En
todas las democracias modernas existen determinados cargos públicos
que parecen estar marcados de antemano, por algún tipo de maldición
egipcia o por el estilo, para liquidar cualquier pretensión o
ambición política de desarrollo posterior que tenga esa persona.
Es
por ello que a estos cargos se los denomina “la
tumba de los cracks”. Suelen ser
cargos de alta exposición pública, a la que llegan (mediante el
voto o designación) figuras políticas de cierta ascendencia y
relevancia, o con serias pretensiones de poder usar dicho cargo como
“trampolín” de su carrera; pero debido a las
dificultades, desafíos y desgaste que genera ese cargo, casi ninguna
de las personas que acceden a los mismos logran después trascender a
papeles mayores en el teatro de la política.
En
los sistemas presidencialistas,
como el nuestro, uno de los cargos con estas características es el
de la Vicepresidencia.
En
teoría, el Vicepresidente es una figura política de primer nivel,
ya se trate de un viejo y avezado político, o de una figura en pleno
ascenso. Se trata de quien sirve de nexo para las relaciones entre el
Poder Ejecutivo y el Legislativo, quien preside la Cámara Alta y el
Parlamento en general (cuando sesionan ambas cámaras, o
en los casos de parlamentos unicamerales),
es quien subroga al Presidente cuando sale del país en misión
oficial o se toma una merecida licencia o cae enfermo, y –en
general- es la figura que asume la Presidencia en caso de
fallecimiento o inhabilitación permanente de quien ejerce la
Presidencia.
Intuitivamente,
todo lleva a suponer que luego de alcanzar la Vicepresidencia, el
siguiente paso político sería llegar a la Presidencia.
Sin
embargo, la realidad demuestra que son
muy pocos los
casos de personas que hayan alcanzado
la Presidencia de un país luego de haber ejercido la
Vicepresidencia. En Argentina, por ejemplo, hasta el 2015 habían
sido electos 29 Vicepresidentes. De ellos, ninguno
logró ser electo Presidente luego de haber ejercido la Vice. El caso
más reciente es el de Daniel Scioli.
Estados
Unidos es otro ejemplo: han sido electos 48 vicepresidentes desde
1776. De ese total, apenas 5
llegaron a la Presidencia luego de haber ocupado el cargo de
Vicepresidente. El más reciente: George Bush padre, que fue Vice de
Reagan. Hubo otros 4 que, por fallecimiento del titular previamente
electo, pasaron a ocupar la Presidencia y en las siguientes
elecciones resultaron elegidos para el cargo mayor, pero en esos
casos se considera que fueron re-electos
como Presidentes.
En
resumen: parece ser un cargo que no
genera gran proyección política.
Uruguay
no escapa a esta suerte de regla de “hierro” de los sistemas
presidencialistas. De 1985 a hoy, hemos tenido 7
Vicepresidentes electos distintos, y
ninguno de ellos logró (o ha logrado) acceder posteriormente a la
Presidencia. Han sido: Enrique Tarigo, Gonzalo Aguirre, Hugo
Batalla, Luis Hierro López, Rodolfo Nin, Danilo Astori, y Raúl
Sendic.
Enrique
Tarigo era un prestigioso abogado y
constitucionalista, que se hizo conocido durante la Dictadura por ser
una de las figuras que lideró el “NO” en el plebiscito de
reforma constitucional impulsada por la cúpula militar y sus socios
civiles. En el año 89’ intentó ser ungido como el candidato de la
Lista 15 para las elecciones, pero fue derrotado por Jorge Batlle en
una áspera elección interna, y ese fue
el fin de su carrera política.
Gonzalo
Aguirre fue el Vicepresidente de
Lacalle. Otro prestigioso constitucionalista, reconocido por su gran
inteligencia y prodigiosa memoria. A diferencia de Tarigo, aún era
relativamente joven cuando asumió el cargo. Intentó ser candidato a
la Presidencia de la República en el al año 94’ (cuando aún
existían las candidaturas múltiples) pero su candidatura fue
impugnada, en razón de haber ejercido la Presidencia, y debió
declinar la misma. Su figura y relieve político se fueron diluyendo
(como cubos de hielo en un vaso) desde que dejó la Vicepresidencia,
hasta convertirse en una figura testimonial en la interna de su
partido.
Hugo
Batalla es el único Vicepresidente
electo fallecido durante el ejercicio de su cargo.
Luis
Hierro López, al igual que Gonzalo
Aguirre, era una figura relativamente joven y de recambio
generacional dentro del coloradismo. Sin embargo, la crisis económica
de esos años, el desplome electoral del Partido Colorado, y el
surgimiento impetuoso y rutilante de Pedro Bordaberry en la interna
partidaria, cortaron de raíz cualquier chance que hubiese podido
tener.
Rodolfo
Nin fue el primer Vicepresidente electo
en un gobierno de izquierda. De origen blanco, fue Intendente de
Cerro Largo por dos períodos consecutivos. En 1994 crea una alianza
electoral con el Frente Amplio, del que surge el Encuentro
Progresista/Frente Amplio. Hombre de plena confianza de Tabaré
Vázquez, nunca ha tenido la ascendencia, ni la aceptación
suficientes dentro del FA como para ser considerado posible
presidenciable.
Danilo
Astori, es desde hace al menos 25 años,
uno de los principales referentes políticos de su partido. Llegó a
la Vicepresidencia luego de ser derrotado electoralmente por el Pepe
Mujica en las internas de 2009. Fue esa su segunda derrota en el
intento por alcanzar la nominación presidencial, dado que en el 99’
enfrentó a Tabaré Vázquez en la misma instancia. Es de todos
quienes integran esta lista, el único
que al día de hoy puede tener alguna chance/pretensión de ser
llegar a ser Presidente, aunque la
biología no parece jugar a su favor (tendría 79 años en caso de
ser candidato).
Así
llegamos al caso más reciente que engrosa esta lista. Y también, el
más atípico, por lo reciente y por como sucedió todo: Raúl
Sendic.
El
ascenso político de Sendic puede aparecer como meteórico, sin
embargo, a poco que se indague un poco, lo
meteórico fue su posicionamiento como candidato
a la Vicepresidencia
y posible presidenciable. En realidad antes tuvo un trabajo de
acumulación que se inició, o tuvo su primer impulso, cuando en 1999
accede a la diputación por el Movimiento 26 de Marzo, y se consolida
en su paso por la Vicepresidencia y Presidencia de ANCAP, entre 2005
y 2013. Especialmente es desde su última etapa en este Ente, cuando
asume la Presidencia del mismo, que comienza a proyectarse con fuerza
en el escenario político nacional. Y se concreta en las elecciones
internas de junio de 2014, cuando su sector resulta –en forma
sorpresiva- uno de los más votados dentro del Frente. De ahí a la
nominación para integrar la fórmula presidencial, fue una suerte de
paseo triunfal.
En
ese momento se presentaba como una
figura joven, renovadora y con cierto carisma (dentro de un cuadro
dirigencial envejecido), exitoso en la gestión de la mayor empresa
del país, y –encima- líder de su propio sector y referente de una
de las corrientes de opinión interna del Frente Amplio. Todo ello
respaldado por ser portador de un apellido con peso propio en la
izquierda uruguaya.
No
obstante, este relato comenzó a derrumbarse a poco de comenzado el
tercer gobierno del Frente y de asumido su cargo de Vicepresidente.
Más allá de las consideraciones que se puedan hacer sobre el rol
que jugaron los medios y la oposición, él
mismo fue un gran colaborador en la
causa con sus dudas, contradicciones, balbuceos y mutismos.
Los
problemas financieros de ANCAP generados en su gestión (aun
en el caso de inversiones necesarias para la empresa y el país)
liquidaron, de una sola vez, esa imagen de administrador exitoso y
moderno que tanto se había esmerado en construir.
Al
poco tiempo se sumó el bochornoso episodio de su, inexistente,
título universitario en Genética Humana, supuestamente obtenido en
Cuba; en la que en episodios sucesivos, dignos del Teatro del
Absurdo, dio dos, tres y hasta cuatro versiones alternativas al
respecto. Para dar cuenta de lo ridícula de toda la situación, se
salvó de ser procesado por usurpación de título, en virtud de que
la Licenciatura en Genética Humana es una carrera inexistente en
Uruguay, por lo que mal podía haber usurpado un título de una
carrera inexistente en el país (y en Cuba).
La
gota que colmó el vaso, terminó siendo una cuestión que, en
términos relativos, es menor: el uso
desprolijo de la tarjeta corporativa de ANCAP.
Nadie duda de que no se enriqueció por el uso de la misma. Pero el
hecho de haberla usado para algunas compras poco claras, que con toda
seguridad no tenían que ver con la representación de la empresa; de
haber salido con tono desafiante a decir que podía dar cuenta de
todas las veces que la había usado y que estaban justificadas, de
pedir él mismo que su conducta al respecto fuera analizada por el
Tribunal de Conducta Política del FA,
y el informe crítico de dicho organismo (producto
de sus mismas contradicciones y balbuceos en su declaración al
mismo), que hacía altamente probable
una sanción hacia su persona, y lo hubiese convertido en el primer
Vicepresidente en ejercicio de la Historia sancionado por su propia
fuerza política, precipitaron su decisión.
Nadie
puede afirmar que este sea el final de su recorrido político.
Aun es lo bastante joven como para poder reconstruir, o intentarlo,
su carrera política, desde una estrategia distinta a la anterior.
Pero
lo que sí parece claro es que nuevamente,
sea por la razón y las causas que
sean, la Vicepresidencia se ha
convertido en la tumba de otro “crack”.
A
esta altura, y de cara al 2019, no
se la deseo ni a mi peor enemigo.