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sábado, 8 de abril de 2017

LA BARRA. “EL JUNQUITO”. EL RANCHO DE LOS CORREA. Por Julio Dornel.




No se imaginaba don Perfirio Acosta, que la escritura que estaba firmando en julio de 1909, ante el escribano Orosmán de los Santos, iba más allá de una operación inmobiliaria, para cambiar de dueño los extensos arenales que desafiaban el atlántico rochense. Todo había comenzado en esa fecha cuando José María da Costa, le vende a Porfirio ese triángulo de arena formado por el arroyo Chuy y el atlántico, sin saber que un siglo más tarde sus descendientes mantendrían el rancho inicial donde crecieron varias generaciones. Con Weimar Correa, uno de sus nietos (87) compartimos unas horas de recuerdos y documentos fotográficos que alimentaron la nostalgia del “viejo Sardina” como lo llaman sus amigos. “Nací en la campaña de Corral Alto, cuando en Chuy se festejaba el centenario de la Jura de la Constitución. Durante los primeros años el grupo familiar soportó con “heroísmo y resignación” las reiteradas inundaciones que azotaban la zona, hasta que la laguna nos llevó la producción del año y los pocos animales que nos iban quedando. La situación era insostenible cuando con edad escolar nos venimos para la Figueriña en las proximidades de Chuy, y luego cruzamos la línea divisoria para establecernos del lado uruguayo. A los 13 años tras abandonar los estudios comenzamos a trabajar en la pensión de Mariolina, atendiendo los comensales y por la tarde “haciendo” mandados para una sastrería. El fútbol nos llega a los 15 años en los cuadros de Piqueno y en las reservas de San Vicente, hasta llegar a primera compartiendo distintas alineaciones”. La nostalgia aumenta cuando repasamos los registros fotográficos que acompañaran la nota, confirmando una intensa actividad en el plano social, cultural y deportivo de esta frontera. Entre los recuerdos un tanto desordenados y sin orden cronológico, nos señala Correa que para jugar en San Vicente venía a caballo con Alberto Silvera y Edegar Pérez, mientras Horacio Laborda lo hacía a pie desde La Barra donde trabajaba. “Pasan los años y por razones de trabajo nos vamos para Montevideo permaneciendo varios años en el Servicio Geográfico Militar. En una oportunidad jugando un amistoso en Rosario con la selección de Colonia, fuimos convocados por un dirigente de Central de Montevideo para practicar en esa institución donde ya se encontraba el “Bibe” Selayarán. Fue un pasaje demasiado breve, complementado con los viajes semanales entre Montevideo y Chuy para seguir defendiendo a San Vicente en los torneos locales, hasta que llega el anhelado regreso a Chuy y el reencuentro con familiares, amigos y el “Junquito” que parecía esperarnos con sus puertas abiertas. Un origen familiar que lo aproxima al centenario si tenemos en cuenta que fue el abuelo Porfirio quien juntando maderas que arrojaba el mar fue construyendo por etapas un cómodo caserón que teniendo en cuenta algunas modificaciones, se ha mantenido desafiante a pocos metros del atlántico. El material para su construcción inicial lo trasladamos en carretas tiradas por bueyes y estuvo destinado a uno de los primeros boliches con carnicería que tuvo el balneario por aquellos años. El barrio en formación estuvo integrado por “los Correa”, teniendo en cuenta que mi abuelo repartió terrenos entre sus hijos, y muchos los han mantenido pese a la voracidad inmobiliaria que ha soportado el balneario en las últimas décadas. Entre los vecinos que se fueron afinando en la zona recordamos a Mauro Silva, Alberto Talayer, Arlindo Correa, Totó Cambre, el “Cubano” Vogler, Edwin Rodríguez y el Gallego Manolo. Entre los personajes que frecuentaban el “Junquito” recordamos a Carlos Julio Eismendi (Becho) que conjuntamente con otros vecinos acortaban la noche “repartiendo” serenatas entre los amigos y familiares del rancherío”. Los años con sus urgencias le fueron cambiando su fisonomía inicial, pero el “viejo Sardina” mantiene intacta la esperanza de llegar al centenario con los Correa reunidos en el “Junquito”.