Decir adiós
El actor Walter Reyno falleció ayer a los 79 años, luego de medio siglo en las tablas.
Imposible no recordar su tono de voz grave, su modo de
detenerse en el escenario con la mirada fija, mutando drásticamente sus
gestos de acuerdo con el papel que interpretara. Encarnó personajes tan
disímiles como Horacio Quiroga, Juan Carlos Onetti, el desconfiado
gaucho Miseria y el solitario coronel de la novela de Gabriel García
Márquez. Walter Reyno, el mítico actor y director del teatro Circular,
uno de los pilares fundamentales del teatro independiente, falleció ayer
a los 79 años. Paradójicamente, sucedió a comienzos de diciembre, mes
en que el Circular cumple 60 años.
Este teatrero de la vieja guardia se inició en la Escuela Municipal de Arte Dramático y comenzó a actuar en 1956, habiendo protagonizado más de 90 espectáculos a lo largo de su carrera. Fue distinguido con el premio Florencio como mejor actor en piezas como Arlecchino, de Carlo Goldoni, El coronel no tiene quién le escriba y Aeroplanos, de Carlos Gorostiza, además de premios internacionales como el que recibió en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz en 1995.
Como actor fue uno de los más versátiles y virtuosos del medio. En cine trabajó con Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella en 25 watts (2001) y en películas como El aura, del argentino Fabián Bielinsky (2005) -en la que interpretaba a Montero-, Alma máter (Álvaro Buela, 2005), el cortometraje de Rodrigo Plá El ojo en la nuca (2001) -junto a Gael García Bernal, Daniel Hendler y Elena Zuasti- y Vientos del Uruguay (1988).
Lucha independiente
Era 2005 y la sala 2 del teatro Circular se cubría de cigarrillos apagados. La obra comenzaba casi a oscuras mientras se escuchaba la voz de Juan Carlos Onetti. El actor era Walter Reyno, que interpretaba al autor de Los adioses; la actriz, Paola Venditto, que encarnaba a María Esther Gilio. Onetti en el espejo(escrita por Hiber Conteris) se centró en las entrevistas que le realizó la periodista uruguaya al escritor en el transcurso de 27 años (1965-1993), en Uruguay y España. Reyno interpretó al escritor uruguayo de un modo tan excepcional que ambos se convirtieron en la misma persona.
La actriz y compañera del Circular Paola Venditto dijo a la diaria que lo que destacaría de él es su entrega incondicional. Lo definió como un tipo de teatro de los de antes, para quien la institución independiente era un bastión de lucha. “Tuve la suerte de viajar con él en una gira con Onetti en el espejo [que luego de su exitoso estreno en Montevideo viajó a Venezuela, Cuba, Brasil, Francia, Italia, España y México] y era increíble, porque si bien él mismo decía que no tenía nada que ver con Onetti, en la obra realmente se convertía en otro”.
Lucio Hernández, actor de la Comedia Nacional que se formó en la escuela de teatro del Circular, recordó que Reyno fue su profesor en primer año. Ése fue su primer contacto con el teatro y con este actor, “una figura que ya era consagrada, y que todos conocían por espectáculos como El coronel no tiene quién le escriba, para mí una obra conmovedora. Conocerlo a él en persona ya era un viaje en sí mismo”. Sobre esa pieza recordó que su personaje contaba con una humanidad “indescriptible y conmovedora”.
Cuenta que Reyno era alguien muy práctico. “Con él estudiamos teatro rioplatense e interpretamos personajes populares: nos pedía que observáramos personajes de la calle con los que tuviéramos contacto y nos desafiaba a trabajar la imitación en un comienzo, para después poder crear. Recuerdo el compromiso increíble que tuvo con el grupo y lo directo que era. Una de sus primeras recomendaciones fue que trabajara el cuerpo, un consejo que tomé de manera inmediata”. Otro espectáculo al que el actor hace referencia -y que vio, en ocho ocaciones- es Aeroplanos, en la que Reyno encarnó uno de esos personajes con los que se transformaba en un viejo cuando él todavía no lo era. “Era un tipo con muchísima energía. Por eso, esos viejos que componía se volvían increíbles”, dijo Hernández.
El actor del elenco oficial describió cómo Reyno era el responsable de interpretaciones que dejaban al público “pendiente de un hilo, a la vez que reforzaba el compromiso de los que recién comenzábamos”. Reyno y Jorge Bolani fueron personas a las que siempre observó. “Tuve la suerte de trabajar con Walter en Ángeles en América (1994), con la dirección de Taco Larreta”, recordó.
Bolani se relacionó con Reyno como alumno y colega a lo largo de 30 años. “Puedo decir que fue un maestro de lo que se llamaba ‘ser integrante de fierro de una institución independiente’. Ésta es una denominación que le pertenece. Siempre decía: ‘Hay que ser un integrante de fierro’. Estamos hablando de otro Uruguay: predictadura, dictadura y democracia. En el seno del Circular no había funcionarios, todos hacíamos todo, y eso fue una enseñanza de vida. Pero más que nada, la enseñanza era ver a diario cómo se manejaba él, cómo defendía sus argumentos en las asambleas, anteponiendo el teatro a las actuaciones individuales. Ésa era su prioridad, y todos lo percibíamos. En ese sentido, era un referente muy fuerte, que sabía llegar a todos de diversas maneras. Como actor era muy magnético y muy seductor en el escenario”, resumió.
El actor asegura que esta seducción, histrionismo y magnetismo que siempre desplegó en el escenario “son patrimonio de pocos, y en su caso se unían”. Bolani lamentó haber vivido pocas experiencias personales en el escenario, si se tiene en cuenta los años que ambos compartieron la misma institución. “La vida artística de una institución que tenía que mantener dos salas implicó que sus directores nos eligieran a mí para unos espectáculos y a él para otros; por eso, las convergencias en una misma obra fueron pocas”, señaló. Aun así, las recuerda muy bien: “Compartimos el ser Quiroga en distintas edades: Juan Graña hacía el Quiroga de la juventud, yo hacía el de la vida intermedia y Walter asumía el Quiroga más maduro, que en definitiva era el protagónico; después, en Decir adiós, de Alberto Paredes, también dirigida por Jorge Curi; luego, en El coronel no tiene quién le escriba, la versión que hicieron Mercedes Rein y Jorge Curi sobre la novela de Gabriel García Márquez. En esta pieza él recibió un premio Florencio por ese emblemático coronel, que además andaba en el escenario con un gallo en la mano, con el que actuaba todos los fines de semana. Ese gallo fue toda una experiencia. Se lo tuvo que llevar a la casa para hacer migas. Finalmente, a fuerza de picoteos y algunas lastimaduras, el gallo actuó. Hay fotos que lo recuerdan y son muy representativas de Walter, con el gallo en el dedo índice, o también su inolvidable monólogo con el gallo en el mano. Otra pieza en la que coincidimos fue la estadounidense Ángeles en América”.
Fueron varios los que recordaron el reestreno, en 2011, del mítico El herrero y la muerte, de Mercedes Rein y Jorge Curi (1981). En esa obra, que se mantuvo seis años en cartel, Reyno encarnaba al gaucho que desafió a la muerte. “Fue muy emotivo poder ir a verlo después de tantos años. Este reestreno fue otra de las cosas paradigmáticas. Reitero que lo admiramos como actor y como compañero integrante de fierro. Era alguien que cuando entrabas al teatro te decía: ‘Mirá que si estás casado te vas a divorciar y si estás en pareja te vas a separar’. Era alguien muy tremendista en ese límite que planteaba. Me parece bueno recordarlo porque, en el acuerdo o en la discrepancia, él sabía de qué estaba hablando, trataba de reclutar a un ser de teatro íntegro. Así era él”, sostuvo.
También destacó a Reyno como un referente indiscutible en el medio: “Fue dirigente gremial y dirigente de SUA [la Sociedad Uruguaya de Actores], siempre defendiendo los principios del teatro independiente. Si bien cronológicamente no es fundador, fue uno de los primeros en el Circular. De hecho, entrar al teatro estos días va a ser muy difícil, a pesar de que él en los últimos tiempos había tomado otros rumbos más independientes”. En este juicio también coincidió el actor y director Juan Graña, quien subrayó su talento y su dedicación al teatro en todos los aspectos, tanto en lo artístico como en lo institucional. Graña destacó sus papeles en Esperando la carroza, Tirano Banderas, El herrero y la muerte y Los fusiles de la patria vieja:“En todas era prolijamente protagonista”.
Fue una personalidad con pocas aspiraciones protagónicas en el medio, siempre dispuesta a la risa, a los comentarios irónicos o humorísticos. Entre unos y otros personajes, Walter Reyno se nos escapa, se nos ha escapado. Y se nos escapa también de esta puesta en espacio del actor a través del teatro.
Este teatrero de la vieja guardia se inició en la Escuela Municipal de Arte Dramático y comenzó a actuar en 1956, habiendo protagonizado más de 90 espectáculos a lo largo de su carrera. Fue distinguido con el premio Florencio como mejor actor en piezas como Arlecchino, de Carlo Goldoni, El coronel no tiene quién le escriba y Aeroplanos, de Carlos Gorostiza, además de premios internacionales como el que recibió en el Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz en 1995.
Como actor fue uno de los más versátiles y virtuosos del medio. En cine trabajó con Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella en 25 watts (2001) y en películas como El aura, del argentino Fabián Bielinsky (2005) -en la que interpretaba a Montero-, Alma máter (Álvaro Buela, 2005), el cortometraje de Rodrigo Plá El ojo en la nuca (2001) -junto a Gael García Bernal, Daniel Hendler y Elena Zuasti- y Vientos del Uruguay (1988).
Lucha independiente
Era 2005 y la sala 2 del teatro Circular se cubría de cigarrillos apagados. La obra comenzaba casi a oscuras mientras se escuchaba la voz de Juan Carlos Onetti. El actor era Walter Reyno, que interpretaba al autor de Los adioses; la actriz, Paola Venditto, que encarnaba a María Esther Gilio. Onetti en el espejo(escrita por Hiber Conteris) se centró en las entrevistas que le realizó la periodista uruguaya al escritor en el transcurso de 27 años (1965-1993), en Uruguay y España. Reyno interpretó al escritor uruguayo de un modo tan excepcional que ambos se convirtieron en la misma persona.
La actriz y compañera del Circular Paola Venditto dijo a la diaria que lo que destacaría de él es su entrega incondicional. Lo definió como un tipo de teatro de los de antes, para quien la institución independiente era un bastión de lucha. “Tuve la suerte de viajar con él en una gira con Onetti en el espejo [que luego de su exitoso estreno en Montevideo viajó a Venezuela, Cuba, Brasil, Francia, Italia, España y México] y era increíble, porque si bien él mismo decía que no tenía nada que ver con Onetti, en la obra realmente se convertía en otro”.
Lucio Hernández, actor de la Comedia Nacional que se formó en la escuela de teatro del Circular, recordó que Reyno fue su profesor en primer año. Ése fue su primer contacto con el teatro y con este actor, “una figura que ya era consagrada, y que todos conocían por espectáculos como El coronel no tiene quién le escriba, para mí una obra conmovedora. Conocerlo a él en persona ya era un viaje en sí mismo”. Sobre esa pieza recordó que su personaje contaba con una humanidad “indescriptible y conmovedora”.
Cuenta que Reyno era alguien muy práctico. “Con él estudiamos teatro rioplatense e interpretamos personajes populares: nos pedía que observáramos personajes de la calle con los que tuviéramos contacto y nos desafiaba a trabajar la imitación en un comienzo, para después poder crear. Recuerdo el compromiso increíble que tuvo con el grupo y lo directo que era. Una de sus primeras recomendaciones fue que trabajara el cuerpo, un consejo que tomé de manera inmediata”. Otro espectáculo al que el actor hace referencia -y que vio, en ocho ocaciones- es Aeroplanos, en la que Reyno encarnó uno de esos personajes con los que se transformaba en un viejo cuando él todavía no lo era. “Era un tipo con muchísima energía. Por eso, esos viejos que componía se volvían increíbles”, dijo Hernández.
El actor del elenco oficial describió cómo Reyno era el responsable de interpretaciones que dejaban al público “pendiente de un hilo, a la vez que reforzaba el compromiso de los que recién comenzábamos”. Reyno y Jorge Bolani fueron personas a las que siempre observó. “Tuve la suerte de trabajar con Walter en Ángeles en América (1994), con la dirección de Taco Larreta”, recordó.
Bolani se relacionó con Reyno como alumno y colega a lo largo de 30 años. “Puedo decir que fue un maestro de lo que se llamaba ‘ser integrante de fierro de una institución independiente’. Ésta es una denominación que le pertenece. Siempre decía: ‘Hay que ser un integrante de fierro’. Estamos hablando de otro Uruguay: predictadura, dictadura y democracia. En el seno del Circular no había funcionarios, todos hacíamos todo, y eso fue una enseñanza de vida. Pero más que nada, la enseñanza era ver a diario cómo se manejaba él, cómo defendía sus argumentos en las asambleas, anteponiendo el teatro a las actuaciones individuales. Ésa era su prioridad, y todos lo percibíamos. En ese sentido, era un referente muy fuerte, que sabía llegar a todos de diversas maneras. Como actor era muy magnético y muy seductor en el escenario”, resumió.
El actor asegura que esta seducción, histrionismo y magnetismo que siempre desplegó en el escenario “son patrimonio de pocos, y en su caso se unían”. Bolani lamentó haber vivido pocas experiencias personales en el escenario, si se tiene en cuenta los años que ambos compartieron la misma institución. “La vida artística de una institución que tenía que mantener dos salas implicó que sus directores nos eligieran a mí para unos espectáculos y a él para otros; por eso, las convergencias en una misma obra fueron pocas”, señaló. Aun así, las recuerda muy bien: “Compartimos el ser Quiroga en distintas edades: Juan Graña hacía el Quiroga de la juventud, yo hacía el de la vida intermedia y Walter asumía el Quiroga más maduro, que en definitiva era el protagónico; después, en Decir adiós, de Alberto Paredes, también dirigida por Jorge Curi; luego, en El coronel no tiene quién le escriba, la versión que hicieron Mercedes Rein y Jorge Curi sobre la novela de Gabriel García Márquez. En esta pieza él recibió un premio Florencio por ese emblemático coronel, que además andaba en el escenario con un gallo en la mano, con el que actuaba todos los fines de semana. Ese gallo fue toda una experiencia. Se lo tuvo que llevar a la casa para hacer migas. Finalmente, a fuerza de picoteos y algunas lastimaduras, el gallo actuó. Hay fotos que lo recuerdan y son muy representativas de Walter, con el gallo en el dedo índice, o también su inolvidable monólogo con el gallo en el mano. Otra pieza en la que coincidimos fue la estadounidense Ángeles en América”.
Fueron varios los que recordaron el reestreno, en 2011, del mítico El herrero y la muerte, de Mercedes Rein y Jorge Curi (1981). En esa obra, que se mantuvo seis años en cartel, Reyno encarnaba al gaucho que desafió a la muerte. “Fue muy emotivo poder ir a verlo después de tantos años. Este reestreno fue otra de las cosas paradigmáticas. Reitero que lo admiramos como actor y como compañero integrante de fierro. Era alguien que cuando entrabas al teatro te decía: ‘Mirá que si estás casado te vas a divorciar y si estás en pareja te vas a separar’. Era alguien muy tremendista en ese límite que planteaba. Me parece bueno recordarlo porque, en el acuerdo o en la discrepancia, él sabía de qué estaba hablando, trataba de reclutar a un ser de teatro íntegro. Así era él”, sostuvo.
También destacó a Reyno como un referente indiscutible en el medio: “Fue dirigente gremial y dirigente de SUA [la Sociedad Uruguaya de Actores], siempre defendiendo los principios del teatro independiente. Si bien cronológicamente no es fundador, fue uno de los primeros en el Circular. De hecho, entrar al teatro estos días va a ser muy difícil, a pesar de que él en los últimos tiempos había tomado otros rumbos más independientes”. En este juicio también coincidió el actor y director Juan Graña, quien subrayó su talento y su dedicación al teatro en todos los aspectos, tanto en lo artístico como en lo institucional. Graña destacó sus papeles en Esperando la carroza, Tirano Banderas, El herrero y la muerte y Los fusiles de la patria vieja:“En todas era prolijamente protagonista”.
Fue una personalidad con pocas aspiraciones protagónicas en el medio, siempre dispuesta a la risa, a los comentarios irónicos o humorísticos. Entre unos y otros personajes, Walter Reyno se nos escapa, se nos ha escapado. Y se nos escapa también de esta puesta en espacio del actor a través del teatro.