Ingeniero agrónomo,
productor agropecuario y docente de la Ucudal
Las noticias
empeoran cada semana. No se detiene la suma de desaciertos que nos
impide encontrar un piso firme para sustentar un despegue que ofrezca
mejores promesas. Especialmente porque a nuestros errores vernáculos
se suma una coyuntura mundial que acentúa las incertidumbres.
El gobierno anterior
que es la mitad del gobierno actual, sigue defendiendo sus errores.
Por su parte, el gobierno presente a contrapelo de sus discursos,
defiende las estrategias de populismo y despilfarro del pasado para
mantener el poder. El primer paso para mejorar y para generar
confianza, es comprender los errores del pasado para evitarlos. El
resultado de la investigadora de Ancap es una clase magistral de cómo
hacerlo mal.
No solamente es la
guerra y las migraciones del medio oriente, sino también la amenaza
sobre la economía mundial que hasta hace pocas semanas mostraba un
perfil mucho más optimista. Así como en años pasados, la principal
explicación del buen desempeño de los países emergentes se basaba
en el incontenible efecto arrastre de China, en la actualidad es lo
opuesto. China no exporta tanto pero importa mucho menos, haciendo
caer precios, inversiones y empleo entre sus clientes. China además,
va manejando sin resolver una amenaza financiera que puede resumirla
en un endeudamiento que suma 250% de su PIB. Este debilitamiento con
encadenamientos, también contribuye a los problemas de los países
de la OCDE, de su sector financiero y afecta la economía real. Los
pronósticos -aunque se equivocan- están hablando de un largo ciclo
de debilitamiento de las materias primas. Nos costó tomar conciencia
de la caída de la soja y la leche, nos va a costar entender que
también se caerá el precio de la carne y nos volverá a costar
entender que atravesaremos un ciclo de mayor modestia en los ingresos
externos. Estos son los que mueven la aguja de nuestras
remuneraciones, de nuestras inversiones, del empleo, los salarios, la
recaudación fiscal y las políticas sociales. Hace pocos meses
hicimos un presupuesto en clave radical y para lastimar al
capitalismo. Más impuestos -especialmente al campo- más tarifas con
finalidades recaudatorias, más salarios sin contrapartidas de
productividad y el sueño de que la coyuntura adversa se terminará a
fin de año y después volverá la fiesta.
No hicimos
carreteras ni puertos, ni mejoramos la educación, ni diversificamos
la matriz productiva, ni sumamos suficiente inteligencia, ni bajamos
los costos. Sin esos deberes básicos, habrá que depender cada vez
más de la carne, la lana y el Mides. Expandimos el consumo y el
gasto estilo Ancap hasta donde fue posible y no solamente, sino que
también creamos déficit y aumentamos la deuda. Probablemente el
principal resorte de la competitividad en una coyuntura como la
actual, sería el precio de la energía. Sin embargo, también de
esta delicadeza se apropió el gobierno.
Más recientemente
los gobernantes, a la búsqueda de mejorar la popularidad, salieron a
organizar negocios con Venezuela sin tomar las precauciones que deben
tomarse con clientes tan complicados. Desde siempre y desde todas las
tiendas, se ha aceptado que la lechería es una actividad ejemplar
del país. Se está destruyendo capital social irrecuperable. Era el
momento para el máximo cuidado.