el medio rural, que en muchos casos son invisibles al entorno, y siempre son referentes para alguien en especial.
El concurso tuvo como objetivos recuperar, rescatar y difundir historias de mujeres rurales que están o estuvieron vinculadas al medio rural, y se enmarcó en un plan nacional de igualdad de oportunidades para las mujeres de nuestro país.
En la mesa de autoridades participaron la Sra. Nancy Píriz, Directora Adscripta de Secretaría y Presidenta de la Comisión de Género del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca; y la Sra. Beatriz Ramírez, Directora del Instituto Nacional de Mujeres del Ministerio de Desarrollo Social.
Píriz agradeció el trabajo de integrantes de comisiones de género de los institutos participantes en la organización del concurso y resaltó el Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Derechos (PIODNA) que lleva adelante desde el 2005 Inmujeres, que de alguna manera fue el nexo para que también el MGAP se involucrara en este enfoque de trabajo. Destacó la relevancia sobre la existencia de la Comisión de Género del MGAP que preside, y comentó “que cuando a las mujeres se les da oportunidad de trabajo, no sólo lo conquistan y lo llenan de armonía, sino que además lo llenan de trabajo y dedicación”. 
 
Destacó que “es emocionante leer [los cuentos] porque se reflejan los sentimientos, todas las vivencias, las generaciones, las mamás, las abuelas, las hijas…; hay gente de todas las edades, de todas las circunstancias, de todos los niveles sociales”. Para cerrar agradeció la participación, el trabajo y dedicación de los integrantes del jurado, “y de todos los que hicieron posible la existencia de este espacio dedicado al género”.
Por su parte, Ramírez destacó y agradeció el auspicio y apoyo de los organismos del Estado como ANP, Antel, INIA e IPA, con los que se trabaja articuladamente a diario. Declaró que gusta mucho de la literatura femenina, que “compone esa capacidad que tenemos las mujeres de expresar las cuestiones más objetivas, pero también desde un enfoque donde el componente subjetivo tiene que estar…. ese valor que es como sentimos, como vivimos, como transitamos la vida y como la expresamos”.
“Tenemos escritoras anónimas, como estas mujeres que se animaron a contar su vida, las historias de sus personas allegadas, con componentes reales e imaginarios pero que bueno, esa es la literatura como una herramienta importante de la cultura”.
Posterior a la apertura de las autoridades, los integrantes del jurado Libia Ferone, Celia Silveira, Lía Schenck y Lauro Marauda agradecieron la invitación para el trabajo que les tocó, que en muchos casos fue difícil de realizar, por lo emocionante de las historias y la cantidad de cuentos que revelan el interés y la necesidad de expresar de muchas mujeres anónimas que compartieron esas historias. Saludaron a la quinta integrante del jurado, Graciela Pereyra, representante de las mujeres rurales, que no pudo estar presente.
El cuento ganador, “Mujeres gritonas”, de Isabel (Lilly) Morgan fue leído de manera muy expresiva por la Sra. Beatriz Lucca, integrante de la Comisión de Género, que mantuvo en silencio a todos los asistentes y se oyeron risas y suspiros en los momentos más emotivos.

Representantes de los organismos auspiciantes Antel, ANP, MGAP e INIA entregaron los cinco primeros premios a las autoras de los cuentos ganadores: “Mujeres gritonas” de Lilly Morgan, “La soledad de Mima” de Mercedes Cirigliano, “Amelia” de Ma. de los Ángeles Castillo, “La lavandera del Río Uruguay” de Marta Clark y “El beso en la pared” de Marta Estigarribia. Además se entregaron menciones especiales a las Sras. Ana Payotti, Valeria Rodríguez y a Rosalía Arzuaga, que con sus 91 años y su emotiva historia personal dio una nota especial al encuentro.
En el cierre se agradeció nuevamente por la participación de todas las mujeres que compartieron historias de vida, que se espera puedan ser compartidas en la próxima edición de la Feria del Libro que se organice en nuestra ciudad.
VIDEO (Fuente SCI Presidencia de la República):