la diaria
Lo primero es salir del estupor, de la tentación de querer creer que no puede ser, que es todo una confusión, que la Gallega no puede haber zafado de la muerte así, por milímetros. La negación es lo primero. Pero ocurrió. Efectivamente, Isabel Prieto Fernández, periodista de Caras y Caretas, fue baleada el martes de noche cuando volvía a su casa. Iba manejando cuando dos motos la acorralaron y desde una de ellas dispararon a la altura de su cabeza. Isabel atinó a agacharse y acelerar, pero la bala, una 9 mm, le rozó la cabeza y fue a dar a la radio del auto. Si el disparo no hubiera llegado ligeramente de atrás, la víctima podría haber sido su marido, el Negro José López Mercao, también periodista, que viajaba en el asiento del acompañante. Pero no dispararon para darles un susto: apuntaron a la cabeza de Isabel y sólo su reflejo de inclinarse le salvó la vida.
Lo hemos visto hasta el cansancio en las películas: la primera pregunta cuando se abre una investigación busca despejar los motivos del crimen y establecer quiénes serían los beneficiados. Cuando le preguntaron a Isabel si había tenido algún problema con alguien recientemente, ella dijo que el día anterior había estado declarando en Asuntos Internos de la Policía luego de haber sido destratada por un suboficial en la 19ª Seccional de Montevideo durante la madrugada del lunes, cuando buscaba que le confirmaran la muerte de una mujer en Verdisol a manos de su pareja. Por supuesto, debió responder muchas preguntas, y no está probado, a esta altura de los acontecimientos, que el ataque esté vinculado a esas declaraciones o a la divulgación, desde el portal de Caras y Caretas, de lo ocurrido en la comisaría. Pero lo cierto es que las cosas ocurrieron en ese orden: fue destratada en la seccional, lo hizo público en la prensa, declaró ante Asuntos Internos, alguien trató de matarla.
No es bueno especular acerca de los motivos de un crimen antes de que se haya investigado. La prensa tiene penosos antecedentes al respecto (recordemos a la familia prácticamente linchada luego de que la muerte de su bebé fuera presentada en la tele como un abuso paterno, o la insistencia en usar el crimen de La Pasiva como ejemplo de violencia inmotivada antes de saber, como se supo, que había sido un asesinato por dinero) y no le hace bien a nadie tejer historias sin fundamento. Sin embargo, parece insuficiente decir que es necesario que este hecho se aclare. Cualquier hecho violento debe ser aclarado. Cualquier atentado, cualquier abuso, cualquier daño reclaman una investigación seria, con todas las garantías. Pero en esta oportunidad ocurre, además, que en un extremo hay una persona cuyo trabajo es, precisamente, informar. Y en el otro extremo no se sabe lo que hay, pero se sabe que en el medio hay una larga y asentada práctica de impunidad y destrato, de falta de respeto a la verdad, de desidia y de ocultamiento. Antes de que estas cosas se nos hagan costumbre, hay que exigir que se vaya al hueso. Hay que exigir, como siempre, verdad y justicia.