Fallece
Matías asesinado por otro joven en Brasil y la familia debe
trasladar sus restos para proceder a darle sepultura en el territorio
uruguayo. En primer término nos enteramos que ninguno de los dos
estados se hace responsable: ni el que cometió el delito de darle
muerte a un trabajador, ni el estado de donde es originario el
asesinado. De acuerdo a lo que publica La Diaria “el asesino
recriminó a Matías que lo que hacía no era arte y le dijo “gringo
aquí não tem vez”, que sería algo así como “aquí no hay
lugar para gringos”.1
Matías era un artista callejero, con un espectáculo itinerante de
arte circense. Su espacio de trabajo era la calle, cerca de los
semáforos, en las plazas públicas, con un lenguaje corporal y
experiencias identitarias que son concebidas como peligrosas para el
Estado. La concepción de un cuerpo dócil, que debe convertirse en
máquina para adecuarse al estado moderno es interpelado y
cuestionado- por estos artistas que trabajan cerca de los semáforos-
a través de su corporeidad y gestualidad. El placer y la felicidad
que podemos observar en videos que nos recuerdan a Matías vivo, nos
hacen reflexionar sobre el ser humano apresado en una oficina, una
fábrica, un call center, con prácticas que subordinan el deseo, a
una línea de domesticación. Cómo ve el estado en la representación
mortal de ese joven brasileño que asesina de forma “impensable”
a otro joven uruguayo? Matías representa al extranjero, al enemigo,
al lumpen, al delincuente que puede asaltarte en los semáforos, el
que no trabaja, el que no cumple las horas dispuestas por el estado y
el sistema capitalista - las ocho horas- el vago que no produce, el
marginado al que hay que eliminar y cuanto antes, mejor. Hechos de
esta dimensión se reproducen en diversos sitios de América Latina y
muchos transeúntes observan al artista callejero como el enemigo del
sistema al que hay que “enderezar” porque se lo vincula en su
mirada al NINI “ni estudia, ni trabaja”, en una suerte de destino
que no es productivo ni deseable para ningún joven de la República.
Esa mirada recoge la concepción de modelización del cuerpo y
también de la resistencia de muchos que no desean el corset de la
normalización. “Si bien los antecedentes de las artes circenses
comicidad, destreza corporal, desafío y riesgo calan hondo en la
historia, el circo como espectáculo artístico surge en la década
de 1770 en Londres, adjudicándosele su creación a un jinete, Philip
Astley, que sumó a sus destrezas ecuestres elementos característicos
de la cultura cómica popular de la Edad Media” (Bajtín, 1985 en
Infantino, 2010)2.
La historicidad que recogía Matías con su arte callejero como
expuse anteriormente estaba en las antípodas de lo que el estado
moderno considerable deseable, en la concepción que representa
“Thiago Fernandes, un joven de 19 años, empresario e hijo de dos
autoridades de la ciudad”3.
La xenofobia se conjuga con el desprecio al arte no normalizado ni
legitimado por el estado. Thiago en su acción no es solo un
delincuente más, o un loco, representa la visión de una sociedad
que en todas partes del mundo concibe la necesidad de un cuerpo
homogeneizado, apresado en prácticas legitimadas e instituyentes por
el Estado como institución. Representa además la mirada del
empresario que es interpelado por el arte callejero. Aparecen en la
ecuación el empresario, el artista pobre y callejero, el estado y la
posibilidad de asesinar al que no tiene sitio en esa ciudad por ser
extranjero. Ni Matías es un muerto más- hoy su pueblo, Empalme
Olmos en estos momentos está recordándolo con arte circense para
recaudar fondos para la familia, ni Thiago es un asesino más.
Representan formas de concebir a los seres humanos, en sus prácticas
de arte y homicidas.