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domingo, 28 de agosto de 2016
Escritor Julio Romero: “Lo más cercano a Jesús que yo me imagino, lo encuentro en Cacho”
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El periodista y escritor Julio César Romero Magliocca estuvo en Minas presentando su último libro “La vida íntima del Padre Cacho”, escrito conjuntamente con Julio Alonso, hermano del Padre Cacho.
Romero Magliocca, ya había escrito y publicado “Un Cacho de Dios” en 2012, el que tuvo una inusitada repercusión. Recibió varios premios, fue reconocido de Interés Departamental, Nacional y Cultural, y recibió dos bendiciones apostólicas del Vaticano.
El Padre Cacho, cuyo nombre era Rubén Isidro Alonso, nació el 15 de mayo de 1929 y falleció el 4 de setiembre de 1992. El 24 de mayo de 1978 comenzó a vivir en el barrio Plácido Ellauri, de Montevideo, donde vivió hasta el último día de su vida, entregado a su causa que eran los pobres.
Previo a la presentación, en el Centro Cultural Casa de la Juventud, Romero Magliocca conversó con la prensa, lo que sigue es parte de ese encuentro.
Escribió dos libros sobre el Padre Cacho, y con dos enfoques diferentes.
Este nuevo libro surgió por la invitación de Julio Alonso -el hermano del Padre Cacho-, que vive en Venezuela, y que quería tratar el tema desde un lugar más íntimo. Contar pasajes de sus vidas juntos, de niños, de la formación salesiana, a los colegios que concurrieron, algo más íntimo de lo que significó “Un Cacho de Dios”. En este libro le doy la voz a mucha gente colaboradora de la obra, para que cada uno de ellos colocara una piecita para el conocimiento de Cacho. Esto es más íntimo, por eso el nombre del libro, que fue elegido por el hermano de Cacho, quien promediando la década del ’70, en plena dictadura, era un perseguido político. Había sido secretario de Juan Pablo Terra, y corría peligro de ir preso y se fue con la familia a Venezuela, donde se radicó.
El Padre Cacho, ¿fue perseguido por la dictadura?
Sufrió hostigamiento por la tarea que realizaba, que era de concientización de los jóvenes. Él tuvo una primera experiencia en Rivera, se reunió con los jóvenes, de alguna manera les dio esperanzas a sus ideas. No era un revolucionario. Llevaba la palabra de Dios a los jóvenes y eso no era bien visto por la dictadura. Pensaban que era una célula sediciosa.
¿No pertenecía a la Teología de la Liberación?
Estuvo relacionado con personas que estaban en los lineamientos de la Teología de la Liberación, con las ideas de Paulo Freire. Estoy seguro que incidió en él, que manejó un montón de herramientas para manejarse con esa experiencia que Cacho hacía con la gente en un barrio pobre. Cacho siguió siempre la línea de Don Bosco.
¿Qué nos puede decir de la obra del Padre Cacho?
Es una gran obra en uno de los barrios donde se centra la mayor pobreza de Montevideo. Esa franja que va desde Aparicio Saravia hasta Instrucciones es la parte más pobre de Montevideo y se perpetúa en el tiempo. Es un barrio que empezó a formarse por 1950, comenzó ante la crisis de la campaña, que hizo que la gente se trasladara a la ciudad como tabla de salvación, a acercarse a alguna fábrica, a trabajar en el puerto, de albañil, pero la gran mayoría de los que se establecen, lo hacen en ranchitos, y como sabían el manejo del caballo y del carro, les daba la posibilidad de tener el dinero de todos los días, a través de la recolección y posterior clasificación de residuos, para vender en los depósitos del barrio y con eso sacaban la diaria. Y Cacho llegó ahí a organizar a esa gente, a la más pobre entre los pobres.
¿Cómo fue el comienzo? ¿Lo habrán visto con cierto recelo o se integró inmediatamente?
Cuando llegó, era plena dictadura. Los barrios pobres eran muy castigados por las razzias. Buscaban a dos o tres, cercaban todo el barrio y cargaban los ómnibus de personas. El pobre que tenía un trabajo lo perdía porque lo tenían una semana preso sin razón, mientras se lo investigaba. Entraban a los ranchos en forma indiscriminada. Cacho iba a las comisarías a interceder por la gente del barrio.
¿Cómo se vinculó usted con el Padre Cacho?
Lo conocí como vecino. Estaba a unos 150 metros de casa. Llegué al barrio dos años después a la llegada de Cacho a la zona. Me sonaba raro que estuviera un sacerdote ahí, inserto en un barrio pobre. Él vivía en un ranchito, igual a los vecinos. Ahí empecé a tomar contacto con esa realidad. Cacho llegó en 1978 al barrio y al año siguiente lo fueron a buscar 78 familias de vecinos que vivían en una zona, sobre Aparicio Saravia, porque iban a ser expulsados del predio que habitaban. Los ranchos eran precarios, se podían montar y desmontar. Él se conectó con una parroquia de contexto más pudiente, la Stella Maris de Carrasco. Allí se estaba formando un grupo de damas de mucho dinero que querían ayudar en barrios pobres y que no sabían cómo hacerlo. Dos sacerdotes que estaban allí las conectaron con el Padre Cacho. Así se detuvo la expulsión del predio, los terrenos fueron comprados, y se empezaron a traer bloqueras para luego hacer las viviendas. Lo primero que se construyó fue un centro comunal, donde se hicieron piletones para lavar la ropa y un lugar donde reunirse. Todas ideas iban surgiendo, y se iban concretando. Lo que más me impactó fue el día de su muerte, donde me di cuenta qué tan grande era. Me impresionó ver a cuatro mil personas, a cincuenta carritos detrás del féretro de Cacho. La gente, su gente, había cepillado un caballo blanco durante toda la noche, pulido los arneses para darle a Cacho lo mejor que podían. Acondicionaron un carro con flores y poco menos que al momento de sacarlo del lugar donde lo estaban velando, lo subieron a ese carro, sacándoselo a la empresa fúnebre, recorriendo las nueve comunidades en las que Cacho había trabajado.
¿Cómo fue la relación del Padre Cacho con la Iglesia? ¿Chocaba con las autoridades?
Y sí. Cuando volvió de esa experiencia en Rivera, lo hizo muy dolorido porque no sintió apoyo de la congregación salesiana, como que lo dejaron solo. Al llegar a Montevideo se reunió con el arzobispo Carlos Partelli, a quien le pidió pasarse al clero secular, lo que le daba más libertad, algo que no tenía con los salesianos. El clero secular le permitía vivir entre los pobres y no dependía de la congregación, que lo hacía ir a dormir, y a vivir en comunidad. Entonces pasó al clero secular con el apoyo del arzobispo de Montevideo, pasando a la Parroquia de Pozzolo, inserta en el barrio Marconi y Las Acacias. Ahí Cacho hizo como una exploración diaria, queriendo saber cómo se vivía en el barrio, se encuentra con un idioma nuevo para él, el idioma de los pobres. Él venía de otra cultura.
¿Aún queda algo por contar de Cacho?
Pienso que quedan cosas pendientes. Hay una cantidad de cosas que atesora gente que por momentos me las van soltando de a poquito. Ahora tomó más relevancia aún lo de Cacho porque puede llegar a ser el primer santo uruguayo. La causa de canonización de Jacinto Vera lleva cien años y es muy difícil reunir testimonios sobre él. Lo de Cacho es más reciente. Cuando asumió Daniel Sturla como arzobispo de Montevideo y al viajar a Roma habló con quien lleva adelante el tema de Jacinto Vera. Esta persona le dijo que había que apurar el tema de Cacho porque tiene que ser antes de los 25 años de su muerte. Y ya vamos por los 24 años…
Se le adjudica un milagro al Padre Cacho.
En este nuevo libro, en consulta con Sturla, cuento lo que considero fue un milagro personal que nos pasó a nuestra familia en 2013, donde casi perdimos la vida ahogados en Villa Argentina, en Atlántida. Todo el contexto de lo que pasó. Estaba haciendo la plancha, tratando de salvarme, sin saber nadar. Lo cuento en el libro. Me quedaban pocas fuerzas, viendo que mi mujer estaba prácticamente ahogada. Las fuerzas no me daban y uno se aferra a lo que venga. Creo mucho en Dios y en Cacho porque me ha dado señales. En esos momentos donde estaba tratando de sobrevivir decía: Cacho, no quiero morir así; Dios no quiero morir así. A mí me salvó una persona a la que nunca más vi -no pude ni siquiera agradecerle-. Mi señora quedó tirada en la arena, con gente de Prefectura asistiéndola. Vi dos personas llegando, les pregunté si eran doctores, y eran Grado 4, intensivistas, el doctor Cabrera y su señora. Casualidad o causalidad. Cuando llegamos con mi señora en ambulancia a Impasa, el médico me dijo que estaba grave, que no se sabía si se iba a salvar y que si esto acontecía estaban las lesiones que le podían quedar en el cerebro por el tiempo transcurrido. Mi señora no tiene ninguna secuela. Cuando le conté todo esto a Sturla en 2014, me dijo que había invocado al Padre Cacho y a Dios, y que eso era un milagro. Claro, todo eso lo verifica el Vaticano… Sentí que lo tenía que contar, a pesar de que casi me cuesta el divorcio con mi esposa. (Se hace una pausa muy emotiva y agrega) No soy persona de ir a la iglesia, de rezar. Cuento esta historia como un vecino, pero lo más cercano a Jesús que yo me imagino lo encuentro en Cacho. Una persona totalmente desprendida, de compartir su comida y su ropa.
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