Voy
a comenzar realizando una precisión: esta segunda parte no tiene
tanto que ver con el movimiento de los autoconvocados en sí mismo,
cómo en ciertas reflexiones e ideas que me han surgido a raíz de su
aparición.
Si
bien no forma parte de su plataforma, algunas partes de la misma, y
de expresiones de referentes del movimiento me suenan parecidas, o
cercanas al menos, al discurso,
de contenido populista,
que busca asociar la gestión pública a
la gestión/administración de una empresa privada.
Quienes
sostienen esta idea se suelen presentar como “outsiders” del
sistema político, que vienen a corregir, desde afuera, un sistema
que no funciona, en el cual todos los políticos son corruptos que
buscan satisfacer apetencias personales (dinero, poder, fama, etc) y
en caso de no ser corruptos, son unos incompetentes que no encuentran
ni proponen las soluciones que “la gente” quiere, porque se
acuerdan del pueblo solamente cada 4 o 5 años cuando salen a buscar
los votos.
Este
fenómeno no es novedoso y no surge en Uruguay. Puede rastrearse su
origen, un tanto difuso, en la ascensión política de Valery Giscard
d’Estaing, a fines de los 70’ y comienzos de los 80’, desde
donde comenzó, lenta pero seguramente a permear al resto del mundo,
para finalmente, penetrar con la fuerza
arrolladora de un alud en Latinoamérica,
una vez desaparecida la URSS y el bloque comunista, donde
tomó primera forma en el Consenso de Washington
a partir del cual se impulsaron toda la serie de reformas
privatizadoras y de carácter gerencial en casi toda la región
durante la década de los 90'.
Ahora
bien, pese a que quienes sostienen este discurso “gerenciador”
cargan contra la ideología, lo hacen genéricamente, sin nunca
aclarar contra que ideología cargan. Porque, mal que les pese, y
aunque parezca que para ellos esa palabra sea sinónimo del
Anti-Cristo, el mero hecho de Ser Humano significa que alguna
ideología tenemos. Los robots no
piensan, por tanto no tienen ideología.
Nosotros pensamos, por tanto, parafraseando a Sartre, estamos
condenados a tener ideología.
No
me refiero con esto a ser comunista, socialista, liberal,
conservador, anarquista, ni ninguno de los “ismos” tan conocidos.
Voy
a intentar ser claro: nosotros somos seres racionales y sensibles.
Los hechos no los conocemos directamente, sino que la
realidad la aprehendemos en procesos mentales
–más o menos complejos y en general inconscientes - en virtud de
lo que captamos mediante nuestros sentidos, y las fases de
pensamiento asociados que nos permiten comprenderlos/desentrañarlos.
Dicho de otra forma: la realidad es
siempre interpretable.
Si
no fuera así, resultaría imposible entender como en el pleno Siglo
XXI hay personas (no pocas) que aún siguen creyendo que la Tierra es
plana, en el creacionismo, en la superioridad étnico/racial, que
Elvis está vivo, en rituales de magia negra, en la infalibilidad del
Papa y Carlos Marx, en la neutralidad y la mano invisible del
mercado… o que niegan el Holocausto.
Lo
que llamamos realidad es, por tanto,
siempre y antes que nada, una
construcción simbólica, que nos
permite dar orden y nombrar a las cosas del mundo, y relatar/contar
lo que pasa de forma más o menos coherente con nuestras propias
ideas y preconceptos.
Esto
incluye, por supuesto, a quienes se paran desde un supuesto
“pragmatismo” para criticar a los políticos y partidos políticos
(todos) diciendo que lo que falta es gerencia privada… de la cosa
pública.
El
problema es que, para llegar a esa
conclusión se debe pasar por todo un proceso mental,
mediante el cual se equipara e iguala el Estado a una empresa
privada, que de pique elige ignorar –u omitir- que mientras una
empresa es una unidad económica que busca generar la mayor riqueza
posible para distribuir la renta entre sus propietarios (o
propietario); el Estado es la asociación política de los ciudadanos
nacidos en determinado territorio (o naturalizados) que aceptan vivir
en una comunidad, y cuyo cometido es garantizar la convivencia social
de las personas y grupos que integran ese Estado, para lo cual
dispone de ciertos medios, el más importante de los cuales, el
monopolio en el uso legítimo de la coacción física.
Como
puede apreciarse, son dos instituciones
con fines radicalmente distintos (no
necesariamente opuestos), por tanto, asimilarlos
mediante una analogía por demás burda
es un ejercicio de ideología casi en
estado puro.
Podría
contra-argumentarse que las empresas del
giro industrial del Estado, aquella que
brindan servicios de energía, agua potable, saneamiento,
distribución y venta de combustibles, servicios de telefonía e
Internet y datos, seguros, ferrocarriles, etc… sí
tendrían que administrarse como empresas privadas,
dado que en la medida que arrojen ganancias y sean eficientes,
estarán actuando en beneficio del conjunto de la sociedad.
Es
una visión posible. De hecho, hay
actividades que hoy brinda el Estado en forma monopólica, que el
desarrollo tecnológico ha convertido en obsoletas. El servicio de
telefonía fijo es el más claro. Los seguros son otro, de una
actividad comercial no estratégica, que funciona mucho mejor una vez
abierta a la competencia.
Sin
embargo, también existe la otra
visión: la de que una empresa que brinda un servicio estratégico,
como el suministro de energía eléctrica o el saneamiento, no
necesariamente debe buscar la rentabilidad de una empresa capitalista
clásica; porque en realidad, debe cumplir una función social, que
es llevarle un servicio -básico en pleno siglo XXI- en condiciones
mínimamente dignas hasta al más pauperizado rancho de lata, lo
pueda pagar o no. De hecho, esa fue la
razón que llevó a Batlle y Ordoñez a
crear las primeras empresas públicas del Estado.
Y
esa discusión, guste o no guste, no es
económica, y mucho menos gerencial… ES
UNA DISCUSIÓN POLÍTICA –e
ideológica- porque es un debate acerca del tipo de Estado, y de
sociedad, que queremos tener y construir entre todos.
Y
por acá la dejo hoy, porque aún queda el tema no menor de la
representación política, que es, en última instancia, lo que
movimientos de “outsiders” políticos cuestionan. Prometo
redondearlo en una tercera entrega… y espero que no sea una promesa
vacía (como de político en campaña)