El fin de semana del 24 y 25 de
junio de 1973 fue especialmente agitado. El movimiento Por la Patria (1)
tenía prevista una gira por el departamento de Maldonado, la cual se
llevó cabo en medio de rumores y comentarios sobre la inminencia del
atentado a las instituciones. Todos tratábamos de convencernos de que
algo iba a ocurrir que impidiera que los grandes valores nacionales
fueran avasallados.
El domingo la movilización se cerró con
un gran acto en la Plaza San Fernando de Maldonado. Un grupo con
banderas de la Juventud Uruguaya de Pie (2) insultaba y gritaba desde la
vereda de enfrente para impedir que se oyera al orador. Un cordón
policial nos separaba pero parecía cuidar más al agresor que a los
agredidos. Comenzaron a arrojar piedras y objetos punzantes. Con mis
impulsivos 19 años, no tuve mejor idea que increpar a la Policía por
negligente. Marché preso. En pleno discurso, Wilson advirtió lo que
ocurría por el griterío de la gente. Hizo una pausa y dijo: "Se llevan
preso a mi hijo...". Pensé que me había salvado. "Déjenlo -agregó- así
se va acostumbrando". Si me habré acordado de aquella frase cada una de
las 9 veces que fui preso en los años siguientes.
Luego, la delegación se dispersó. Wilson
se iba a descansar unos días en su campo. Yo regresaba con Horacio
Polla, otro héroe poco recordado. Fue en los trágicos años que se
vinieron uno de los pilares más importantes de la resistencia blanca.
Además, un caballero en el sentido más cabal de la palabra. Pero un
caballero valiente que no dejó pasar un solo día sin combatir
pacíficamente contra la dictadura.
Polla me dejó en mi casa ya en la
madrugada del 26 (3). A un día del golpe. Debajo de la puerta había un
mensaje de "Augusto", seudónimo del capitán de navío Bernardo Piñeyrúa,
un militar constitucionalista muy amigo de Wilson. Perseguido,
destituido y preso durante la dictadura, naturalmente. Me pedía que
fuera su casa, a un par de cuadras de la nuestra, al otro día
tempranísimo en la mañana. Allí fui, me advirtió que el presidente
Bordaberry había decidido apresar al senador Enrique Erro, (4) acusado
de tupamaro por el gobierno, violando sus fueros parlamentarios. La
orden no se había cumplido, porque éste se encontraba en Buenos Aires
invitado por la Juventud Peronista. Al regresar, lo detendrían. Había
que ganar tiempo. También quería reunirse con Wilson junto con algunos
camaradas de armas el jueves siguiente. Pero a la democracia le quedaban
minutos de vida.
Rumbo a casa iba pensando cómo hacerle
llegar a papá tantas noticias urgentes. No existían los celulares, las
comunicaciones eran lentas. Para llamar a Castillos 'sin demora'
(5) había unas tres o cuatro horas de espera, luego había que avisar en
un escritorio rural, que allí tomaran un taxi, fueran al campo y le
dijeran que se arrimara al pueblo para llamar a casa. Entré al
departamento y para mi sorpresa los viejos acababan de llegar. Algo les
decía que debían interrumpir su descanso. Lo impuse de los hechos y
enseguida se hizo cargo de la situación. Se encontró con el senador
Zelmar Michelini (6) en casa y ambos hablaron con Seregni. Éste le pidió
a aquél que viajara a Buenos Aires para pedirle a Erro que pospusiera
su regreso hasta que se aclarara un poco el panorama. Por eso ninguno de
los dos estaba esa noche en el Palacio. Michelini se había salvado,
pero sólo por un rato.
De tarde todo se fue en preparativos.
Desordenados, caóticos. Conseguir escondites, adoptar medidas de
seguridad... En medio de eso papá me pide que hable con el Toba, (7) a
la sazón presidente de la Cámara de Representantes. La directiva era que
se fuera lo antes posible. El Toba no creía. Su inmensa bondad le hacía
difícil concebir la idea. "Mirá que no, Juan, decile al viejo que vamos
a ver, hay militares en contra". Yo iba y volvía del despacho del Toba a
la Sala Verde, despacho de Wilson, (8) que quedaban en los ángulos
opuestos del Palacio. Finalmente Wilson fue tajante: el Toba debía irse.
Tampoco se fue, se ocultó y sólo pudo salir unos días más tarde,
disfrazado, en el Vapor de la Carrera, gracias a la ayuda del gerente de
Naviera Dodero, Alfredo Arocena, otro amigo excepcional que se jugó más
de una vez en aquellos tiempos.
Las coordinadoras de Juventud de por la
Patria tenían un acto en el Cine Grand Prix. (9) Habían insistido mucho
en que Wilson llegara hasta allí. No estaba previsto pues, como hemos
dicho, la gente lo hacía descansando en Cerro Negro. Papá resolvió ir.
La alegría de aquellos jóvenes al verlo llegar es indescriptible.
Wilson inició su despedida. "No nos vamos a ver por mucho tiempo". Yo
había quedado parado al lado de las butacas del viejo cine. Recuerdo los
rostros desconsolados de jóvenes llorando de rabia, de pena, de
sorpresa y también de emoción y compromiso. Fue la generación que
aprendió a amanecer e irse a dormir con la bandera del partido sobre el
hombro.
De allí al Palacio. La sesión se
interrumpió y dio lugar a una solemne de despedida. Había llegado la
hora. No creo que haya en la historia de país alguno un episodio de esa
fuerza épica y romántica al mismo tiempo. El Parlamento disuelto
sesionaba. Le hablaba a la historia. Presidía el senador Eduardo Paz
Aguirre (Lalo), ya que el vicepresidente Jorge Sapelli no estaba en el
Palacio, agotando sus últimos recursos para tratar de evitar el atentado
a la Constitución. Teníamos todo previsto para sacar a Wilson al
terminar su discurso. Pero corríamos riesgo de dejar al Senado sin
número. Llevé una esquela de Wilson a Lalo que estuvo de acuerdo en
permitir la prematura partida de Wilson, antes que culminara la sesión.
Habla Wilson: "Los señores senadores me
permitirán que yo, a pesar de que la hora exige emprender la
restauración democrática republicana como una tarea nacional, haga una
invocación que resulta ineludible a la emoción más intensa que dentro de
nuestra alma alienta, y me permitirán que antes de retirarme de Sala,
arroje a los autores de este atentado el nombre de su más radical e
irreconciliable enemigo, que será, no tengan duda, el vengador de la
República: ¡Viva el Partido Nacional!".
Luego, visiblemente emocionado, se
levanta, me abraza y nos vamos. Varios jóvenes acompañan a Wilson
vivando su nombre. Al llegar a la puerta del Senado por la que entraba y
salía todos los días desde hacía más de veinte años, se nos heló la
sangre. Un brazo uniformado se interpuso en el camino y con la mano
derecha tomó el brazo izquierdo de Wilson. La tensión fue un segundo.
Era José Antonio Grasso, el policía que cuidaba esa entrada. Miró a los
ojos a Wilson y le dijo: "Mi casa es muy humilde, pero allá no lo van a
ir a buscar".
Afuera aguardaban dos autos con los
motores encendidos. Uno, el de Wilson, un Ford Escort blanco como el
dueño, modelo 71, con Enrique Cadenas al volante. El otro, un Peugeot
conducido por su dueño, Ignacio Posadas. La improvisada multitud fingió
acompañar a Wilson al primero de los autos mientras él se escabullía en
el segundo. Yo subí al Escort y apenas comenzamos a alejarnos vimos que
nos seguía un vehículo militar de los que la jerga popular llamaba
"camellos". Avanzamos hacia Pocitos y al llegar a la Rambla y Pereira,
otros dos vehículos se incorporaron, uno se puso delante del nuestro,
los otros dos permanecían detrás, hasta que el primero se detuvo. Nos
hicieron poner las manos sobre la cabeza, abrir las piernas a la
intemperie, aun cuando el viento de la madrugada empezaba a helarnos.
Sólo querían saber dónde estaba Wilson. Permanecimos en silencio -por lo
demás, no sabíamos dónde estaba- al amanecer nos dejaron ir.
La salida iba a ser, en avioneta desde
el aeropuerto de El Jagüel. Al Este fueron en tres vehículos. En el
primero iba mi padrino Carlos Burmester, un batllista radical que se
había jugado medio siglo antes en Paso Morlán. En el segundo viajaba mi
madre con amigos. Si había algún problema con el primer auto, el segundo
debía girar bruscamente y huir con Wilson. No hubo problemas en el
viaje.
Al tercer día salieron de El Jagüel.
Nadie pudo convencer a mamá de que se fuera luego, asumiendo menos
riesgos. Nunca se había separado de él menos en ese momento.
Fue a la cabeza de la pista y al dar
vuelta para calentar motores, abrió la puerta por la que con la nave en
lento movimiento subieron mis padres. Se tiraron al piso. Una vez en el
aire, volaron por el litoral y en Paysandú, cruzaron el Río Uruguay para
aterrizar en Don Torcuato. (10) Sin documentos, sin autorización de
vuelo, el nerviosismo de los aduaneros se serenó al constatar quiénes
eran. En pocos minutos llegó el doctor Esteban Righi, Ministro del
Interior del gobierno peronista de Cámpora, quien los acompañó al hotel.
Comenzaba el exilio.
(1) Sector fundado por Wilson en 1968.
(2) JUP, grupo de ultraderecha con tendencias violentistas.
(3) El golpe de Estado fue en la madrugada del 27 de junio de 1973.
(4) El gobierno había pedido el
desafuero de Erro, el Senado se lo había negado y se iniciaba una
solicitud de juicio político en la Cámara de Diputados.
(5) Los llamados de larga distancia
se solicitaban 'con demora o sin demora' a distintas tarifas. Como el
cuento del dentista que extraía a distinto precio las muelas 'con dolor o
sin dolor'.
(6) Fue asesinado tres años más tarde en su exilio de Buenos Aires.
(7) Héctor Gutiérrez Ruiz, conocido
como 'Toba', presidente de la Cámara de Representantes de Uruguay,
asesinado tres años más tarde en Buenos Aires junto a Zelmar Michelini.
(8) Ver capítulo 'El Palacio Legislativo'.
(9) Barriada montevideana.
(10) Aeródromo en las afueras de Buenos Aires.
Dr. Juan Raúl Ferreira