La
destitución de Dilma Rousseff el pasado miércoles ha generado una
fuerte contradicción en la izquierda uruguaya. Por un lado, el
impeachment desató un intenso sentimiento de indignación por la forma en
que el mismo fue procesado y un poderoso sentimiento de solidaridad con
la presidenta depuesta y su partido.
Esto
es así porque el Frente Amplio y el Partido de los Trabajadores han
sido desde su fundación partidos hermanos. Nacieron en los años setenta,
sufrieron persecución bajo las dictaduras militares y construyeron su
base política desde el activismo en los movimientos sociales. A lo largo
de años, sus dirigentes han expresado una fuerte afinidad política en
ámbitos tan distintos como el Foro de Sao Paulo o el Parlamento del
Mercosur, al tiempo que desarrollaron una intensa relación bilateral.
Por
esa razón, resultan comprensibles las reacciones de pesar, angustia
y enfado de los dirigentes, militantes y votantes frentistas una vez
conocido el resultado del impeachment.
Por esa razón, resultan comprensibles las reacciones de pesar, angustia y enfado de los dirigentes, militantes y votantes frentistas una vez conocido el resultado del impeachment.
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