En la nota anterior publicamos
la primera parte del artículo periodístico de Sergio Sánchez
Moreno, sobre la trayectoria del maestro Rubén Lena y su
significativo aporte a la cultura nacional. Corresponde señalar que
se trata de una publicación de la Revista Oficial del Festival del
Olimar, realizado en marzo del año 2013. Señala Sánchez, que Lena
“le cantó a las lavanderas, aquel duro oficio tan característico
de la primera mitad del siglo XX, donde en nuestros pueblos decenas
de mujeres con sus hijos se iban al arroyo cargando gigantescos
atados de ropa, equilibrados sobre sus cabezas, le cantó al
botellero y a los oleros, que es como llamamos en Treinta y Tres a
los ladrilleros, le canto a Juan un anónimo albañil y a los
guitarreros populares como el “Laucha” Prieto, aunque se debe
acotar, sin desmérito lo de guitarrero popular, que Oscar Prieto es
uno de los mayores expertos en guitarra uruguaya y responsable en
grado superlativo de otras de las singularidades profundas que
representaba el dúo “LOS OLIMAREÑOS”. Rubén Lena le cantó a
su amigo el “Caráu” Peralta y también a un guitarrero de
Vergara. Un hombre murió solo en la calle en Montevideo y a Rubito
se le llenó el alma de tristeza y de ahí sale “Pobre Joaquín”,
nombre inventado porque no sabía cómo llamar a ese hombre que murió
de frío y soledad en plena calle. Un día recurre a José Benítez,
personaje de Treinta y Tres que juntaba papeles para vender. Le
decían “Caco” y de ahí sale “Caco, Sálvanos” , una canción
memorable porque le pide al junta papeles que se lleve todos los
papeles donde se precisa hacer papeles hasta para morir. En 1947
ingresó a la carrera magisterial y Rubito siempre recordó con gran
alegría aquella etapa: “Mi vida de estudiante en Treinta y Tres
era de una bohemia inolvidable. Nuestro lugar permanente de reunión
era el rancho del “Nico” un albañil solterón y prácticamente
analfabeto muy querido por todos y muy ocurrente. De día en su
ausencia, se convertía en lugar de estudios, y de noche, en centro
de jornadas de tortas fritas, cuentos interminables, cantarolas,
mateadas y caña cuando había con que, o sea casi nunca. Otras
veces hacíamos grandes pucheros con gallinas que robábamos por el
barrio. El rancho del “Nico” tenía una sola pieza y sobre el
piso de tierra, apenas cabían una cama, una mesa, un armario,
algunos banquitos y un pizarrón, que era la puerta vieja de un
ropero de la casa del “Garufa” Gadea, un amigo del alma fallecido
luego de soportar la cárcel de la dictadura. La cumbrera estaba rota
y el techo sostenido por un varejón, amenazaba caerse aplastándonos
a todos. Con frases de este “Nico”, Lena compuso una letra que
fue canción después de su muerte Pablo Larrechea del Grupo “Cerno”
le sumó una melodía muy entradora llevando por título “Hombre
Bien Vestido por Poca Plata”. Otro memorable texto fue dedicado a
la “Vaca Azul”. El boliche la “Vaca Azul” , al igual que el
rancho del “Nico” fue otro de los sitios que por aquel tiempo se
había convertido en “parada obligada” de muchos jóvenes
olimareños. “En ese boliche-decía Lena- transcurrió mi
adolescencia y mi primera juventud. Era una provisión que estaba en
la esquina de Manuel Meléndez y Celedonio Rojas, propiedad del
querido rubio Fernando Mila. El nombre de la Vaca Azul se hizo
conocido porque después se le dio esa denominación a un cuadro de
fútbol. Finalmente es bueno recordar que Rubén Lena no aprendió a
realizar música a partir de una educación reglada o de
conservatorio. A tal punto que gustaba recordar como una conocida
profesora de música pero que no entendía la canción popular le
dijo un día: “si
usted no conoce solfeo, ni estudió composición y armonía, no puede
hacer canciones” y
él le respondió “NO
PODRÉ, PERO PUEDO”.
Parte final del artículo
publicado en la Revista Oficial del Festival del Olimar (2013) por el
periodista Sergio Sánchez
Moreno.