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viernes, 10 de octubre de 2014

Los desencantados de izquierda: EL VOTO DISCREPANTE Hoenir Sarthou

Voces


Habría querido que este momento no llegara nunca, porque lo que voy a decir me resulta muy doloroso. No voy a votar al Frente Amplio en la elección de octubre. Por primera vez, en más de cuarenta años, siento que no puedo ni debo hacerlo. Es una decisión individual e íntima (todas las decisiones lo son, en el fondo) pero no solitaria. Muchas personas de izquierda han decidido adoptar la misma actitud o la tienen en su horizonte y la están considerando. En mi caso, los motivos no son sorprendentes. Han sido anunciados con preocupación, desde hace años, en esta misma columna.

Sintéticamente, no comparto las políticas que implican someter al país y a su población al modelo económico “global” de los capitales transnacionales, en el que, a pesar de los discursos, la mitad de los trabajadores gana menos de $15.000. Discrepo con el proceso de concentración y extranjerización de la propiedad de la tierra, que se ha permitido en estos años. No estoy de acuerdo con los privilegios abusivos (exoneraciones tributarias, puertos, zonas francas, leyes hechas a la medida) concedidos a la gran inversión extranjera y negados en cambio a la inversión y al trabajo nacionales.

No creo que un gobierno de izquierda deba condicionar al país, al grado en que lo han hecho los dos últimos gobiernos, a inversiones estratégicamente discutibles y ambientalmente peligrosas, como las de UPM, Montes del Plata o Aratirí. Me indigna la ley de bancarización obligatoria (hipócritamente denominada “de inclusión financiera”), que favorece el endeudamiento de la población de menos recursos y significa la intromisión inevitable del capital financiero (los bancos) en todas las transacciones económicas, incluido el pago de los sueldos.

En materia de políticas sociales, se ha incurrido en algo que es –y será todavía más, en pocos años- una verdadera tragedia social: permitir la decadencia de la enseñanza pública. Cuando uno se entera de que más del 60% de la población juvenil no completa la enseñanza secundaria, hay poco más para decir. Significa que más de la mitad de la población no estará en condiciones de acceder a puestos de trabajos medianamente bien remunerados. ¿En qué clase de sociedad viviremos, entonces?

¿Alguien cree que se podrá seguir sobrellevando la marginalidad cultural creciente con subsidios del MIDES, internaciones en el INAU y más policía? Un gobierno que no jerarquiza a la enseñanza pública es, objetivamente, un gobierno reaccionario.

Se diga lo que se diga. A esas dos grandes discrepancias sustanciales (con el modelo económico y con las políticas sociales) se suma el abuso del secreto y la mentira, o el grosero maquillaje de la realidad. Lo que pasó en PLUNA, lo que pasa en ASSE, lo que sigue pasando en el SIRPA, no habría sido posible si no se cultivara el secreto, la práctica de “barrer hacia adentro”.


Tampoco son casos aislados. El secreto y la distorsión de la realidad, practicados desde el poder, son la antesala y el caldo de cultivo de la corrupción. Hay demasiados secretos y reservas en la gestión de gobierno. Los acuerdos con Montes del Plata y con Aratirí, los propósitos y la adjudicación de las obras de la regasificadora, su relación con el proyecto de Aratirí, lo que realmente pasará con Aratirí, las nuevas megainversiones en curso, las transacciones para traer al país a presos ilegítimos de los EEUU, el enorme crecimiento de la deuda externa del país, las tratativas con organismos internacionales, como la OCDE, para salir de las listas negras y grises, son temas de los que no se habla lo suficiente y sobre los que no se dispone de la información necesaria.

La exposición clara de la realidad, el planteamiento sincero de los problemas y de las estrategias propuestas para enfrentarlos, es, desde mi punto de vista, un requisito esencial para un gobierno democrático y popular. Todo problema, por grave que sea, todo error, por inexcusable que parezca, pueden ser entendidos y disculpados por una población a la que se le habla claro, con respeto, valor y honestidad intelectual. Los secretos, las ocultaciones, las verdades a medias, las estadísticas maquilladas, las simplificaciones abusivas, la publicidad aturdidora, en cambio, podrán engañar a los ilusos o ingenuos durante un tiempo.
Pero a la larga caen y generan el descrédito de los gobernantes y la desmoralización de la sociedad. Desde hace algunos años me está pasando que no creo en las versiones de la realidad que se difunden desde el gobierno. Siento que hay motivaciones y decisiones que no se expresan con franqueza. Quizá es eso lo que no me permite votar al Frente en octubre. Uno no puede ni debe consentir algo en lo que no cree.

Que me disculpen algunos amigos que no comparten mi escepticismo y están entusiasmados con volver a votar al Frente Amplio. Soy sincero y, como diría Vaz Ferreira, no estoy dispuesto a pasar por encima de un estado de mi conciencia. Llegado este punto (lo he hablado con otras personas que también comparten el dilema), dado que en octubre no se decidirá el gobierno sino la integración del Parlamento, para quien jamás votaría a una opción más conservadora que el Frente Amplio, se abren dos opciones: a) votar en blanco; o b) votar a alguno de los partidos testimoniales de izquierda. Las dos opciones me parecen moralmente respetables. Votar en blanco, porque es la sincera expresión de una falta de identificación con las propuestas políticas existentes y, de alguna forma, preanuncia la necesidad de cambios en el escenario y en los discursos políticos.

Votar a una de las opciones de izquierda extrafrentista, porque, sin favorecer el ingreso de más legisladores blancos o colorados, es una forma de posibilitar el ingreso al Parlamento de una voz crítica de izquierda que hoy no existe. Ninguna de las opciones es fácil ni perfecta. Pero nada en estos tiempos es fácil ni perfecto. De hecho, para muchas personas que no votarán al Frente en octubre (entre las que me incluyo), eso no significa renegar de la tradición frenteamplista.

En muchos sentidos, es una expresión de fidelidad a la tradición de izquierda que históricamente encarnó el Frente Amplio, aunque implique cuestionar a las autoridades y a la gestión de gobierno del Frente. La actual dirección del Frente Amplio reclama el voto basado en tres argumentos: que el país ha crecido materialmente durante sus gobiernos, que los asalariados y los pobres están mejor que antes, y que un gobierno blanco sería peor que lo que hay. La semana próxima intentaré analizar esos argumentos, confrontándolos con los problemas que la actual gestión del Frente genera. Y –aunque no lo aseguro- hilar más fino sobre las opciones que se nos presentan a los discrepantes de izquierda.